GENTE DURA
El año 1979 fue para gente dura. Gran Bretaña, Irán o Nicaragua mostraban el desgarro producto de fuertes crisis. Un panorama internacional sólo apto para aquellos que no se dejaran impresionar fácilmente. Y para colmo ese año dejaba de cabalgar John Wayne, ejemplo de carácter pétreo. Murió de un cáncer de próstata, haciendo realidad la ficción de su última película, El último
pistolero, en la que tres años antes había interpretado a un viejo tirador enfermo de cáncer que llega a Carson City y, a pesar de los insoportables dolores de la enfermedad, se ve obligado a hacer honor a la fama que le precede por última vez.
Pero para ejercer el poder ya no iba a ser imprescindible la testosterona. La evidencia vino de Gran Bretaña, que por fin hizo honor a su condición de pionero del sufragismo. Las mujeres que dieron su vida a principios del siglo XX por la causa del voto femenino no se hubieran creído que, exactamente setenta años después de que la primera diputada con faldas entrase en el Parlamento de Westminster, su país iba a tener una primera ministra.
Tan significativo como su elección es que los votantes la escogieran para acabar con una situación de constantes huelgas, prolongadas desde hacía más de un año y que habían arreciado, en un “invierno del descontento”, en los meses anteriores a los comicios legislativos de enero. Thatcher llegaba para ejercer de Dama de Hierro, apelativo que le había sido asignado no por sus enemigos laboristas sino por los medios de comunicación soviéticos, y eso que todavía no existía
Russia Today.
El otro indomable de aquel año venía de París, aunque no debió disfrutar demasiado con la liberalidad de costumbres francesas. Ruholah Musavi Jomeini, más conocido como el ayatolá Jomeini, regresó a Teherán desde su exilio para finiquitar más de dos milenios de monarquía e imperio en la histórica Persia, que a partir de entonces sería República Islámica de Irán. El descontento con la última dinastía reinante, los Pahlevi, ya venía de décadas atrás: Jomeini había iniciado su actividad opositora en 1964, en un régimen que no había podido gozar nunca de estabilidad, sometida su enorme riqueza petrolífera a los vaivenes dictados por las superpotencias desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Con Jomeini alcanzaría su máxima expresión de poder la facción chií del Islam, iniciando un larvado enfrentamiento en Oriente Medio con los suníes (Arabia Saudí), que llega hasta nuestros días, como vemos en el trasfondo de la guerra de Siria o la reciente huida del primer ministro libanés.
Otra dinastía que tocó a su fin fue la de los Somoza, en la centroamericana república de Nicaragua. Los jóvenes revolucionarios sandinistas protagonizaron una revolución a lo Fidel Castro y dieron un vuelco al país, para gran disgusto del vigilante Estados Unidos, que se ponía de los nervios por sumar una nueva amenaza en su “patio trasero”. Los sandinistas vestían como el compañero Fidel, con el sempiterno uniforme caqui, comenzando por su líder, Daniel Ortega. Todos menos uno, Sergio Ramírez, el escritor flamante premio Cervantes de este año y entonces político opositor, al que en las fotos de entonces vemos con camisa de color claro, ataviado de civil. Un toque de distinción.