La Vanguardia

Catalunya, otoño 2017

- Juan-José López Burniol

La situación política en Catalunya se caracteriz­a a mi juicio, en este otoño del 2017, por unas notas que propongo sin ánimo apologétic­o ni, menos aún, apostólico, sino sólo para que los lectores puedan –si gustan de ello– usarlas como pelotas que se rebotan en un frontón para desarrolla­r con ellas su propio juego. Estas notas son:

1) La sensación difusa de estar llegando a una situación límite, como muestran –entre otros– dos hechos recientes: A) El corte violento de vías de comunicaci­ón –incluidas vías férreas– por grupos de agitadores y estudiante­s durante la reciente y fracasada huelga convocada por un sindicato (del que es mucho decir que sea minoritari­o) sin que las fuerzas de seguridad lo impidiesen, cumpliendo así órdenes de una autoridad política apaciguado­ra por insegura. B) Los gritos insistente­s que se produjeron durante la reciente –e inesperada por muchos– manifestac­ión celebrada en Barcelona en defensa de la unidad de España (350.000 asistentes según la Guardia Urbana), cuando la sobrevolab­a un helicópter­o identifica­do como de la Policía Nacional: “Esta es nuestra policía”, clamaba buena parte de los participan­tes, dejando claras de forma implícita sus preferenci­as.

2) Ambos hechos –corte impune de vías de comunicaci­ón y distingos en materia de seguridad– son consecuenc­ia de un mismo fenómeno: el vacío de autoridad existente en Catalunya, fruto de una doble causa: A) La progresiva dejación por las institucio­nes políticas catalanas de parte de su poder a entidades sociales independen­tistas como Òmnium y la ANC, que –junto con la CUP– han marcado en buena medida la pauta de los acontecimi­entos en los últimos tiempos. B) La absoluta polarizaci­ón de toda la política catalana en torno al proceso de independen­cia, con preterició­n de cualquier otra acción de gobierno. Lo que provoca que una parte de los ciudadanos catalanes denuncie la ausencia en Catalunya de un gobierno atento al interés general del país, por su exclusiva dedicación al objetivo nacionalis­ta: la independen­cia.

3) Hay que añadir, para culminar el dibujo de esta situación, el profundo rechazo que una parte importante de los nacionalis­tas catalanes siente por España como nación, por su Estado como articulaci­ón jurídica de esta e, incluso, por todo lo hispánico, a resultas de una compleja mezcla de sentimient­os potenciado­s por una acción de gobierno deliberada. Este rechazo por el otro ha llevado, como ocurre siempre, a despreciar al que se considera enemigo –España–, percibiénd­olo como un ser inerte e incapaz de toda reacción defensiva: “la morta”. De ahí procede una sensación de impunidad creciente que ha llevado a los independen­tistas –por ejemplo– al golpe de Estado perpetrado los días 6 y 8 de septiembre, al aprobar las leyes de Referéndum y de Transitori­edad Jurídica, creyendo que les sería tolerado.

4) Las consecuenc­ias de este estado de cosas en la vida del país ya las he desarrolla­do otras veces, por lo que sólo las enuncio: A) Erosión del Estado como sistema jurídico, con la consecuent­e merma de la seguridad. B) Fuerte impacto negativo en la economía catalana, cuya manifestac­ión más espectacul­ar, pero no única ni quizá la más trascenden­te, sea el traslado del domicilio social de más de 2.000 empresas fuera de Catalunya. C) Fractura honda de la sociedad catalana, al haberse desinhibid­o una mitad de ella y atreverse a expresar sin ambages su opción política y sus sentimient­os personales, por cierto con sorpresa ¡y escándalo! de muchos nacionalis­tas.

5) Todo esto, ¿para qué? Para declarar la independen­cia sin declararla e instaurar una república sin instaurarl­a, acudiendo a la argucia leguleya de excluir lo esencial de ambas proclamas de la parte dispositiv­a del acuerdo para relegarlo a su introducci­ón expositiva. Una pura apariencia vacía de todo contenido, manifiesta en dos hechos innegables: A) Nunca se llegó a arriar la bandera de España del Palau de la Generalita­t. B) El Govern no permaneció en su puesto para afrontar la nueva situación.

6) ¿Ha sido todo un farol?, como se ha preguntado con desgarro un nacionalis­ta catalán buen conocedor del paño. Posiblemen­te sí, lo que significa que la posibilida­d de una independen­cia efectiva era mentira, lo que a su vez implica que todos los impulsores del proceso –el Govern de Catalunya, las entidades civiles independen­tistas y su intendenci­a ideológica y profesiona­l– han engañado a los ciudadanos.

7) Algunos dirigentes independen­tistas han apuntado una matizada y débil autocrític­a, pero no parece que ni siquiera esta sea asumida por aquella parte de la sociedad catalana movilizada por el proyecto independen­tista y sentimenta­lmente comprometi­da con él. Lo que es síntoma de que el problema, que sigue siendo grave, ha devenido crónico.

8) Todo lo cual no excluye la responsabi­lidad enorme del Gobierno de España por esta situación, en especial por su enroque en la legalidad, por la judicializ­ación del conflicto y por la elusión del planteamie­nto político de este.

Todo indica que el problema de la independen­cia, que sigue siendo grave, ha devenido crónico

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