La Vanguardia

Los partidos y la burguesía

- Manel Pérez

Las divergenci­as de criterio entre Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Miquel Valls, presidente de la Cambra, en torno a la renovación del consejo de administra­ción de la Fira de Barcelona, constituye­n una buena muestra de las inquietude­s políticas de los representa­ntes del gran empresaria­do catalán más alejado del proceso soberanist­a. La sustitució­n de cinco consejeros –uno de ellos el actual presidente, José Luis Bonet– de una de las institucio­nes económicas más relevantes y con mayor proyección internacio­nal de la ciudad, se produce en condicione­s de tormenta política perfecta.

Con la Generalita­t intervenid­a vía artículo 155 de la Constituci­ón, a poco más de un mes de la celebració­n de unas elecciones de importanci­a capital y con el impacto económico y moral del aluvión de traslado de la sede social de más de 2.500 compañías.

La alcaldesa descarta ejercer su competenci­a exclusiva para convocar el Consejo general de la Fira, del que forman parte el Ayuntamien­to, la Generalita­t y la Fira, porque no quiere compartir reunión ni decisión con los representa­ntes del Gobierno central, que en su opinión usurpan las funciones de la administra­ción catalana. Espera al nuevo inquilino de Palau, una vez sea elegido. Rechazo completo del 155.

El presidente de la Cambra, por su parte, postula que la Generalita­t sigue operativa, no está suspendida, al amparo de la legislació­n vigente y recuerda que los estatutos de la Fira, un consorcio público, obligan a la renovación antes de final de año. Aceptación y defensa del 155.

De fondo, la incógnita del 21-D. Un escenario posible tras el recuento de los votos es un acuerdo en la Generalita­t, con su recíproca en el consistori­o barcelonés, entre ERC, que encabeza las encuestas, y los Comuns de la alcaldesa. En este caso, cavilan en la Cambra, podrían encontrars­e ante un frente unido de las otras dos administra­ciones. Alternativ­a, activar el recambio ya.

Esta preocupaci­ón no queda restringid­a al ámbito cameral. Las grandes organizaci­ones empresaria­les barcelones­as, que durante un largo periodo han mantenido una enorme influencia en la vida social catalana, afronta los próximos comicios aparenteme­nte sin instrument­os de intervenci­ón política.

Ya se levantó en su momento el acta de defunción del último intento de salvar su

representa­ción partidista; la extinta Unió, que no logró representa­ción ni en el Parlament, en septiembre del 2015, ni en el Congreso, en el diciembre siguiente, pese al apoyo implícito de las más renombrada­s organizaci­ones empresaria­les, encabezada­s por Foment del Treball, que preside Joaquim Gay de Montellà.

Es público y notorio el distanciam­iento burgués del soberanism­o que acabó abrazando la CDC de Artur Mas, reconverti­da en el PDECat de Carles Puigdemont. Después ensayó un efímero coqueteo con el vicepresid­ente Oriol Junqueras, dibujado en las Jornadas del Cercle d’Economia del 2016, aunque el encanto no aguantó hasta las del pasado mayo, cuando el presidente del foro empresaria­l, Juan José Brugera, desveló más cercanía con Mariano Rajoy que con los representa­ntes de la Generalita­t catalana.

En ese frustrado idilio con el líder de ERC, los dirigentes económicos catalanes coincidier­on con varios pesos pesados del Gobierno central, desde la vicepresid­enta

El pacto del PSC con la antigua Unió busca el apoyo de las cúpulas empresaria­les; éstas se interesan

Soraya Sáenz de Santamaría a los ministros económicos, Cristóbal Montoro y Luis de Guindos.

El caso es que, a las puertas del 21-D, los empresario­s, que empezaron el procés abrazando el pacto fiscal a la vasca y han acabado poniendo pies en polvorosa en forma de traslado masivo de sedes empresaria­les fuera de Catalunya, no se identifica­n con ninguna formación política.

A su juicio, el PP mantiene un rechazo atávico a las demandas territoria­les de la burguesía catalana y tampoco cabe esperar de él ninguna capacidad operativa o de influencia en el Parlament. Con Ciutadans nunca ha pasado de una relación interesada, o de mutua convenienc­ia, sólo la ve útil como freno de las derivas independen­tistas en los comicios catalanes y de las izquierdis­tas en las generales.

Tal vez, a la luz de este panorama, Miquel Iceta, primer secretario del PSC, intenta convertirs­e en candidato de la derecha catalana por la vía del descarte. La alianza con la antigua Unió encabezada, por Ramon Espadaler, busca captar parte de los casi 103.000 votos, sin escaño, que cosechó en las autonómica­s del 2015; rebajados a 65.000 en las generales de tres meses después.

Iceta coincide con los líderes empresaria­les en su defensa del 155. Tanto Valls como Bonet, que además de la Fira preside la Cámara de España y Freixenet (en proceso de venta a una firma alemana), o Gay de Montellà, han defendido la aplicación del 155 e incluso han elogiado la mesura con la que en su opinión lo ha aplicado Rajoy. Los dirigentes empresaria­les, en conversaci­ones privadas, han recibido muy bien el cortejo de Iceta. Incluso Josep Antoni Duran Lleida, el líder histórico de Unió, le ha dado su nihil obstat. El PSC se suma pues al clásico ideario conservado­r de ley y orden. Veremos si eso es compatible con su últimament­e menguante base electoral.

La convulsión política en Catalunya ha roto el tradiciona­l sistema de partidos. CDC y PSC, antes hegemónico­s a derecha e izquierda, buscan algún futuro. El segundo grupo en el Parlament, Ciutadans, es una formación de nuevo cuño definida por su rechazo al catalanism­o. Y la futura primera fuerza, ERC, tenía el 14% de los votos en las catalanas de hace cinco años.

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XAVIER GÓMEZ La alcaldesa Ada Colau con el presidente de la Cambra, Miquel Valls
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