El (incalculable) precio de la guerra
Según datos del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, hasta los atentados de Barcelona y Cambrils de agosto pasado, el terrorismo yihadista había cometido 939 atentados repartidos por medio mundo con un balance de 10.326 víctimas, de las cuales más del 90% eran musulmanas. Una estadística que, vista la huella mediática que tiene en nuestra latitud, sólo conmueve masivamente cuando los muertos son de nuestro entorno pero que pasa casi inadvertida cuando se refiere a lugares más lejanos como Egipto ayer mismo, Somalia, Afganistán, Filipinas, Nigeria o Yemen, por citar alguno de los múltiples escenarios de esta guerra.
Para acercarse al precio real en vidas generado por el yihadismo como un fenómeno que trata de construir el califato universal bajo la premisa de que la violencia es un motor de la historia, es necesario contabilizar también las víctimas en combates militares. Sistemáticamente se anotan sólo las víctimas de atentados como si no tuvieran conexión alguna con las bajas en Raqa, Mogadiscio o Kabul. Es como si los manuales de guerrilla en forma de terrorismo suministrados por el Estado Islámico y Al Qaeda y que sistemáticamente forman parte de los ordenadores de los terroristas en Occidente no confirmaran que se trata de una guerra única con múltiples frentes. Parece que no se tiene en cuenta que todos los yihadistas se proclaman soldados del mismo califato.
La contabilización como víctimas a todos los muertos y heridos en esta única guerra multiplica la cifra del terror. Un dato: el Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha contabilizado desde el 2011 más de 330.000 muertos, 2 millones de heridos y 12 millones de refugiados. Otro dato: en el sur de Filipinas los combates contra el Estado Islámico han causado más de 800 muertos y 360.000 desplazados. Pero falta mucho por saber. Todavía no estamos al corriente con rigor de las muertes habidas realmente en Irak o de las verdaderas cifras de víctimas en el Sahel, Nigeria, Somalia o incluso Afganistán y Yemen. El suma y sigue de víctimas de esta guerra global y dispersa sin duda debe contarse por millones de vidas perdidas.
La guerra global contra el terrorismo yihadista tiene además otro coste, frío y técnico, que es el económico y que igualmente conduce a cifras de vértigo. Así, sumando los esfuerzos propiamente bélicos, los policiales y los destrozos se calcula que el esfuerzo económico contra el terror global es superior a la suma de los PIB de Alemania, el Reino Unido y Francia. Se da como aceptado que el impacto económico mundial de la violencia yihadista en el 2015 fue de unos 13,6 billones de dólares.
Hay estudios más precisos pero referidos exclusivamente a Estados Unidos y que dan pistas para una valoración global. El más reciente dice que los costes bélicos gubernamentales de EE.UU. desde el 2001 hasta el 2018 en Irak, Afganistán y Siria casi alcanzarán los 6 billones de dólares, según el Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown. De acuerdo con este análisis, el coste total estimado de esta guerra por contribuyente americano asciende a 23.386 dólares, más de tres veces la cantidad (7.740 dólares) ofrecida por el Pentágono.
Una mirada hacia el terrorismo local tal vez ayude a concebir mejor la dimensión del yihadismo: los costes ocasionados por ETA entre 1993 y el 2008 supusieron un total de 1.377 millones de euros, según datos del profesor Mikel Buesa, autor del informe de la cátedra de Economía del Terrorismo de la Universidad Complutense. A ese coste habría que sumar otros 150.000 millones de euros en pérdidas en inversiones y en el crecimiento de Euskadi. Cifras altas pero muy alejadas de las del yihadismo.
Sobre el precio de la guerra global, Secindef, consultora internacional sobre defensa y contraterrorismo con sede en EE.UU. e Israel, sostiene que la yihad conoce bien el esfuerzo económico de sus enemigos, a los que pretende causar una sensación de asfixia económica que alcance a todo Occidente. Ese objetivo se complementa, afirman, con el apoyo por vías interpuestas a grupos afines al boicot y odio a Israel (BDS) en beneficio de posturas salafistas, mientras simultáneamente amplios sectores europeos toman posiciones de extrema derecha que incrementan la radicalización contra el colectivo musulmán, que se siente cada vez más oprimido. Una sensación que favorece la aparición de radicalismos yihadistas. El resultado de esta estrategia es que ni la extrema izquierda –la cercana al BDS– ni la extrema derecha xenófoba perciben que son utilizados como instrumento para favorecer el permanente reclutamiento de nuevos soldados del califato.
El impacto económico mundial de la violencia yihadista alcanzó los 13,6 billones de dólares en el año 2015