La Vanguardia

Fatboy Slim

- David Carabén

He dejado la Coca-Cola y el fastfood”. La semana empezó con estas declaracio­nes de Jordi Alba para Tuttosport. Es verdad que la hemos terminado debatiendo sobre la superviven­cia del estilo de juego que convertía al Barça en un referente mundial, y que no es una cuestión cualquiera. Pero las declaracio­nes del lateral me llamaron mucho la atención, y ayer todavía pensaba. Antes que un ataque al American Way of Life o a la decadencia de Occidente de un antisistem­a, me sonaron como una sincera y divertida despedida a la adolescenc­ia. Sí, a los caprichos infantiles. Pero también a las malas costumbres alimentari­as de la gente con pocos recursos que nuestras autoridade­s sanitarias se empeñan en denunciar. La prensa especializ­ada también hace tiempo que se recrea en el argumento de que la distribuci­ón social del exceso de peso ha cambiado con respecto al Antiguo Régimen. Antes, nos recuerdan, la obesidad era señal de opulencia y la delgadez, de miseria. Hoy en día, en cambio, las que sufren exceso de peso son las antiguas clases malnutrida­s. Incluso los cánones de belleza han cambiado en consecuenc­ia, y en el espacio que ocupan Las tres gracias de Rubens ¡hoy cabrían seis Gisele Bündchen!

Lo que todo el mundo escamotea, y hasta el absurdo, es que, aparte de prestar atención, para comer bien hace falta tiempo. Se necesita para ir a comprar, para cocinar y para sentarse en la mesa. El tiempo cuesta dinero. Y me temo que para combatir la obesidad sería mucho más eficaz un aumento de las rentas mínimas

Antes la obesidad era señal de opulencia, y la delgadez, de miseria; hoy las que sufren exceso de peso son las antiguas clases malnutrida­s

que tener la pirámide alimentari­a pegada en la puerta del refrigerad­or.

Como Alba, muchos jugadores se ponen a dieta cuando ya están en la élite. Me lo explicaba Sílvia Tremoleda hace unos días, a propósito de la mejora en el rendimient­o de De Bruyne. La nutricioni­sta, que ha acompañado los equipos de Guardiola desde que estaba en el Barça, me dijo que el centrocamp­ista belga había perdido tres o cuatro kilos desde la temporada anterior. Acababa de tener un hijo y había contratado a un cocinero para ayudar en casa, y ella lo asesoraba con los criterios que aplica para el primer equipo del Manchester City. La cuestión no es tanto que encuentren su peso ideal, que también, sino que la recuperaci­ón después del desgaste físico que supone cada partido sea mucho más rápida.

Aplicar la conciencia a lo que comemos da pereza. Incluso a los deportista­s de élite, que se resisten hasta que comprueban la eficacia de la medida. Como pasa con el dinero, a todo el mundo nos gustaría no tener que pensar en él. Tenemos la fantasía de que algún día seremos ricos y nos podremos olvidar del dinero. Pero es mentira. Porque sólo se hacen ricos los que piensan en él todo el día. Los únicos que se olvidan son los herederos de grandes fortunas. Y por eso las dilapidan.

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