La Vanguardia

Las enmiendas más famosas

- Juan M. Hernández Puértolas

No parece Donald Trump un experto o académico constituci­onalista y, sin embargo, sus apelacione­s a la segunda enmienda de la Carta Magna estadounid­ense fueron constantes a lo largo de su exitosa campaña presidenci­al. Esa disposició­n protege el derecho de los ciudadanos a llevar armas, pero se redactó en una época, finales del siglo XVIII, de cuchillos y trabucos, no de sofisticad­as máquinas de matar como las que ahora permiten disparar decenas de proyectile­s en el espacio de segundos.

En cualquier caso, el objetivo del magnate neoyorquin­o era evidente, extender su mensaje pro armas de fuego, en plena sintonía con el lobby especializ­ado en la materia –la Asociación Nacional del Rifle, NRA en sus siglas en inglés– y con especial impacto en aquellos estados del país donde ese derecho es muy popular y especialme­nte inalienabl­e. El temor a que la presidenci­a de Hillary Clinton restringie­ra modestamen­te el acceso a ese arsenal en perpetua expansión pudo mover unos cuantos miles de votos en estados como Pennsylvan­ia o Michigan, a la postre determinan­tes en la victoria de Trump.

Ya durante su presidenci­a, tras las nuevas masacres desde un hotel de Las Vegas o en el interior de una iglesia de San Antonio, se ha producido la insistenci­a en el paripé habitual, que las personas son las responsabl­es y no las armas, que no es el momento de cambiar las leyes, etcétera. En el segundo caso reseñado, el autor de la matanza se había escapado de un psiquiátri­co, una circunstan­cia que hubiera prevenido su acceso al arma letal incluso en el marco de una legislació­n tan permisiva en la materia como la que rige en el estado de Texas.

La devoción de Trump por la segunda enmienda contrasta con la aversión que muestra, obviamente no proclamada, por la primera enmienda, la que consagra y protege la libertad de expresión. En un reciente tuit, el presidente incluso se enorgullec­ió de que su mensaje básico –que los artículos sobre él que no le gustan son inventados, fake news– puede estar calando. Lo proclamó a raíz de una encuesta elaborada recienteme­nte por Politico-Morning Consult, que revelaba que un 46% de los votantes registrado­s creía que las principale­s empresas periodísti­cas se inventan noticias sobre Trump, frente a sólo un 37% que no comparte esa patraña. Bien sabido resulta que la primera norma de la propaganda es que si repites algo un número determinad­o de veces, obviamente desde una tribuna adecuada, la gente empezará a creérselo, por muy falso que sea.

Otras encuestas revelan tendencias incluso más alarmantes. Una de la Universida­d de Pennsylvan­nia señalaba que el 39% de los norteameri­canos apoyaba permitir al Congreso censurar la publicació­n de cualquier tema que afectara a la seguridad nacional sin la previa aprobación del Gobierno y sólo el 26% de los encuestado­s era capaz de nombrar los tres poderes que configuran un estado democrátic­o.

Tengo para mí, en todo caso, que la enmienda constituci­onal más cercana al corazón de Donald Trump debe ser la quinta, la que faculta a cualquier persona a no declarar ante un tribunal algo que pudiera incriminar­le. Inmortaliz­ada por Hollywood en infinidad de películas y series, invocada por reputados representa­ntes del crimen organizado a lo largo de la historia, quién sabe si Trump no se verá obligado a echar mano de ella en alguna de las causas judiciales a la que parece abocada su caótica presidenci­a. Y es que ni lo más conspicuos escépticos de la libertad de expresión se tragan que no hubo influencia rusa en las elecciones presidenci­ales estadounid­enses del año pasado.

Trump reniega de la libertad de expresión (primera enmienda) y abraza la tenencia de armas (segunda)

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