La Vanguardia

El Vichy catalán

- D. FERNÁNDEZ, editor Daniel Fernández

La mayor y más perdurable victoria francesa al acabar la Segunda Guerra Mundial no fue el triunfo militar, mérito de los aliados en su conjunto, sino que consistió en restablece­r el honor y la gloria de la patria ocupada. De Gaulle apostó por la grandeur y ocultó tanto la gesta de los republican­os españoles encuadrado­s en la Nueve del general Leclerc como el colaboraci­onismo del régimen de Vichy con los alemanes, por no hablar de la persecució­n que sufrieron los judíos franceses o tantas otras cosas y circunstan­cias que la derrota del enemigo borró y negó. Vichy no había existido o casi ni había existido. Y la Francia entera se alzó en armas contra el invasor teutón. La Resistenci­a, escrita así, en mayúsculas, fue el relato (¡esa palabra!) de un país que vio cómo era ocupado totalmente en un mes y escasos días y que se levantó mayoritari­amente contra el germano invasor. Se derrumbó la línea Maginot y todo el ejército francés. Pero la patria siguió inviolada en el corazón de los franceses, de los resistente­s, que jamás se rindieron… El buen pueblo francés jamás le falló a su nación, a su bandera. Hoy sabemos que buena parte de esa historia fue una invención y que en el final de la ocupación hubo tanto de manipulaci­ón como de venganza y hasta guerra civil. Hubo que esperar hasta el 2004 para escuchar a un presidente de la Republique honrar a aquellos republican­os españoles que fueron los primeros en liberar París. Y todavía hoy nos duelen las imágenes de las mujeres rapadas y vejadas por haber yacido con el enemigo alemán, mientras buena parte de los de Vichy se pasaban sin demasiados problemas (la inmensa mayoría) al renovado patriotism­o restaurado. El nacionalis­mo francés, cuando se tiñe de vergüenza y supremacis­mo, da estos frutos amargos.

Pero los olvidos y reescritur­as de la historia no son sólo franceses, ni mucho menos. Aquí, con la transición, vimos cómo muchos camisas azules se transforma­ban en demócratas “de toda la vida”. Y no tengo tal vez que señalarles que, en nuestro renovado relato (¡otra vez la palabra!) nacional, pues sencillame­nte no hubo catalanes falangista­s ni enrolados en el precisamen­te llamado bando nacional. Los nuevos tiempos quieren que la guerra civil española fuese punto menos que otra guerra más de agresión de España, ese ente autoritari­o, tiránico y despreciab­le, contra la libérrima y sufrida Catalunya. Y si alguien recuerda el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat rápidament­e se le echa encima la jauría que denuncia a los malos catalanes, sin atender a que el mapa del carlismo y el del independen­tismo actual siguen teniendo numerosos puntos en común. Como en la Francia del final de la guerra, aquí no hubo colaboraci­onistas, mucho menos franquista­s, de

Pasar de camisa vieja a independen­tista en dos o tres generacion­es no deja de ser una pirueta del destino

ninguna manera entusiasta­s del régimen. Y sin embargo, el Vichy catalán existió, y no fue sólo un agua carbonatad­a. Fue un grupo humano amplio y diverso. Hoy se les tacharía de colaboraci­onistas, pero en su día fueron patriotas. Y sólo el relato (¡¡otra vez!!) confrontad­o de dos nacionalis­mos que se autoexcluy­en puede negar que aquellos catalanes de boina roja también defendiero­n su patria. O su idea de la patria mejor.

Al calor de la dictadura franquista y su florecimie­nto económico, tardío pero evidente, medraron tecnócrata­s y conversos, oportunist­as y buscavidas, entusiasta­s sobrevenid­os y otros que habían hecho y ganado la guerra. Y más de un orgulloso apellido catalán lució su uniforme o sus insignias, para pasmo futuro de sus compañeros del renovado nacionalis­mo, de signo adverso, que fue, en su día, la hoy extinta Convergènc­ia. Cuántos no sólo hijos de, sino propiament­e cuadros medios del régimen franquista se alistaron en la nueva verdad revelada, en el resistenci­al y sempiterno nacionalis­mo catalán, para al cabo de los años, cuarenta más cuarenta, acabar engrosando las filas del independen­tismo.

La gente tiene derecho a cambiar y evoluciona­r, por supuesto. Y los hijos no suelen ser de la misma opinión que los padres. Pero pasar de camisa vieja a independen­tista en dos o incluso tres generacion­es no deja de ser una pirueta del destino digna de, al menos, alguna reflexión. Y hoy, cuando algunos hasta publican las listas de los malos catalanes y otros, cuando van hacia la cárcel, desean que por fin triunfe el bien sobre el mal (¡qué grande es Junqueras!), habría tal vez que reivindica­r una vez más, otra vez, hasta que nos duela y se nos caiga la lengua, un espíritu de concordia y entendimie­nto que nos aleje de los nacionalis­mos de todo tipo, pelaje y condición. Que nos lleve más allá de consignas, banderas, uniformes y movilizaci­ones. Que nos permita superar este momento cainita y profundame­nte estúpido, esta taza de caldo doble que sabe a ricino y a sangre.

Unos, en el resto de este viejo reino de España, han dejado de beber Vichy porque es catalán. Y cada vez soportan peor su adjetivo. Y otros, aquí, reniegan de Vichy porque es un símbolo de colaboraci­onismo y entrega. Y, sin embargo, el agua sigue siendo salutífera y continúa siendo una gran aliada para superar las digestione­s pesadas. Como la que nos espera.

Desfile militar franquista en Barcelona en 1939

 ?? UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY ??
UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain