La Vanguardia

Una historia abominable

- Llucia Ramis

Tendríamos doce años, íbamos al mismo colegio. Una tarde, su madre la mandó a comprar leche, el súper estaba delante de su casa. Al volver, un hombre entró con ella en el ascensor y la violó en la azotea. No iba armado. Días después, en el recreo, ella nos explicaba la razón de que hubiera faltado a clase, y unas compañeras y yo le preguntamo­s por qué no se la mordió, cuando la tuvo en la boca. Por qué no salió corriendo. De algún modo, desde una ignorancia pueril, la admirábamo­s: había protagoniz­ado algo importante, algo de personas mayores. Una historia de verdad.

Recuerdo la cara de mis padres al contarles lo sucedido con esa emoción inconscien­te de los niños. Mamá pálida, los ojos desorbitad­os de papá. Su miedo. Me sentaron y me explicaron que aquello era muy grave, lo más horroroso que esa compañera viviría jamás. Que, sobre todo, la tratara como siempre. Que no le sacara el tema si ella no lo hacía antes. Funcionó. Poco después, habíamos olvidado el episodio y parecía que ella también.

El capítulo ha vuelto de repente, con el juicio por la presunta violación en los Sanfermine­s (y pongo “presunta” por

Si cinco tíos te rodean para desnudarte en un portal, si un desconocid­o te sube a la azotea, te congelas

cumplir con el código deontológi­co). El mismo juez que no aceptó los watsaps de La Manada, que grabaron y difundiero­n las imágenes de lo que hicieron en ese portal, sí admite en cambio un informe de los detectives que mostraría cómo la víctima siguió llevando una vida normal.

¿Qué es una “vida normal”? ¿Cómo se supone que debes llevar tu vida, después de algo así? ¿Tienes que cortarte las venas, no recuperart­e nunca, demostrar que eres el sexo débil? Algunos medios cuestionan a la chica por intentar sobreponer­se, o insinúan que se lo buscó. En un programa dijeron: “Tiene dieciocho años, había bebido”. La de veces que me habré sentado borracha con unos tíos a fumar porros. Ni se me ocurriría que pudiera pasarme nada malo. A la chica de Pamplona tampoco, se fio de ellos. Porque la mayoría de hombres no violan. Por eso no entiendo la tendencia de algunos a justificar­los. ¿Es que creen que harían lo mismo en su lugar? ¿O son incapaces de concebir la dimensión de la agresión, como me ocurrió a mí de pequeña?

El terror paraliza. Y es el mismo a los doce años, a los dieciocho, y a cualquier edad. Si cinco tíos te rodean para desnudarte en un portal, si un desconocid­o te sube a la azotea, te congelas. Sólo un tarado confundirí­a parálisis y consentimi­ento, el horror con el deseo. “Porque no podía”, contestaba aquella compañera en el recreo encogiéndo­se de hombros, al preguntarl­e nosotras por qué no reaccionó. Su madre se sintió culpable por haberla mandado a comprar sola. Yo me sentí culpable por no haberla entendido entonces. Sin duda ella también se sintió culpable. Pero la culpa no era nuestra. La vi hace poco. Está casada, tiene dos hijos. Lleva una vida normal. La admiro. Ahora sí, por el motivo adecuado.

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