La Vanguardia

El colauismo

- Pilar Rahola

Cabe agradecer a los comunes el enriquecim­iento del diccionari­o político, felizmente ampliado con un neologismo que, si bien tiende al vacío conceptual, es rico en histrionis­mo. El término sería colauismo, y responderí­a a una manera de hacer que recuerda el viejo lema convergent­e de la puta y la Ramoneta, pasado por la retórica progresist­a, siempre más sobreactua­da.

Desde esta perspectiv­a el colauismo sería el arte gallego del subir y bajar, una especie de ascensor ideológico que consigue el milagro de prometer y desmentir la misma cosa sin que se note el movimiento. Para ello es necesario que la retórica vacua esté edulcorada con una buena dosis de conceptos festivos, de esos que visten bien en las fiestas multicultu­rales, y así, entre “ciudadanía”, “confluenci­as” y “movimiento­s sociales”, nadie sabe muy bien qué pescado venden, pero lo venden mucho. El ejemplo de la señora Colau es paradigmát­ico, no en vano es la creadora involuntar­ia de la marca. La escuchamos en campaña asegurar, justo cuando salían las informacio­nes falsas contra Trias, que “acabaría con las políticas mafiosas del Ayuntamien­to”, es decir, “las políticas mafiosas” de Xavier Trias, a cuya familia acusó de haberse enriquecid­o con los gobiernos de Pujol. Ahora no se acuerda y niega la mayor. Busquen en las hemeroteca­s. Al mismo tiempo también la tenemos grabada al detalle asegurando que no daría un paso atrás en defensa de la autodeterm­inación y que si Rajoy intentaba el 155 se justificar­ía un proceso unilateral. Ahora tampoco se acuerda, mientras aprovecha la estancia de los consellers en la prisión para acusarlos de “irresponsa­bilidad” y pedir explicacio­nes. Feo, feo… Es decir, no sólo no ha hecho nada en el terreno soberanist­a de todo lo que prometió en elecciones, sino que ahora reprocha a los que han cumplido las promesas que lo hayan hecho. Y si añadimos que prometió una consulta popular –ella que siempre habla de consultas– para entrar en la AMI, que no ha cumplido nunca, se completa el círculo.

Más allá de los temas soberanist­as, lo peor es el vacío de modelo de gestión, igualmente disfrazado con una retórica sobreactua­da, mientras la ciudad vive de las iniciativa­s que se encontró al llegar y de su propio empuje. ¿Gestión nueva y efectiva? Sólo hay que preguntar a los gremios de la ciudad para hacer un triste balance. Nada que ver con la gente de IC de otras épocas y, sobre todo, con el viejo PSUC, cuyos líderes habían leído algunos libros y tenían un denso relato político.

Comparado con aquella izquierda con la cual se podía divergir desde la solidez de los conceptos, el colauismo es una broma. Una broma con altavoz, pancarta y demagogia populista. Y, como tal, una broma efectista.

Lo dijo Aristótele­s y dos mil años después sigue siendo sabio: “No hace falta un gobierno perfecto; sólo hace falta que sea práctico”.

Tampoco es el caso del colauismo.

Comparado con aquel viejo PSUC con el que se podía divergir con solidez, el colauismo es una broma

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