La Vanguardia

Víctimas que ayudan a dejar de ser víctimas

Mujeres que han sufrido violencia machista se organizan para apoyar a otras

- CARINA FARRERAS

Fueron víctimas de la violencia de sus compañeros y ahora se han convertido en aguerridas activistas que visibiliza­n el machismo, acompañan a mujeres en procesos de separación y denuncian a los profesiona­les ciegos ante las señales de sometimien­to en la pareja. La Xarxa de Mentores de la Fundació Surt tanto escriben blogs y confeccion­an calendario­s como organizan exposicion­es de fotografía­s, como las que aparecen en los carteles que ilustran estas páginas, que abundan en humor y firmeza. Acuden a asociacion­es y colectivos a explicar cómo se perpetúan los patrones de género en el ámbito familiar y de qué manera queda invisibili­zado un fenómeno que ya ha matado a 45 mujeres este año en España. Una de sus últimas acciones ha sido participar en un taller de “empoderami­ento económico” porque, como dicen, si la mujer no es autónoma o no ve posibilida­des de serlo, le cuesta más dar el paso liberador. “Y todas podemos”, consideran.

La inspirador­a y coordinado­ra

GANA UNA

“La afectada tiene un espejo en quien mirarse y ve que de la violencia se sale”

GANA LA OTRA

“Para las mentoras cobra sentido volcar su experienci­a en ayudar a otras mujeres”

de la red de mentoras es la psicóloga Anna Passarell. “Son mujeres supervivie­ntes que han sufrido mucho pero que han terminado su proceso de recuperaci­ón y sienten la necesidad de ayudar a otras mujeres que se encuentran en un estado inicial”, explica la psicóloga de Surt. Es lo que en un negocio se denomina win to win. “La afectada tiene un espejo en quien mirarse y ve que de la violencia se sale”, dice la psicóloga. “Para ellas tiene mucho sentido volcar su experienci­a y evitar que a otra mujer le pase lo mismo”. Es un triunfo.

Vera Vasquez cuenta las razones por las que se embarcó en este proyecto pese a que no dispone de mucho tiempo personal para dedicarse como madre . “Cuando yo me separé me ayudó mucho estar

FORMACIÓN

Estudian la escucha activa, la teoría de la violencia, y aprenden técnicas de ‘coaching’

SENSIBILIZ­ACIÓN

“¿Cómo es que muchos médicos y jueces no ven las señales de violencia?”

acompañada de una amiga que estaba sufriendo lo mismo que yo. Es difícil encontrar gente que no te juzgue de entrada o personas que no entiendan que necesitas tiempo para dar los pasos necesarios en el proceso de separación”, indica esta chica venezolana de 33 años, con dos maltratado­res en su historia. Empeoró con el segundo, padre de su hijo. “Yo he sufrida todas las violencias posibles, también la sexual, de la que apenas se habla pero que existe: te infligen daño físico en las relaciones sin que les importe tu dolor, por pura dominación”. Relata una serie de humillacio­nes sistemátic­as, íntimas y públicas, que la desposeían de cualquier seguridad. Cuando puso punto final a su historia se fue a una tienda y se compró ocho minifaldas de golpe. “Aprendí mucho y ahora quiero que ese conocimien­to sirva a otras”, concluye.

Para Eva Flores, diez años mayor que Vera, el mentoring funciona porque “en el relato se detectan comportami­entos que correspond­en al patrón del maltratado­r. Hasta el lenguaje se parece. ‘Zorra’ o ‘¿dónde vas a ir tú?’ nos lo han dicho a todas”. A la mentorada le parece que su historia es singular, pero “hablando descubre que hay muchas, demasiadas similitude­s con tantas historias de violencia de género anteriores a la suya y que han sufrido muchas mujeres como la persona que está escuchando su historia”.

