Francisco Ibáñez
HISTORIETISTA
El padre de Mortadelo y Filemón (Barcelona, 1936) se halla en plena forma por mucho que tanto él como sus locuelos detectives padezcan algunos achaques físicos. Los tres celebran estos días el 60 cumpleaños de ambos agentes de la TIA.
De pequeños éramos tan tímidos, que mis padres nos daban un punto cada vez que saludábamos a un vecino en el ascensor. Al reunir veinte, el premio era cualquier cosa que pudiera comprarse en una papelería. Como te quedas sin chucherías en cuanto te las comes, solíamos optar por un Super Humor; tenía un montón de páginas y no se acababa nunca.
Aprendí de qué va el mundo gracias a Francisco Ibáñez. La precarización inmobiliaria ya se reflejaba en 13 Rue del Percebe. El surrealismo de Rompetechos –su personaje favorito, y a quien se parece más y más– muestra una forma tan cómica como poética de ver las cosas. Pero si hay historietas que explican lo kafkiano de nuestro sistema, son sin duda las de Mortadelo y Filemón. Dos álbumes aún andarán por casa: Maaaaaastricht! y El caso del bacalao. Una mafia reparte bacalao gratis para que, cuando la gente esté sedienta, pueda venderles agua a precio de oro. Qué mejor ejemplo de especulación.
La primera historia larga que protagonizaron los agentes de la T.I.A (Técnicos de Información Aeroterráquea) fue El sulfato atómico, en 1969. En aquella ocasión, Ibáñez se inventó a un dictador que quería dominar el mundo. Mortadelo y Filemón celebran sesenta añazos. Y su autor –que los creó un poco de cualquier manera para incorporarse a Bruguera desde la revista Pulgarcito ,yque ya tiene pensado un especial para cuando cumplan los cien–, reconoce que ahora “la actualidad te lo da todo hecho”. “Los políticos me hacen competencia desleal”, dice. Aunque huye de la crítica social y política, el objetivo de la última misión es lograr la paz entre los presidentes Tromf (muy dado a construir muros por todas partes) y Pxing Pxiong, de Kolea d’Aliba.
A su edad, los agentes tienen achaques. “Que si ciática, que si lumbago; me basta con mirarme al espejo, y traspasar lo que me pasa a mis personajes”, dice rodeado de periodistas en el auditorio de Penguin Random House. Mortadelo está sordo como una tapia, Ofelia tiene reuma en un dedo. Han evolucionado tan lentamente, que nadie se ha dado cuenta. “Pero si miras las viñetas del principio, no los conoce ni su padre, que soy yo”, ríe Ibáñez. Habla muy rápido, utiliza diminutivos al referirse a sus “personajitos”, por ejemplo, o cuando comenta que la actualidad es “una lechuguita fresca del huerto”. Tiene fans célebres, como Alaska, Felipe González o la reina Sofía, que le pedía: “Paco, hazme una cabecita de las tuyas”.
Álex de la Iglesia apunta que Ibáñez es el hombre al que más ha admirado en este planeta; lo llama genio, incluso Dios. No es el único. A veces hay tanta gente haciendo cola para que les firme alguno de los 182 números de Magos del Humor, o cualquier de sus miles de publicaciones, que saldría corriendo. En Andalucía estuvo atendiéndoles desde las seis de la tarde hasta medianoche.
¿Cuál es el secreto? No lo sabe. Por una parte, quizá haber introducido tres o cuatro gags por página. Por otra, no perderse en chistes de hoy, que mañana habrán caducado. Tarda unos dos meses en acabar un álbum, y pasan otros dos antes de que se publique. Escribió uno titulado El señor de los ladrillos, basado en un señor orondo que tenía un caballo tan conocido com él. En la vida real, ese personaje murió antes de que Ibáñez acabara, así que tuvo que cambiarlo todo desde el principio. La habría gustado saber dibujar, dice, y considera que en este país se han hecho viñetas que son auténticas obras de arte. “Pero el público no se engancha, y para ver arte se van al Museo del Prado”.
“No es el nombre lo que hace al personaje, sino el personaje que hace al nombre”, explica. Y Mortadelo y Filemón son sinónimo de desconexión. Más de uno le ha confesado que se lee sus historietas cada noche para dormir tranquilo, así que “deberían venderlas en las farmacias como somnífero”. En estos sesenta años, Javier Fesser los llevó a la gran pantalla. Y alguna vez Ibáñez, al sentir el nubarrón en la cabeza, ante la página en blanco, ha recuperado álbumes antiguos para aplicarse una “autotransfusión” de su propio humor. ¿Y qué le hace reír? Las declaraciones de los políticos.
Al final de la rueda de prensa, todos le piden que les firme este ejemplar especial. Incluso la guarda de seguridad. En un primer momento, me da vergüenza hacer lo mismo. Pero me pongo a la cola. Por mis hermanos y por mí. De algo tiene que servir haber reunido todos aquellos puntos contra la timidez.
IBÁÑEZ Y LA CÓMICA REALIDAD “La actualidad te lo da todo hecho, pero los políticos me hacen competencia desleal”
FANS DE EXCEPCIÓN
La reina Sofía, Alaska, Felipe González o Álex de la Iglesia son grandes admiradores de Ibáñez