¿Hay marcha atrás?
Seguro que, al leer el título, muchos pensarán que esta columna abordará la autocrítica y los replanteamientos por parte de partidos y dirigentes independentistas respecto a su estrategia hasta la declaración –real o virtual, aún no está claro– de independencia en el Parlament. No del todo. Primero, porque la campaña electoral hace imposible dar credibilidad a cualquier declaración, análisis o balance que puedan hacer los partidos que se presentan. La inminencia de la votación y la complejidad para marcar mensajes nítidos y programas coherentes hace que todas las manifestaciones deban agarrarse con pinzas. Pueden quedar totalmente desacreditadas a la mañana siguiente de las elecciones en función de pactos y acuerdos de compleja predicción.
Sólo constatar tres elementos alrededor de los hechos de octubre y noviembre que
Tanto si nos convertimos en un Estado independiente, una autonomía más o una nación, muchas cosas se han roto
han sacudido el espíritu, el ánimo y la economía de Catalunya. Primero, que la autocrítica ante los errores evidentes sólo se ha dado por parte del independentismo y los partidos en el Govern. Quizá era obvio, les corresponde probar que todo el proceso no ha sido sólo un espejismo y de explicar además en qué punto estamos y sus aspiraciones de futuro. Pero se echa de menos que el Gobierno español, el PP y el PSOE y Ciudadanos analicen su parte de culpa en los desastres que han ido cayendo sobre nosotros como bombas de dispersión. Segundo, que si tener el Govern dividido entre la cárcel y el autoexilio belga no consigue unir ERC y los restos del PDECat, nada lo puede hacer ya. Y escuchar a la secretaria general republicana, Marta Rovira, asegurar que habrá dos gobiernos legítimos el 22 de diciembre, el elegido y el represaliado, en un rocambolesco giro lingüístico, lo constata. Y tercero, las costuras de los partidos políticos catalanes tradicionales están reventando, con numerosos fichajes estrella en las listas. En el caso del PDECat y el PSC parece un intento de convencer a los votantes que son diferentes, siendo los mismos. O no.
Pero cuando me cuestiono si habrá marcha atrás me refiero a los partidos, a sus dirigentes y a las estrategias de gobierno de aritmética parlamentaria. Mi pregunta retórica se refiere a las relaciones sociales, culturales, económicas, políticas y familiares entre Catalunya y el resto del Estado. Tanto si nos convertimos en un Estado independiente, una autonomía más o una nación con un estatus particular, muchas cosas se han roto estos días, dentro y fuera del país. Desde la confianza entre empresas e instituciones. Desde grupos familiares y de amistad, divididos en el WhatsApp y en las sobremesas. Desde la desconfianza en el futuro más lejano o en la estabilidad de los años por venir. Muchos se han dejado arrastrar por el odio africano de rechazo a todo lo que huela a catalán o a español, convenientemente atizado por periodistas y medios irresponsables o estratégicamente partidistas. Muchas empresas, catalanas, españolas o internacionales, han decidido alejarse del epicentro radioactivo de esta crisis por prudencia, cobardía o estrategia de pescar en pantano ajeno. Y así hasta elaborar una larga lista de cosas que se han roto. ¿Vale la pena intentar pegarlas de nuevo? ¿Cuáles serán las consecuencias? Intentar averiguarlo es imposible mientras no pare el fragor de la batalla.