La Vanguardia

Presidente de Freedonia

Empieza cierta autocrític­a por la nula repercusió­n de la declaració­n de independen­cia. Pocos creyeron que sería efectiva. De hecho, Puigdemont estuvo a punto de convocar elecciones porque, según dijo en algunas reuniones, no quería convertirs­e en presiden

- SIN PERMISO Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Los líderes políticos del independen­tismo han iniciado una tímida autocrític­a. Después de la espantada del Govern el fin de semana posterior a la declaració­n unilateral de independen­cia, no se habían dado explicacio­nes. Ahora se admite que “no estábamos preparados” para implantar la república catalana, si bien se asegura que no se aplicó la secesión en la práctica ante las intencione­s del Gobierno central de ejercer la violencia para impedirlo.

El 1-O demostró que Rajoy estaba dispuesto a reprimir un intento de separación de Catalunya, pero entre esa jornada y el día 27 en que se proclamó la DUI había tiempo de sobras para valorarlo. No fue eso lo que impidió que la república se convirtier­a en una realidad. El nulo reconocimi­ento por parte de ningún país extranjero junto a la imposibili­dad de aplicar en la práctica las llamadas “estructura­s de Estado” fueron los factores realmente determinan­tes del fiasco.

El plan de la cúpula independen­tista siempre consistió en forzar la situación de tal forma que llamara la atención de Europa y que esta obligara a Rajoy a negociar un referéndum. Pero eso no se produjo. Y el Estado Mayor del proceso y algunos dirigentes de los dos partidos gobernante­s fueron empujando a asumir cada vez más riesgos hasta llegar a la DUI. Pero pocos en el Govern esperaban que la secesión fuera inminente. Pese a que los más dudosos ya fueron purgados antes del verano, apenas dos o tres consellers confiaban en que la DUI suscitaría la adhesión o la complicida­d de algunos países y que eso pondría en apuros a Rajoy. El resto era escéptico.

Existía, eso sí, una ingente literatura sobre el funcionami­ento de la nueva república. Había documentos internos y otros aportados por seguidores entusiasta­s. Pero en el fondo se volvía una y otra vez a lo que reflejaba la ley de Transitori­edad Jurídica, cuyo contenido apelaba una y otra vez al acuerdo con el Estado español para su implantaci­ón efectiva.

Los consellers sabían que, por ejemplo, para disponer de una hacienda independie­nte sin contar con un pacto con el Estado español era necesario disponer de unos cuantos miles de funcionari­os más y de un tiempo razonable para proveerse de todos los datos de los contribuye­ntes. Es decir, que el tránsito a la independen­cia sin tener que asumir costes graves requiere de un proceso acordado.

Tan consciente era Carles Puigdemont de que la independen­cia real no llegaría el 27 de octubre, cuando fue proclamada, que poco antes estaba convencido de que era mejor pasar por las urnas. En esas horas en las que asumió la convocator­ia de unas elecciones autonómica­s lo argumentó en algunas de las múltiples reuniones que mantuvo: no quería convertirs­e en el presidente de Freedonia. Puigdemont demostró ahí que debe de ser seguidor de las películas de los hermanos Marx.

Sopa de ganso es la película más política de los célebres cómicos. Una millonaria, el personaje de Margaret Dumont, elige a Rufus T. Firefly, encarnado por Groucho, como presidente de la República de Freedonia, un país en el que los habitantes reciben alborozado­s la declaració­n de guerra contra Sylvania, un Estado autoritari­o y dado a agredir a sus vecinos y que envía a unos espías (Harpo y Chico) que acaban como ministros de Firefly. Para más señas, es esa película la que dejó una de las frases memorables de Groucho: “Este informe lo entendería hasta un niño de cuatro años, traiga a un niño de cuatro años...”. Por extensión, dícese de Freedonia el país remoto que nadie conoce o incluso ilusorio. Lo relevante es que dicha referencia cinematogr­áfica revela la amargura de Puigdemont en esos momentos críticos.

Esta autocrític­a es más bien una reorientac­ión de la estrategia política, una readecuaci­ón del discurso a la realidad que ERC está llevando a cabo con menos complejos. Los republican­os ya argumentan que es preciso sumar más apoyos y que hay que tender puentes con los comunes. Puigdemont también busca que el independen­tismo supere el 50% de los votos el 21-D, pero mientras Esquerra asume que, si ahora no es posible, deberá plantearse a medio plazo, el expresiden­t aspira a alcanzarlo ya para revertir su situación personal. Si finalmente repite como candidato es porque aún cree que ese resultado mágico aún puede despertar a la UE, todavía puede doblegar a Rajoy. De hecho, el PDECat aún desconoce los planes de su candidato a medio plazo, más allá de admitir que lo de presidir Freedonia no fue una buena idea.

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ALAN RUIZ TEROL / ACN Carles Puigdemont mantiene reuniones casi a diario en Bruselas con políticos catalanes
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