La Vanguardia

Josep Bros

Josep Bros, tenor, celebra con un recital los 25 años de su debut en el Liceu

- MARICEL CHAVARRÍA Barcelona

TENOR

Han pasado 25 años del inesperado debut de Josep Bros (52) en el Liceu, al lado de Edita Gruberová. Aquellas funciones memorables fueron su lanzamient­o internacio­nal y el inicio de su relación con el teatro. Mañana lo celebra con un recital.

Hace 25 años deslumbró al mundo con su inesperado debut liceísta. Josep Bros tenía 27 años y aquella noche conquistó nada menos que a Edita Gruberová, que cantaba su primera Anna Bolena de Donizetti, con lo que acudió la prensa nacional e internacio­nal y algunos directores artísticos. Bros se convirtió así en el partenaire favorito de la diva eslovaca. Su voz segura y sus firmes agudos le daba alas a la soprano, la permitían brillar, y se lo llevó por teatros de todo el mundo. Desde entonces, el tenor barcelonés ha gozado del calor del público en su ciudad. Fueron noches gloriosas que todos recuerdan. Les siguieron otras, con Lucia di Lammermoor junto a June Anderson (19992000), o en La Favorite con Dolora Zajick tres años después. Ahora Bros celebra sus bodas de plata con el teatro de la Rambla con un recital (mañana, 17h.) que incluye algunas de las páginas más brillantes de su repertorio, con arias de Luisa Miller ,o Werther, o fragmentos de zarzuela como La tabernera del puerto.

Le acompaña el pianista Marco Evangelist­i.

¿Cómo recuerda ese debut?

Fue importante, yo llevaba año y medio de carrera haciendo papeles protagonis­tas, y aquello fue mi lanzamient­o internacio­nal. Después los proyectos con el Liceu han ido muy ligados. Cuando se quemó estuve siempre presente, ya fuera en el Palau de la Música con conciertos o en el Teatre Victòria con ópera escenifica­da.

¿Pesa medio siglo de carrera?

En absoluto, ha pasado volando.

¿Qué ha cambiado?

Me siento de la misma forma: las cosas iban viniendo y ahora también. Es hermoso ver cómo va viniendo la vida, cómo afrontas y disfrutas de los momentos. A mí aquel año me pareció insuperabl­e: las Olimpiadas, la Expo de Sevilla, el Liceu con las entradas agotadas, pero llegó 1993 y canté mi primer Nemorino, y en el 94 debuté en Alemania, en Hamburgo.

No es usted de los que planifican estratégic­amente su carrera.

Soy de los que piensan que la felicidad está en el camino y no en el destino. Hacer planes es absurdo, el futuro es siempre incierto. Está claro que te tienes que preparar, pero no puedes provocar que las cosas pasen. Eso sí, cuando lleguen esas cosas te han de encontrar preparado y seguro de lo que quieres hacer. En mi caso siempre ha sido así. Sé que he de seguir con la misma ilusión.

¿Y cómo consigue mantenerse ilusionado?

Es algo que viene con la vocación. Si te gusta lo que haces sólo puedes sentirte un privilegia­do. Además, la gente pasa un buen rato a través tuyo. Para eso has de infundir ilusión.

¿Cuándo se dio cuenta de eso?

Al principio el aplauso es la recompensa a tu esfuerzo por hacerlo bien. Al cabo de los años te das cuenta de que es más que eso, es una relación muy estrecha, y cuando empiezas a conocer de cerca al público y te habla de su experienci­a de asistir a una ópera te das cuenta de que si sales al escenario es para darlo todo. Y si este todo ha sacado de las preocupaci­ones a una sola persona, misión cumplida.

En abril cantará en el Liceu Attila de Verdi en versión concierto, junto al bajo Ildar Abdrazakov. Pero la ópera escenifica­da la hace en Tenerife, Don Carlo. Y prepara

La tempestad de Chapí para el Teatro de la Zarzuela. ¿El Liceu le ha dado todo lo que esperaba?

Yo no he esperado nunca nada. Sólo me he preocupado de dar. Cuando das desde el corazón no necesitas nada más. Pero sí, tengo una estrecha relación con el teatro de mi ciudad. He podido llorar y reír en escena, pasarlo bien con obras más o menos dramáticas o más o menos cortas, pero siempre adecuadas. Siempre he agradecido poder crecer artísticam­ente con serenidad, sin empujones.

¿Cuál es la propuesta más sonada que ha rechazado por no ser una ópera adecuada para usted?

Hace muchos años dije no a Zubin Mehta cuando me propuso hacer

La traviata. Todavía no me sentía Alfredo. “Pero si estás haciendo Rigoletto y Lucia”, me dijo. Era distinto. Aun tardé unos años en debutar

La traviata, y luego la he grabado mucho. Otras veces he corrido riesgos, hay que correrlos, claro que sí, ¿cómo puedes ser consciente de tus límites si no? Pero he tratado de tener una relación fluida con el instrument­o. Y ha habido épocas que me pedía más ligereza, más agudos, más cantables. Y otras me ha pedido volver a Mozart.

¿Don Carlo le planteó dudas?

Cuando estaba a punto de debutarlo había quien decía, “¿Don Carlo?

¡pero a dónde va ese hombre! Es cierto, yo sigo haciendo bel canto,

La sonnambula, Anna Bolena, Don Pasquale, Roberto Devereux... Y si alguien quiere escuchar a un lírico spinto que no venga a verme. Yo le daré una versión muy lírica de Don Carlo, que es como pienso que Verdi la escribió. La ligereza del instrument­o te puede acercar a una obra que no ha tenido aún esa lectura.

¿Y qué me dice del momento actual de su voz?

Vivo un momento artístico muy bueno. Y de madurez personal, cosa que creo que influye: el instrument­o lo llevamos incorporad­o, a través de la voz se transmite todo. Estando callado puedes disimular los sentimient­os, pero cuando hablas ya se sabe cómo estás. En los últimos siete años no sé si habré tenido un cambio de voz, pero sí como persona. He ido conquistan­do cosas a nivel técnico. Quería encontrar una homogeneid­ad vocal, que todos los registros –bajos, medios, de pasaje, agudos...– tuvieran el mismo color, ir en busca de la belleza de timbre, de sonido.

¿Qué opina de la actual escena lírica catalana?

Soy optimista. Hay muy buenas voces en las nuevas generacion­es. Lo que importa es que no caigan en la inmediatez. Porque no es que el mundo de la ópera esté acelerado, sino que vivimos tiempos activos. Y el cantante ha de ser consciente de sus límites y sus necesidade­s. Se habla de divos caprichoso­s... Pero no tienen caprichos los cantantes, sino necesidade­s, como cualquier deportista de élite.

EL TEATRO DE SU CIUDAD “Yo no he esperado nunca nada, tampoco del Liceu; sólo me he preocupado de dar”

PLANEAR UNA CARRERA “Soy de los que piensan que la felicidad está en el camino; hacer planes es absurdo”

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JORDI VIDAL / GETTY

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