luis eduardo aute
Es tímido hasta la exageración, sensible, y tiene manos de dedos alargados
y quizá coloniales, como los que lucían algunos españoles cuando de Filipinas sólo nos quedó un poco de tabaco. Les quedó a algunos, a los señoritos con industrias heredadas.
La elegancia es fría, aparentemente fría, pero no siempre. Así lo demuestra Aute, de quien acaban de publicar todos sus poemas en el libro titulado Poesía completa. Poemas, pues, y no canciones. Este hombre fumador, tímido hasta la exageración, de pálpito sensible y manos de dedos alargados, sin duda para tocar mejor, es, entre nosotros, uno de los que han sabido contarnos a los hombres lo femenino, que es un océano más que una mar, porque la mar, así me lo enseñaron los pescadores, es mujer. Aute nos ha contado lo femenino y nuestra juventud, que es, quizá, cuando somos más sinceros en las cosas del amor o en el tumulto siempre escucho, regreso a una mañana vivida en la pantalla al este del Edén y en el cine de barrio, en los asientos de madera, vivida con nervios muy parecidos a aquel primer beso de papel, a aquel primer café, a aquella clase de francés y a aquellas prisas porque eran las cuatro y diez y el almacén ya había abierto sus puertas.
Aute, a quien por culpa de las timideces y otras sombras, no sé si le ha gustado alguna vez el escenario, también pinta, esculpe y dirige películas. Pero a mí me gustan sus palabras. Me gustan esos poemas, esas canciones suyas en las que el tímido desaparece y le pide a una mujer que se quite el vestido, las flores y las trampas, que se ponga la desnuda violencia que recata, que se olvide de los datos y que los dos sean un cuerpo enamorado.
Y nada más. Apenas nada más.