Infidelidad anual
Un cop l’any Autor: Bernard Slade Dirección: Àngel Llàcer Intérpretes: Mar Ulldemolins y David Verdaguer Lugar y fecha: Teatre Poliorama (13/XI/2017) Hasta el 11/II/2018
Bernard Slade escribía blancos guiones de televisión para ganarse la vida y obras de teatro agridulces para sentirse libre como autor. Pero fue una comedia (Same time, next year) estrenada en Broadway en 1975 la que le libró de las preocupaciones económicas. Un cop l’any fue un éxito rotundo. El público se sentía identificado con la romántica historia de un adulterio que se extiende durante las dos décadas y media que transformaron de arriba abajo la sociedad norteamericana.
Infidelidad de cita única (un fin de semana al año) mientras el país se zafa del conservadurismo macartista, abraza la revolución flower power y atisba el regreso de Ayn Rand. El tiempo: una constante en su dramaturgia. El espectador, testigo privilegiado de la maduración de los personajes. Adultos que pese a los obstáculos de la vida mantienen la esperanza en un final feliz. Incluso en plena crisis personal hay un salvador contrapunto de humor.
La adaptación de Hèctor Claramunt traslada ese periodo de profundo cambio a un entorno reconocible: de la muerte de Franco al nuevo siglo. La mudanza funciona salvo por el detalle de que EE.UU. de 1975 era bastante más inocente –a pesar de Vietnam– que la España del 2000, ya con un alto grado de cinismo. Pero los protagonistas –y sus cándidas neurosis– siguen funcionando según las lejanas coordenadas originales. Incluso se fuerza con una pirueta argumental el perfil del hombre en su confesión más dramática para mantener el efecto espejo de la versión catalana.
Consideraciones menores para una dirección de escena de Àngel Llàcer que tiene subrayada una única palabra en su cuaderno: comedia sentimental. Cuenta con la pareja perfecta para este sencillo propósito. David Verdaguer y Mar Ulldemolins están encantadores. Una pareja compenetrada en unas interpretaciones sin mucho riesgo y algo old-fashioned que encajan con un texto sin pretensiones de modernidad –como en el estreno, hace 40 años– para un público de mediana edad que se puede sentir tocado por la nostalgia e interpelado por el romanticismo idealizado de una canita al aire sin consecuencias.
Ayuda también el fantástico despliegue audiovisual –gran mapping de Francesc Isern– que hace de máquina del tiempo entre escenas. Todas las canciones, grandes personajes, pequeños mitos, películas y series que nos han acompañado tanto tiempo y guardamos como tesoro.