¿Odia usted la poesía?
El estadounidense Ben Lerner reivindica el género poético en un ensayo en que analiza sus puntos débiles
Confiéselo sin miedo: la poesía no le hace sentir bien. No está usted solo. El poeta norteamericano Ben Lerner (Topeka, 1979) afirma, en el breve ensayo El odio a la poesía (Alpha Decay) que “la gente siente hacia ella auténtico desdén. A mí también me desagrada, pero he organizado mi vida en torno a ella. Y no lo vivo como una contradicción pues en realidad la poesía es inextricable del odio hacia ella”.
¿Cómo es eso? Sentado en un café de Barcelona, Lerner explica que “lo llamativo es que, teniendo en cuenta el lugar marginal que ocupa en la cultura contemporánea, se exhiban rechazos tan vehementes. Con frecuencia, aparecen furibundos artículos contra ella o se proclama su muerte. ¿Por qué? Nadie se mete de ese modo, por ejemplo, con la música experimental”.
“De niños todos somos poetas, no distinguimos entre trabajo y ocio –prosigue– y redefinimos la realidad de modo mágico con un lenguaje de asociaciones imprevistas. Eso es algo muy importante, profundo, y molesta, pues de ahí se colige que lo que hacemos a diario en la oficina es basura, que los poetas son Peter Pan y los demás gente gris. Eso nos incomoda, la poesía nos hace sentir excluidos de ella”. Explica que “los versos pueden derrotar al tiempo, pero al despertar se regresa al mundo de los hombres. El poeta es siempre un fracaso”. Cuando dirigía una revista de poesía, le sorprendió recibir cartas de presidiarios o enfermos terminales que le suplicaban que publicara sus poemas, “prueba de la importancia que le damos”.
El autor, que como novelista firmó Saliendo de la estación de Atocha (2011), habla también de los restos de poemas en la prosa, esa narrativa que de vez en cuando salpican unos versos, lo que le da una fuerza enorme, “como los restos de un naufragio, la estatua de la libertad en la playa del planeta de los simios”.
“Platón atacó a los poetas, dijo que son retóricos que colocan proyecciones imaginadas en el lugar de la verdad, y que la ciudad justa depende de que sean suprimidos, desterrados”. Para los vanguardistas “el poema es una bomba llena de metralla, se arroja contra las ideas recibidas acerca de lo que es el arte. Es el poeta como revolucionario”.
Hubo polémica en EE.UU. cuando Barack Obama restauró en el 2009 la tradición de leer un poema escrito expresamente para la investidura del presidente. En aquel país la poesía influencia mucho los discursos políticos y existe incluso la figura del poeta oficial. “La labor del poeta no debería ser trabajar en la corte –puntualiza–, pero sí sugerir los ideales a los que debe aspirar la corte”. Opina que Trump “tiene más que ver con los poetas de vanguardia y sus discursos rompedores, fragmentados, violentos, veloces, contradictorios. Él mismo es un poema, una performance, con su lenguaje irracional”.
La poesía no ha muerto, asegura, porque “sólo en EE.UU. hay más de 300.000 webs”. De hecho, “tiene más posibilidades de sobrevivir que otros géneros gracias a las editoriales independientes, las pequeñas publicaciones e internet. Es algo que no depende del mercado”.
“De niños todos somos poetas, redefinimos la realidad de un modo mágico, y eso es muy importante”