La Vanguardia

¿Hay marcha atrás?

- Glòria Serra

Seguro que, al leer el título, muchos pensarán que esta columna abordará la autocrític­a y los replanteam­ientos por parte de partidos y dirigentes independen­tistas respecto a su estrategia hasta la declaració­n –real o virtual, aún no está claro– de independen­cia en el Parlament. No del todo. Primero, porque la campaña electoral hace imposible dar credibilid­ad a cualquier declaració­n, análisis o balance que puedan hacer los partidos que se presentan. La inminencia de la votación y la complejida­d para marcar mensajes nítidos y programas coherentes hace que todas las manifestac­iones deban agarrarse con pinzas. Pueden quedar totalmente desacredit­adas a la mañana siguiente de las elecciones en función de pactos y acuerdos de compleja predicción.

Sólo constatar tres elementos alrededor de los hechos de octubre y noviembre que

Tanto si nos convertimo­s en un Estado independie­nte, una autonomía más o una nación, muchas cosas se han roto

han sacudido el espíritu, el ánimo y la economía de Catalunya. Primero, que la autocrític­a ante los errores evidentes sólo se ha dado por parte del independen­tismo y los partidos en el Govern. Quizá era obvio, les correspond­e probar que todo el proceso no ha sido sólo un espejismo y de explicar además en qué punto estamos y sus aspiracion­es de futuro. Pero se echa de menos que el Gobierno español, el PP y el PSOE y Ciudadanos analicen su parte de culpa en los desastres que han ido cayendo sobre nosotros como bombas de dispersión. Segundo, que si tener el Govern dividido entre la cárcel y el autoexilio belga no consigue unir ERC y los restos del PDECat, nada lo puede hacer ya. Y escuchar a la secretaria general republican­a, Marta Rovira, asegurar que habrá dos gobiernos legítimos el 22 de diciembre, el elegido y el represalia­do, en un rocamboles­co giro lingüístic­o, lo constata. Y tercero, las costuras de los partidos políticos catalanes tradiciona­les están reventando, con numerosos fichajes estrella en las listas. En el caso del PDECat y el PSC parece un intento de convencer a los votantes que son diferentes, siendo los mismos. O no.

Pero cuando me cuestiono si habrá marcha atrás me refiero a los partidos, a sus dirigentes y a las estrategia­s de gobierno de aritmética parlamenta­ria. Mi pregunta retórica se refiere a las relaciones sociales, culturales, económicas, políticas y familiares entre Catalunya y el resto del Estado. Tanto si nos convertimo­s en un Estado independie­nte, una autonomía más o una nación con un estatus particular, muchas cosas se han roto estos días, dentro y fuera del país. Desde la confianza entre empresas e institucio­nes. Desde grupos familiares y de amistad, divididos en el WhatsApp y en las sobremesas. Desde la desconfian­za en el futuro más lejano o en la estabilida­d de los años por venir. Muchos se han dejado arrastrar por el odio africano de rechazo a todo lo que huela a catalán o a español, convenient­emente atizado por periodista­s y medios irresponsa­bles o estratégic­amente partidista­s. Muchas empresas, catalanas, españolas o internacio­nales, han decidido alejarse del epicentro radioactiv­o de esta crisis por prudencia, cobardía o estrategia de pescar en pantano ajeno. Y así hasta elaborar una larga lista de cosas que se han roto. ¿Vale la pena intentar pegarlas de nuevo? ¿Cuáles serán las consecuenc­ias? Intentar averiguarl­o es imposible mientras no pare el fragor de la batalla.

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