La Vanguardia

EL PÉNDULO TAHITIANO

La Polinesia, dividida entre seguir ligada a Francia o cortar amarras, espera en primera fila el efecto dominó que puede surgir de la consulta independen­tista de Nueva Caledonia del próximo año

- FELIP VIVANCO Papeete (Tahití) Enviado especial

La Po inesia esp av rel po e efec do nó consulta independen de Nueva Caledonia.

Una bandera deshilacha­da ondea en la entrada de una casa al sur de Raiatea, una de las 118 islas que forman la Polinesia Francesa, extensión en la que cabe Europa entera y que muchas veces se asocia a su isla principal, Tahití; a la más famosa, Bora Bora; a Las Marquesas, donde están enterrados Paul Gauguin y Jacques Brel; o a Mururoa, el atolón que fue escenario de 179 pruebas atómicas hasta 1995.

La bandera parece la argentina, pero en vez de sol hay cinco estrellas que representa­n los archipiéla­gos de este territorio que desde los 70 se debate entre el autonomism­o amplio, mayoritari­o, y el independen­tismo, con un apoyo popular menor, pero fiel y arraigado.

Otra bandera albicelest­e, desgastada y además descolorid­a, luce con otra de las Naciones Unidas en el cruce de las avenidas Tavararo y Nelson Mandela, en la municipali­dad tahitiana de Faa’a, la más poblada de todas las islas, incluso más que la capital, la vecina Papeete. Los dos emblemas flanquean una estela con una inscripció­n que recuerda a los tahitianos caídos “por proteger su isla y su independen­cia” en una batalla de 1844 contra las tropas francesas. Cuatro años más tarde, Tahití se convertirí­a en protectora­do.

Hoy en día, y desde 1946, es territorio de ultramar que se rige por una asamblea con 57 diputados y que presenta un récord de inestabili­dad política que la ha llevado a tener 13 gobiernos distintos en 11 años (2004-2014). “Uno cada cuatro meses”, suelen recordar con ironía los paisanos. El juego de sillas y mayorías prosigue, pero el presidente, Édouard Fritch (Agrupación para una mayoría autonomist­a), sigue en su puesto.

En las últimas semanas, la Polinesia Francesa mira con telescopio a

lo que se cuece en los despachos del Elíseo: el reciente “yo no soy Papá Noel” de Emmanuel Macron en la Guyana es un mensaje a todos los territorio­s ultramarin­os de que se acabó hacer la carta a los Reyes Magos. Por otro, los cinco archipiéla­gos observan de reojo las maniobras políticas que se dibujan en la vecina Nueva Caledonia, donde el sentimient­o independen­tista y los conflictos económicos y raciales con la metrópolis están más a flor de piel que en Polinesia. La organizaci­ón de un referéndum de autodeterm­inación que debe realizarse antes de un año, tal y como se pactó en los Acuerdos de Nouméa de 1998, ocupa tertulias radiofónic­as y muchas páginas en todas las cabeceras de Papeete: La Depêche, Tahiti Infos, Tahiti Pacifique…

Intelectua­les, políticos, economista­s y pequeños empresario­s, analizan para La Vanguardia las oportunida­des y peligros de una hipotética separación total o parcial de la Polinesia Francesa y el influjo no sólo de la consulta caledonia, sino también del referéndum previsto para junio del 2019 en la isla Bougainvil­le (Papúa Nueva Guinea).

“La independen­cia total me parece difícilmen­te viable”, asegura Laura Theron, asesora de empresas en Tahití, donde la presencia de nuevas firmas y trabajador­es autónomos va en aumento después de unos años de crisis (2009-2015). En ese periodo, en las islas se perdieron 9.000 empleos de los 70.000 que existen ahora. “Venimos de una crisis política de envergadur­a con cambios de gobierno constantes. Al mismo tiempo, los fondos y las subvencion­es de la Métropole han bajado. Además –agrega Theron– hay que tener en cuenta que, aunque el sistema de educación y sanidad es el mismo que en Francia, aquí no existe el subsidio de desempleo”.

El nivel de vida es muy elevado, sobre todo en las islas pobladas. Un paseo por los puestos del mercado de Papeete o el de Fare, la capital de la isla vecina de Huahiné, revela que los productos de primera necesidad pueden doblar y hasta triplicar los del mismísimo París. La presencia de muchos funcionari­os venidos del Hexágono, con sueldos muy elevados, y las décadas de vacas gordas explican el índice de precios, que condena a poco más que la subsistenc­ia a una parte de la población. “Hay que recordar –completa Laura Theron– que entre mitad de los 60 y mitad de los 90 se llevaron a cabo en las islas 200 pruebas nucleares. Las compensaci­ones inflaron artificial­mente la economía”.

De vuelta a Faa’a, feudo del movimiento independen­tista (también de mucha gente humilde),Tara Athe, una pequeña empresaria de transporte­s, cree que la independen­cia “no sólo es factible, sino necesaria. Estamos hartos de los chanchullo­s de París –exclama–. Podemos salir adelante, somos un país rico, tenemos pesca, perlas, piedras preciosas, cada vez hay más gente con estudios”, defiende. Lo cierto es que los independen­tistas han gobernado la Asamblea en varias ocasiones de la mano de su líder histórico, Oscar Temaru, ahora diputado, con buenos contactos en Naciones Unidas y, además, alcalde casi vitalicio de Faa’a: ostenta el cargo desde 1983. Sin embargo, para gobernar, Temaru siempre ha ido coaligado con otros partidos no soberanist­as.

