Lecina Fernández
PSICÓLOGA
El valor de ilusionarse con las cosas de cada día, como una forma de aferrarse a la vida o para tener ganas de llevar a cabo proyectos, son las reflexiones que ha recogido esta psicóloga en un libro que reivindica a la más modesta de las emociones.
La ilusión aparece muchas veces catalogada como una emoción menor, un concepto subsidiario de la gran fuerza de la alegría y al que se le ha puesto poca atención. Pero la ilusión es uno de los grandes motores de la vida y por ello, la psicóloga Lecina Fernández le acaba de dedicar un libro (Ilusión Positiva, ed. Desclée) que reúne la reflexión y la experiencia profesional de 30 años. Puede parecer baladí hablar de ello porque todo el mundo cree saber lo que es la ilusión, pero lo que esta psicóloga quiere es dar a conocer su importancia y convertirla en una herramienta práctica de uso personal para ganar calidad de vida.
“La ilusión –dice en conversación con este diario- no es sólo una emoción sino que aúna también pensamiento y acción, es un concepto que posee una dimensión muy amplia”. Hay que rescatarla.
Lecina Fernández bebe del filó- sofo Julián Marías quien reflexionó sobre ello en el libro Breve tratado de la Ilusión. Marías la vincula a la condición “futuriza” del ser humano. “Si el hombre fuese solamente un ser perceptivo, atenido a realidades presentes –escribe– no podría tener más que una vida reactiva, en modo alguna proyectiva, electiva y, en suma, libre”. Pero no hay que vincular solo la ilusión con grandes proyectos, Marías señala en su tratado que la vida se nutre de ilusiones por lo general pequeñas, “a las cuales suele darse poca importancia pero sin ellas la vida decae”. Pasear por el campo, tomar un café con alguien, la hora de la comida…Y están asimismo las ilusiones “que aparecen como inseparables del proyecto que nos constituye”. Junto a una y otra se debe hablar también, según el tratado de Julián Marías, de la “ilusión como instalación”, es decir, como una forma de vida: la de vivir ilusionado.
Pero la cuestión, para Leticina Fernández, no es sólo definirla sino hacer pedagogía para reconocerla y utilizarla. En su experiencia como psicóloga clínica se ha encontrado en un sinfín de ocasiones que las personas con depresión coinciden en describirse con falta de ilusión. Por ello, consideró que más que ayudarles era reconectarlos con alguna ilusión.
Todos hemos tenido alguna, sabemos lo que es, y por lo tanto el primer paso es recordarla, señala, saber que la hemos tenido, y que se puede aplicar a cualquier forma de la vida. La ilusión se construye, conlleva predisposición y acción. Es un concepto muy amplio que incluye también libertad, flexibilidad y cierto relax “porque no hay presión desde fuera” Aunque se asemeja a la motivación, hay elementos diferentes que definen este carácter especial de la ilusión. “Cuando tenemos ilusión estamos motivados, pero no siempre que estamos motivados tenemos ilusión”, indica. Una persona puede estar motivada para estudiar y aprobar una asignatura, pero esto no significa que le ilusione.
Asimismo, la motivación se vincula más a un momento presente, mientras que la ilusión es un elemento que acompaña para construir el futuro. Y, en esta línea, Lecina Fernández, recuerda que para estar motivados hay que buscar un argumento mientras que para la ilusión no hacen falta explicaciones, ella misma conlleva el ánimo. Tampoco se puede equiparar exactamente al deseo, porque éste es momentáneo. Es, citando a Marías, un deseo permanente.
La ilusión habita entre el presente, que es real, y el futuro, aún irreal. Es uno de los elementos que aporta sensación de plenitud.
Pero hay personas que no le dan oportunidad para entrar. O bien aquellas que temen el vacío y cuyas agendas cotidianas rebosan de actividades, o aquellas que temen llenar el vacío y pasan parte de su vida sin ocupación.
Nombrarla es así entenderla para poder cultivarla. Porque la ilusión, explica, es una narrativa en la que uno es el protagonista y porque se elige con libertad cómo se va a hacer, y con quién. Es un concepto que se vincula normalmente con las personas, con la relación con los demás. La ilusión por los hijos, los nietos, los amigos es uno de los ejemplos más sencillos y claros.
Aunque con la edad puede disminuir la ilusión entendida con carácter proyectivo, la encuesta realizada en el 2014 por Fernández, junto al Colegio de Psicólogos de Madrid y la ONCE, indicaba la importancia que se le da a la ilusión cotidiana en todas las edades, la que se relaciona con la “emoción” de la alegría de vivir, y la que se conjuga precisamente con las relaciones personales.
“Conlleva acción y predisposición, se construye en cualquier parte y es libre y flexible”