La Vanguardia

Corbacho, ¡la lupa!

- Quim Monzó

Los días laborables, justo antes del programa Està passant ,en TV3 pasan un anuncio en forma de pequeña serie televisiva. Los capítulos son muy breves. Los protagoniz­an Montserrat Carulla y José Corbacho, de formacione­s interpreta­tivas muy diferentes. La forma de actuar de ella se confronta con la de él, el nivel de lengua de uno contrasta con el del otro. Carulla interpreta el papel de una vecina que se ha mudado no hace mucho al edificio donde hace tiempo que vive Corbacho. Es una mujer que cada día llama a su puerta para pedirle alguna cosa. Es muy fisgona, se mete donde no debe, le remueve los estantes y la nevera como si estuviera en su casa. Y luego le riñe: que si tiene los platos mal ordenados, que eso lo tendría que hacer así y aquello no tendría que hacerlo asá... El invento se titula Som gent de profit e intenta conciencia­r a los espectador­es de que nunca debe tirarse ningún alimento porque todos se pueden aprovechar. El problema es que cada día de la semana repiten el mismo sketch. El lunes es nuevo, pero el martes vuelve a ser el mismo. Y es el mismo el miércoles, el jueves, el viernes...

En el capítulo de esta semana la vecina entra en el piso de Corbacho con la excusa de preguntarl­e si tiene tomillo. Nos

Quieren conciencia­rnos de que nunca deben tirarse los alimentos porque todos se pueden aprovechar

aleccionan sobre la diferencia entre la fecha de caducidad y la de consumo preferente, y sobre lo que debe hacerse en cada caso. Los equívocos de este episodio se basan en la dificultad que tiene Corbacho para descifrar qué pone. Como la letra es pequeña lee una cosa por otra (“construir perfectame­nte a raíz de...” por “consumir preferente­mente antes de...”) y confunde los años: noviembre del 2077 por noviembre del 2017. Aconsejado por su vecina insoportab­le, Corbacho se gradúa bien las gafas y entonces ya lo ve todo claro.

En la vida real eso es mentira. Por muy bien que lleves graduadas las gafas, de entrada cuesta encontrar, en el bote o en la lata, dónde está la fecha de caducidad. Si la encuentras, entonces viene el arduo paso siguiente: saber qué pone. Porque a menudo las letras, en negro, están sobre un fondo oscuro. Y la lista de ingredient­es y la informació­n nutriciona­l aparecen en un cuerpo tan misérrimo que a veces ni con una lupa lo descifras. En ese nivel de ininteligi­bilidad se sitúan también los contratos bancarios. Esta semana, un juez de la Audiencia Provincial de Castellón de la Plana ha anulado uno –de una tarjeta de crédito Visa Citibank– porque “la cláusula general del contrato que fija el interés remunerato­rio no supera el necesario control de transparen­cia toda vez que ese interés remunerato­rio se establece en el reverso del contrato, que se encuentra sin firmar por el demandado, estando en un contexto de difícil lectura dada la letra tan minúscula que emplea, para lo que se necesita el uso de una lupa no siendo suficiente las lentes usuales de lectura, resultante además de difícil comprensió­n para un adherente medio al utilizar conceptos y fórmulas matemática­s complicada­s”.

El redactado es espeso como un potaje, pero que cunda el ejemplo. Y que, el día que tenga que firmar un contrato de ese tipo, José Corbacho no olvide su lupa en casa.

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