Las mayorías parlamenta­rias son algo líquido en Polinesia, se suelen escurrir entre las manos. Funcionan como un péndulo mal calibrado o como un yoyó con arritmia. “Entre el partido independen­tista de Temaru (Tavini Huiratiraa, Partido de los Servidores) y el del presidente autonomist­a Gaston Flosse (Tahoeraa Huiratiraa, Unión Popular Republican­a) se escribe la historia política autóctona”, explica de manera muy sucinta Soumia Handachy, concejala de Papeete por el Taatira No te hau (Agrupación por la paz), que representa a la minoría china establecid­a en las islas desde el siglo XIX y que dirige el diputado Charles Fong Loi. Este es ahora aliado del actual presidente, Fritch, que a su vez fue yerno y delfín de Flosse, al que sustituyó cuando el propio Flosse, presidente cinco veces, fue condenado por corrupto. Esto sólo es un puzle-laberinto muy resumido.

Hay dos opiniones que abundan no importa cuál sea la isla visitada, ya en las calles bien asfaltadas de la florecient­e Raiatea o en las parcheadas de la humilde Huahiné o en la villa tahitiana de Punaauia. Una es que los independen­tistas no estuvieron a la altura de los circunstan­cias cuando ostentaron el poder y dividieron más la sociedad entre autóctonos y foráneos. La otra es que si el referéndum triunfa en Nueva Caledonia, puede haber un efecto dominó.

Es un hecho: cuando el periodista anuncia de donde viene, el interlocut­or le pregunta sobre las últimas noticias acaecidas en Catalunya con el procés cuando no las explica directamen­te. “¿Sabe que han encarcelad­o a los consellers?”, anuncia con naturalida­d la venerable Julianne Chunne, –“quinta generación de chinos en Papeete”, informa orgullosa–, una señora que regenta una tienda de ropa: precios tahitianos y mobiliario que tal vez se remonte, en efecto, a la primera generación familiar.

“La cuestión de Nueva Caledonia influye y está sobre la mesa”, confirma Manu de Schoenberg, asesor parlamenta­rio del partido independen­tista durante años en la Asamblea, sita en uno de los pocos parques urbanos de Papeete, que frecuentab­a el pintor Paul Gauguin cuando acudía a una taberna ya desapareci­da situada junto a un árbol que aún resiste en pie. “Lo que está claro –apunta De Schoenberg– es que, en términos geoestraté­gicos, Polinesia es básica para Francia: no sólo porque así está cerca de Asia y Australia, sino porque se erige en el segundo país con más porción de océano del mundo”.

Otra visión de los que defienden que la vía autonomist­a se impone como la más adecuada es analizar qué ha pasado en las últimas décadas con los archipiéla­gos que se han independiz­ado total o parcialmen­te de las antiguas metrópolis. “Los ejemplos de Vanuatu o de las Islas Cook demuestran que la independen­cia puede llegar a ser muy problemáti­ca”, apunta Margot de Chaptal, empresaria que organiza congresos en Papeete.

Con una población parecida a la de la Polinesia Francesa (270.000 habitantes), Vanuatu, un archipiéla­go de 82 islas situado entre Nueva Caledonia y Fiji, se independiz­ó de Francia y Gran Bretaña en 1980 después de una década de reivindica­ciones soberanist­as. Hoy en día atrae turismo y es un paraíso fiscal, pero aún sigue recibiendo decenas de millones de dólares de ayuda (en ocasiones humanitari­a por los estragos de los ciclones) por parte de Francia, Australia, Nueva Zelanda o China. Su economía se sigue basando en la agricultur­a y la pesca, en parte, de subsistenc­ia.

Para los observador­es tahitianos, el camino político de las Islas Cook está a medio camino entre seguir ligado a la metrópolis o soltar todas las amarras. El archipiéla­go, también un paraíso offshore, es soberano y a la vez un Estado asociado a Nueva Zelanda, con quien comparte ejército y relaciones internacio­nales, si bien hace unos años, la ONU lo reconoció como miembro de pleno derecho en lo que a asuntos exteriores se refiere.

¿Autonomía amplia? ¿Independen­cia parcial? ¿Total? ¿Estado asociado? El péndulo polinesio sigue un compás irregular y un ritmo imprevisib­le. “Nuestra política es complicada”, apostilla Soumia Handachy. En efecto, más allá de los cocoteros y debajo de la arena blanquísim­a de las playas están los adoquines de la realidad de los territorio­s franceses de ultramar.

Las islas ocupan un área similar a Europa, sin ellas Francia dejaría de ser potencia oceánica

Además del de Nueva Caledonia, Bougainvil­le prepara otro voto para separarse de Papúa

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MANÉ ESPINOSA Fare. Unas chicas miran sus móviles en el puerto de la capital de la isla de Huahine, que en el pasado se caracteriz­ó por tener un acusado sentimient­o antifrancé­s
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MANÉ ESPINOSA Maiatea. Hora del surf al sur de Tahití, muy cerca de donde vivió el pintor Paul Gauguin y con el islote de fondo, donde James Norman Hall escribió El motín del Bounty
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MANÉ ESPINOSA Fara’a. La comuna más poblada y granero de votos del independen­tismo. La bandera albicelest­e ondea en la avenida Mandela junto a la estela que recuerda una batalla de 1844 contra los franceses

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