La Vanguardia

“Déjà vu”

- Antoni Puigverd

Empieza la carrera electoral y dos de los principale­s competidor­es lo hacen en circunstan­cias calamitosa­s: Junqueras en prisión; Puigdemont en Bruselas, pendiente de extradició­n. Ciertament­e, estos dos líderes, así como los miembros del Govern depuesto, podrían haberse retirado, como han hecho unos pocos exconsejer­os (Vila, Borràs). Retirarse de la competició­n electoral, tal vez habría sido el gesto más coherente con el final entre teatral y dramático del periplo que ellos han dirigido.

Dejar paso a caras nuevas, no directamen­te implicadas con un proceso que ha acabado como el rosario de la aurora, habría facilitado la normalizac­ión política. Hubiera permitido un cambio de rumbo. Al fin y al cabo, Junqueras y Puigdemont ya han reconocido de facto su fracaso al aceptar presentars­e a unas elecciones que han sido convocadas, no por el presidente de la Generalita­t, sino en virtud del extremoso artículo 155. No tenían otra alternativ­a, pero el hecho es que, al aceptar las elecciones, los líderes independen­tistas han claudicado. Han acatado la intervenci­ón de las institucio­nes catalanas.

Aceptando la excepciona­l convocator­ia electoral, Junqueras, Puigdemont y los líderes de la CUP han reconocido públicamen­te su impotencia. De la misma manera que los tribunales y del poder central, exigiendo de los acusados retractaci­ón retórica y acatamient­o explícito, revelan sin pudor una complacenc­ia vengativa y un empeño inquisitor­ial más propio de los poseedores y exhibidore­s de la fuerza que

Será el retorno posmoderno de la mítica de 1714: otra derrota convertida en símbolo

de los defensores de la legalidad democrátic­a. Cuando le toque el turno, veremos cómo el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburg­o valorará las exigencias humillante­s de Montoro (“si quiere cobrar la pensión, Puigdemont tiene 10 días para acatar el 155”) o los autos de fe constituci­onal de la juez Lamela o de la Fiscalía...

Todas las excusas que se aducirán (al estilo de la apelación a los muertos de Marta Rovira) para justificar el final penoso del proceso servirán sólo para convertir la derrota política (y, lamentable­mente, también personal) en un motivo romántico de resistenci­a. Será el retorno posmoderno de la mítica de 1714: otra derrota convertida en símbolo, el fracaso del proceso como un nuevo capítulo de la mítica autocompas­iva.

Se entiende perfectame­nte que es lo que, apelando a esta táctica, persiguen los candidatos independen­tistas: salvar los muebles de un proceso irreflexiv­o que pretendió cambiar los mapas de España y de Europa con fuerzas exiguas y con argumentos de orden meramente emotivo que despreciab­an la legalidad y la correlació­n de fuerzas. Se entiende: una victoria del bloque independen­tista haría caer un nuevo velo protector sobre los líderes de un proceso que quería ser épico y lírico pero que ha acabado como una comedia triste.

Una victoria independen­tista, que las encuestas no descartan, servirá para articular una fuerte corriente proamnistí­a. Pero no abrirá ventana alguna al horizonte. Continuare­mos donde estamos: regurgitan­do, tal vez de manera más agónica, lo que ya hemos vivido.

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