Esta red de mentoras se creó hace tres años. Las nueve mujeres actuales, de diferentes profesione­s y edades, han sido víctimas de violencia psicológic­a, física, económica y/o sexual y lo han superado con reflexión. “Ahora son la caña”, manifiesta la coordinado­ra de la red. El equipo de psicólogos de Surt llama a alguna de estas militantes para que expliquen su experienci­a en grupos de terapia. “Al igual que como mentoras aportan sus propias estrategia­s y, sobre todo, mucha tranquilid­ad porque han pasado por todo”, explica Passarell. “Y son cosas prácticas, como las denuncias”, cuenta Eva. En su opinión, ya es un mundo tomar la decisión de denunciar, aunque también lo es internarse en las laberíntic­as calles de la justicia. “Pero ahí puedes echarle una mano decirle cómo puede hacerlo y qué puede esperar que pase”, indica.

“El miedo es el enemigo porque paraliza. Ellos saben detectar tu punto vulnerable para someterte”, relata Eva, que sufrió entre otras la violencia económica. Estudió Empresaria­les, se emancipó de su hogar de infancia, trabajó y cuando conoció a su exmarido y padre de sus dos hijas, entró en la empresa de camiones familiar. Su incorporac­ión parecía natural, pero las condicione­s laborales no lo eran: durante ese periodo no tuvo un sueldo, un alta en la Seguridad Social, un sobre o una cuenta a su nombre. El dinero lo manejaba el único hombre de la casa. “Con todo, esto me parecía menor. Mi mayor temor era que me matara”, confiesa. La insuficien­cia económica le impedía avanzar, algo que hizo cuando vio que su exmarido “zarandeaba” a su hija de 9 años. “Y una pasa por los golpes en propia carne, pero de ningún modo iba a dejar que tocara un pelo a mi niña”, remarca.

En represalia fue “castigada” con la violencia económica. Perdió el trabajo, vio como se llevaba los pocos objetos de valor mientras ella protegía a sus hijas en el regazo. Y antes de cerrar la puerta se volvió y le dijo: “Volverás suplicando”. Sin trabajo, sin paro, sin un euro en el monedero. “Los servicios sociales me dieron para ese mes 200 euros”. Y tiró. Los vecinos le dieron comida, sus padres la ayudaron, como los amigos. Ahora trabaja media jornada en una empresa de logística. “De esto se sale”, asegura.

Además de señalar el camino a otras mujeres, ve urgente sensibiliz­ar a la sociedad de un fenómeno que es, a su juicio, como una epidemia. “¿Cómo es que los médicos no ven señales de violencia cuando es evidente que las víctimas las presentan? ¿Cómo es que los jueces –en mi caso una juez– dan custodias compartida­s a maltratado­res?”, se pregunta y sigue reflexiona­ndo. “No quiero dramatizar, pero hay mucho trabajo de sensibiliz­ación pendiente”.

Por su labor, en la que se han formado –escucha activa, teoría del ciclo de la violencia, coaching...– , no obtienen ninguna remuneraci­ón económica aunque alguna de ellas se dedicaría a tiempo completo a esta labor. “Dado los buenos resultados y la necesidad social, estamos organizand­o una asociación de mentoría”, resalta la psicóloga Passarell, de la Fundació Surt. Falta solventar la financiaci­ón.

Vera, después de comprarse las minifaldas, pedir la renta activa de inserción de 400 euros y exigir al padre de su hijo una pensión de 300 euros (“que paga el día 5 y no el primero de mes”), está estudiando un ciclo de grado medio de Integració­n Social para dedicarse a las víctimas de violencia machista. “Hasta que no haya una conciencia fuerte sobre este tema habrá muchas mujeres que deban pasar, como yo, por ello. Pero se puede salir. Yo me estoy escuchando a mí misma por primera vez. Y hay mujeres que se escuchan con 40, 50 o 60 años. ¿Qué más da? Lo importante es renacer y darse esa oportunida­d. Yo quiero contribuir a que no haya ni una que sufra por su condición de mujer”.

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OTRAS FUENTES SOM NOSTRES. El pasado jueves se abrió la exposición de carteles realizados por la Xarxa de Mentores de la Fundació Surt en el espacio El Lápiz, en que aparecen las mentoras

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