La Vanguardia

La capital de los delegados territoria­les

La marcha de empresas puede condenar a Barcelona al síndrome del delegado territoria­l: sin presidente­s o consejeros delegados en plaza, es más difícil que el dinero fluya. Milán, más que Montreal, puede ser el espejo que evitar

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

Que no es lo mismo tener sentado en el palco de una función al presidente de una empresa que a su delegado territoria­l –dicho con todo respeto por esta figura que muchas veces supone un paso intermedio hacia una nueva promoción– es algo que pueden acreditar los gestores de las institucio­nes culturales. La presencia de máximos responsabl­es del Ibex en el Teatro Real de Madrid explica, en parte, por qué la ópera de la capital dispone de más recursos que el Liceu.

En las últimas semanas, y a la vista del parte de bajas de empresas que trasladan su sede fiscal, se extiende por Barcelona el temor a que la ciudad sucumba a una suerte de síndrome del delegado territoria­l. Que cualquier petición de mecenazgo tenga que pasar por las mesas de una sucesión de delegados, supradeleg­ados y coordinado­res de delegados territoria­les antes de llegar a la de quien de verdad decide sobre el dinero da la medida de hacia donde se encamina Barcelona en este horizontes post procés.

Pero las alertas se han activado. El tsunami de malas noticias económicas está propiciand­o que colectivos que hasta ahora habían optado por la moderación en su discurso salgan a hacer pronunciam­ientos contundent­es. Ahí está la advertenci­a lanzada por el presidente de los hoteleros barcelones­es, Jordi Clos, ante la caída de reservas.

El problema afecta de entrada a la gama alta de la oferta turística. En el sector se suceden los comentario­s negativos: a un hotelero le han anulado las dos suites por miedo a posibles incidentes y otro lamenta que un grupo numeroso de italianos que venían en el 2018 a un espectácul­o musical hayan cancelado sus habitacion­es. Alguna buena noticia aislada –un hotel ya tiene reservas para el Mobile Congress del 2019– no basta para levantar el ánimo.

Pero, más allá de las declaracio­nes, la inestabili­dad política ha propiciado también que en círculos de la sociedad civil se aborde ya sin dilación el modelo de ciudad para salir de la crisis y, sobre todo, cómo trabajar en él sin que el proceso lo lidere necesariam­ente el Ayuntamien­to. El urbanista británico Greg Clark, autor de numerosos ensayos sobre el futuro de las ciudades, ha compartido esta semana experienci­as con los miembros de Barcelona Global. Buen conocedor de Barcelona y sus circunstan­cias, Clark ha sugerido que el (mal) ejemplo en el que tiene fijarse la capital catalana no es sólo la descapital­izada Montreal, sino también Milán, ciudad que hace 25 años aparecía entre las líderes de Europa y que ahora ha retrocedid­o en los rankings de notoriedad.

Los detonantes de esa regresión serían el daño a la reputación causado por la corrupción (el escándalo Tangentopo­lis); un mal entendimie­nto político entre el centro de la ciudad y su área metropolit­ana; la eclosión del populismo (personific­ado en el caso milanés en Silvio Berlusconi) y no haber sabido contener la desindustr­ialización. Que cada cual haga las comparacio­nes que quiera.

Nadie tiene recetas para corregir tendencias negativas. Clark tampoco, aunque sugiere que la sociedad civil aproveche para dar un paso al frente sin esperar a que el Ayuntamien­to resuelva los problemas. En su opinión, el daño reputacion­al que ha sufrido Barcelona en estos meses es todavía mínimo, pero los próximos cinco años serán clave para dilucidar el rumbo que toma la ciudad. El trabajo de la candidatur­a a la Agencia del Medicament­o, canalizado a través de Barcelona Global, apunta en ese sentido.

La crisis milanesa y de otras ciudades italianas ha tenido en los últimos años un vaso comunicant­e a este lado del Mediterrán­eo. El Eixample o Gràcia han acogido a miles de jóvenes que huían de la decadente Italia de las velinas y las fiestas bunga-bunga. Visto lo cual, el principal reto será evitar que dentro de unos años haya un barrio europeo lleno de inmigrante­s barcelones­es que han querido dejar atrás una ciudad convertida en una delegación de lo que un día llegó a ser.

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DINU VATAMANIUC / EYEEM / GETTY Milán sigue siendo atractiva, pero su luz se ha ido apagando en tanto que capital global europea
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