Al este del Edén
Todos los que me interesan acaban tocados con gorra o sombrero. Por ejemplo, Joan Manuel Serrat, Leonard Cohen o Luis Eduardo Aute. Son cosas de la edad, es decir, de la falta de cabello, de que nos hemos quedado calvos y eso ya no hay quien lo remedie. Aunque en el caso de Cohen sus sombreros de ala corta le servían, también, para ocultar sus timideces y sus grandes sombras, que eran muchas. Serrat alterna gorra y sombrero, pero le queda mejor la gorra porque el barrio verdadero siempre lo fue de gorra. Gorra de apache en París o de tanguero también golfo en Buenos Aires. Cohen lograba con sus sombreros de ala corta parecerse a un gángster y ese juego siempre gusta a quienes practican durante un rato el budismo zen y leen la Biblia. Los sombreros de Aute son estivales y atropello hormonal. Luego o después, con los años, llegan los trabajos u oficios del amor, como dijo el clásico. A Aute, Serrat y Cohen yo les debo algunas canciones que me sirvieron para mejorar unos momentos en los que casi todo era nuevo y bueno. Hasta los pequeños sufrimientos y reveses sentimentales no perdían nunca la esperanza. Quizá sea eso ser joven.
Como escribió Aute, para algunos, entre los que me encuentro, toda la vida es cine y los sueños cine son. Por eso ahora voy tan poco al cine. Porque el cine o es mentira o no es cine. Para otras cosas relacionadas con la realidad ya tenemos o deberíamos tener el periodismo. O sea, que siempre que vuelvo a escuchar la canción Las cuatro y diez regreso al cine, al cine de barrio y a una mañana en cuya pantalla James Dean lanzaba piedras contra la fachada de una casa blanca. Con esa canción, que