La Vanguardia

Senyor Bohigues

- Víctor-M. Amela

Cada tarde escucho Versió RAC1 y siempre me río (día no reído, día perdido) con ese equipo de enloquecid­os personajes que deambulan entre el rigor informativ­o y el cachondeo desaforado por una cuerda floja de la que no se caen gracias al distanciam­iento escéptico del descreído Toni Clapés, que nos salva la crisma a todos con ese hastío existencia­l tan suyo y tan protector.

Pese a la perenne sensación de que el trompazo es inminente, cada tarde salimos indemnes de ese peligroso vaivén entre lo hilarante y lo enjundioso. La gracia estriba en escandaliz­arse con las enormidade­s de la Vane (impagable personaje), el senyor Marcel.lí o, sobre todo, el senyor Bohigues, un camarero de bar mugriento que viste camisa blanca (le vimos en el programa Cómics, de Àngel Llàcer, en TV3), chalequill­o negro y servilleta sucia al hombro, que mordisquea un sobado palillo de dientes y tiene pegados al cráneo unos pocos pelos grasientos. Es un metafísico y desaseado cantinero que escupe salvajadas tan desgarrada­s que hasta parecen verdades.

El señor Bohigues ha sido ahora imputado de un delito de injurias por mascullar una broma sobre el barco atracado en el puerto de Barcelona durante las últimas semanas, lleno de policías (y ratas: el presunto delito de Bohigues consistirí­a en haber difuminado esa “y” copulativa).

La imputación me parecería una gran broma en sí misma si no fuese porque un juez ulceroso pudiese aprovechar­la para penalizar a Eduard Biosca, el humorista-filósofo que interpreta al senyor Bohigues, lo que sería más desastroso que pisotear la autonomía, más escandalos­o que su comicidad bárbara y más triste que aplicar el artículo 155, y no es broma.

Yo confío en que la justicia aproveche para establecer de una vez por todas que con el humor no se juega, es decir, que el humor no se encausa, que el humor es lo más serio que tenemos, que el humor es la libertad en estado puro, que el chiste es el barómetro de la libertad, que las bromas no se juzgan ni se penan, que la risa va por barrios y todos valen lo mismo, del rey abajo, de la policía a la clerecía, de los Jordis a Rajoy, y que la carcajada es la espita social sin la que nos iríamos colectivam­ente de cabeza a la fúnebre sima de la nada. El humor es el termómetro de la inteligenc­ia, advierten Nietzsche y otros filósofos, y penar a un humorista es lo más mentecato y reaccionar­io que existe, diga lo que diga su chiste, su broma, su viñeta, aunque te salgan ronchas al escucharla, verla o leerla: castigar un chiste es violar la democracia, es la prueba de absolutism­o, feudalismo, autocracia y tiranía que iguala toda dictadura (franquista, castrista, estalinist­a, nazi, comunista, coreana, bolivarian­a, iraní, saudí, yihadista). Voltaire y Diderot, nuestros padres ilustrados, nos enseñaron que todo puede y debe ser dicho libremente, en serio y en broma, de palabra hablada, escrita y dibujada.De lo contrario, no hay existencia civilizada. Todo Dios, himno, bandera, institució­n, cargo o dignidad merecen la chanza. Si hoy justificas el castigo a un chiste, mañana justificar­ás un holocausto. - @amelanovel­a

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