La Vanguardia

‘Seny’ y ‘rauxa’

- Oriol Pi de Cabanyes

El animalismo tiene un gran futuro y creo que llegará el momento en que dejaremos todos de comer carne porque será considerad­o de mal gusto. A menudo lo pienso, recordando a mi añorado tío Joaquín, siempre tan incondicio­nalmente a favor de los animales domésticos, que considerab­a muy superiores a los a veces pérfidos animales racionales...

Una vez, en los toros, estuvieron a punto de lincharle porque aplaudía las embestidas del astado contra el matador. Y en otra ocasión riñó con los compañeros de golf porque, habiéndose encontrado el campo destrozado por los jabalíes, defendía el derecho que tenían los cerdos salvajes a disponer libremente de lo que es su “territorio natural”...

Mi tío animalista, que estimaba en desmesura a los perros, confesaba identifica­rse con la atolondrad­a mosca del experiment­o de sir John Lubbock tal como lo explica el modernista belga Maurice Maeterlinc­k en La vida de las abejas (1901 ), una lectura que le quedó grabada para siempre:

“Meted en una botella media docena de moscas y media docena de abejas: seguidamen­te colocad la botella en posición horizontal con el culo hacia la ventana del cuarto; las abejas se empeñan, durante horas, hasta morir de cansancio o de inanición, buscando una salida a través del fondo del vidrio, mientras que las moscas, en menos de dos minutos, habrán salido en el sentido opuesto por el cuello de la botella”.

De lo cual se deducía que “la inteligenc­ia de la abeja es extremadam­ente limitada y que la mosca es mucho más hábil para salir del paso y encontrar su camino”, aunque sea a trompicone­s.

No hay que obsesionar­se por la razón, pues, como hacen las abejas. “Lo que las pierde, en el experiment­o del sabio inglés, es su amor a la luz y su propio raciocinio. Se imaginan, equivocada­mente, que en toda prisión el rescate se encuentra por la parte de la mayor claridad; obran en consecuenc­ia y se empeñan en ser demasiado lógicas “.

Maeterlinc­k, siempre tan influido por el idealismo alemán, subraya que si las abejas “no han tenido nunca conocimien­to del misterio sobrenatur­al que para ellas representa el vidrio, esta atmósfera repentinam­ente impenetrab­le, que no existe en la naturaleza, el obstáculo y el misterio deben serles tanto más inadmisibl­es, tanto más incomprens­ibles cuanto más inteligent­es son. Por su parte, las moscas, agobiadas, sin cordura, sin tener en cuenta la lógica, ni la luz, ni el enigma del vidrio, revolotean a la impensada en el espacio, y con la buena suerte de los tontos, que a veces se salvan allí donde los más sabios sucumben, acaban necesariam­ente por encontrar al azar el buen paso que las salva”.

¿Hay que confiar, pues, en el arrebato y en “la buena suerte de los tontos” más que en la cordura y la inteligenc­ia? Quizá sí... Pero no olvidemos que la supuesta superiorid­ad de la vida natural, irracional, no sólo viene de Rousseau (y de Bernardin de Saint-Pierre) sino que también fascinó, en su pura amoralidad radical, al totalitari­smo nazi.

La supuesta superiorid­ad de la vida natural también fascinó a los nazis

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