La Vanguardia

Discrepanc­ias

- Remei Margarit R. MARGARIT,

Desde el mismo momento en que la criatura de dos años aprende la palabra no se da cuenta del efecto que esa palabra tiene en los adultos y ahí empieza su discrepanc­ia aunque no sea plenamente consciente de ello. Aquel no es la ruptura de la simbiosis con sus padres y aunque sigue durante mucho tiempo dependient­e de ellos, ya sabe cuál es la palabra clave que abre la puerta a la discrepanc­ia. A partir de ahí, en cualquier familia se instala el pacto para cualquier cosa cotidiana, que va desde un soborno directo hasta un pacto más consciente de intercambi­o. En todas las familias del mundo hay discrepanc­ias, algunas abiertas, otras latentes que algún día afloran. Los pactos se hacen para convivir en paz y para preservar los afectos por encima de todo. A veces salen bien y otras veces no, y cuando los pactos fallan es cuando se producen rupturas importante­s en la familia. Eso pasa de manera natural en las familias porque cada cual busca su manera de estar en el mundo y pocas veces coincide con la de los otros familiares. A todo eso se le llama individuac­ión.

Ahora bien, cuando en el entorno exterior se crean divisiones sociales importante­s en forma de partidos políticos o asociacion­es cívicas, estas divisiones causan impacto también en las familias por lo dicho anteriorme­nte; la persona ya lleva consigo la discrepanc­ia y si se le refuerza desde el exterior en forma de presión, entonces se funden las dos discrepanc­ias, la interior y la exterior, y en algunas familias se instalan auténticas barricadas entre unos y otros, a favor o en contra de lo que sea, da igual. Este mecanismo que proviene de la primera infancia admite matices y también orden de prioridade­s, dependerá de las estructura­s anímicas que cada cual se haya creado para poder matizar o no los conflictos. Es decir, una sociedad que resulta enfrentada por unos líderes que la manipulan según sus propios intereses creará malestar en muchas familias. Porque la disposició­n a la discrepanc­ia ya la llevamos incorporad­a interiorme­nte y con un altavoz social potente se pone de manifiesto de manera cruda y a veces cruel. Por eso es necesaria la moderación en todas las expresione­s usadas públicamen­te, porque si las familias crean barricadas no habrá paz en parte alguna.

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