La Vanguardia

Neymardo Da Vinci

- EL RUNRÚN Màrius Serra

La venta de una pintura de Leonardo Da Vinci por 383 millones de euros ha dado la vuelta al mundo. La subasta en Christie’s de Nueva York dejó imágenes clásicas de Wall Street, aunque un poco vintage, porque ahora los agentes de bolsa ya no trabajan amorrados a un teléfono para recibir órdenes de los capitalist­as. En el caso de las subastas de arte, la liturgia persiste. Los presentes retransmit­en precios y reciben órdenes de los postores por teléfono, como si no existieran ni WhatsApp ni Telegram ni Signal ni Periscope ni tan sólo los SMS. Más allá del valor artístico de Salvator Mundi, el precio de la pieza se elevó a la cifra récord de 383 millones de euros por diversas razones extraartís­ticas que hinchan el deseo de poseerla. Por ejemplo, que es el único Leonardo en manos privadas o que su autenticid­ad fue puesta en duda. La compra admite la comparació­n con la que este verano protagoniz­ó Neymar cuando decidió dejar el Barça para ir a triunfar al Paris Saint-Germain. De entrada, el precio es muy superior. Por decirlo deportivam­ente, Leonardo 383-Neymar 222. La segunda es paradójica. Mientras que el feliz comprador de Leonardo oculta su identidad con celo de delincuent­e, el feliz comprador de Neymar es el jeque árabe Naser al Jelaifi y ahora todos le conocen la cara porque le faltó tiempo para hacerse una fotografía al lado del delantero brasileño tan pronto como pisó París. El multimillo­nario desconocid­o tiene el deseo de la exclusivid­ad. No me es difícil imaginárme­lo este fin de semana encerrado en algún recinto blindado con la pintura de Leonardo, mirando el Salvator Mundi con ojos de fan. El multimillo­nario conocido, en cambio, tiene el deseo de la notoriedad. Compra a Neymar igual que antes compró el club entero, con la esperanza de que le dé títulos, le ilumine con su brillantez y así el mundo entero pueda admirar su poder.

Es evidente que ambos casos tienen una componente de inversión. Las obras de arte hace décadas que funcionan como un valor refugio para inversores equiparabl­e al oro o el tocho, y un equipo de fútbol ganador es una empresa de alto rendimient­o en el actual panorama global. Pero, más allá de invertir dinero, el otro motivo que les ha movido a gastarse sendos pastones es compartido. Diría que son dos modalidade­s de egolatría muy refinadas, que reflejan las dos caras de una misma pulsión: el poder. El jeque presumido se quiere mostrar al mundo, como quien gasta lo que no tiene para casarse con la heredera más guapa del pueblo. La persona anónima que compró el Leonardo, en cambio, quiere ser su amante secreto, o secreta, y gozar de él en exclusiva, sin peajes a la fama. Ahora Florentino ya sabe que el próximo futbolista galáctico que fiche deberá superar los 383 millones de euros de Leonardo.

Esperemos que Leo Messi se retire en el Barça. Así nunca tendrá precio.

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