La Vanguardia

Apoteosis de la violencia

- Sergi Pàmies

La violencia es una gran superficie con diferentes departamen­tos. The Punisher, estrenada a granel por Netflix, pertenece al departamen­to de la venganza. Es una especialid­ad que en este caso ofrece al espectador una intensa mezcla de emociones, grandezas dramáticas y una cantidad de sangre y muertos tan inverosími­l como insólita.

ADAPTAR NO ES TRAICIONAR.

La adaptación del cómic es monumental y respeta el detalle violento hiperbólic­o, que es una marca del relato. Igual que Sam Peckinpah reinterpre­tó la violencia introducie­ndo duelos y agonías a cámara lenta, los responsabl­es de The Punisher han sabido reproducir tanto el reto estético del cómic como la trágica densidad del protagonis­ta, que es una especie de paradigma del vengador. A causa de una conspiraci­ón que reincide en la tendencia a denunciar abusos y violacione­s de derechos humanos de las agencias gubernamen­tales norteameri­canas, un hombre conecta con la bíblica tradición de la justicia self service. El aliciente es que, más allá de las escenas violentas, el encadenami­ento de tramas paralelas de intriga (derivadas, en parte, del tronco inicial de Daredevil )y de humanizaci­ón de los distintos personajes funciona a la perfección. La responsabi­lidad del actor Jon Bernthal es absoluta y, como protagonis­ta, explota hasta límites obsesivos la contundenc­ia de su físico y una expresivid­ad con pocas teclas pero efectivas. Pero quien aporta a su personaje una dimensión que va más allá de las exigencias de contrato es Ebon Moss-Bachrach, con una capacidad para transmitir las emociones de hombre atrapado por su destino muy superior a la media del género (ojalá los premios Emmy lo tengan en cuenta en su selección de candidatos). La sangre y la violencia forman parte del argumento y sería estéril reclamar contención, pero sí es bueno avisar que quien tenga problemas con la visión de puñaladas (verticales, horizontal­es y oblicuas), explosione­s (pequeñas, grandes y medianas), decapitaci­ones (lentas y rápidas), armas automática­s y diferentes texturas de sangre, que no se acerque a The Punisher.

TERNURA FEROZ. Jueves, delicioso Días de cine (La 2) dedicado a la figura del director y actor Fernando Fernán Gómez. La razón es necrológic­a: diez años de su muerte. La profusión de entrevista­s para ilustrar el homenaje es sensaciona­l, exquisita. Como cocineros de unos ingredient­es tan nutritivos, amigos de la categoría de David Trueba y, sobre todo, la monumental presencia de un Fernán Gómez ferozmente tierno. En diferentes momentos de su vida, le vemos desmentir el tópico del amor incondicio­nal al público de teatro (“No soporto que me miren mientras estoy trabajando”), o defender un tipo de cine radicalmen­te realista y doméstico (con obras maestras que no se llegaron a estrenar por el miedo de los distribuid­ores a fracasar y por las limitacion­es de un régimen intelectua­lmente autárquico) y con una autoironía que queda resumida en un aforismo memorable: “Estoy muy capacitado para no hacer nada”.

La sangre y la violencia forman parte del argumento y sería estéril reclamar contención

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