La Vanguardia

“Sólo pido trabajar y hacer las paces con la existencia”

director y humorista que presenta en París ‘Wonder wheel’, su película número 47

- WOODY ALLEN

Yla cuestión del acoso? Silencio. Si, la multiplica­ción de acusacione­s de acoso sexual por parte de un buen número de mujeres contra gente poderosa de la industria del cine, como Harvey Weinstein...

Sigue el silencio...

“No; Woody no quiere hablar del asunto”, grita su agente, que abandona su actitud distante. “No aceptamos preguntas al respecto”, recalca. Y Woody permanece callado, sin nada que decir. Sin querer decir nada. Quizá tiene miedo de empeorar las cosas. Se impone un silencio embarazoso que hacemos durar poco, lo justo para salvar la situación hablando de la influencia

que han tenido las mujeres y las actrices en su trabajo y del respeto que exigen y que están exigiendo. “Es justo. Deben ser iguales en todo. En términos de respeto y de sueldo”, dice Allen.

¿Le han influido las mujeres?

Profundame­nte, especialme­nte Diane Keaton. Cuando era joven, escribía desde mí mismo y para mí mismo. Pero entonces llegó Diane. En ella descubrí una mujer brillante, sensible, atenta al mundo y artísticam­ente muy dotada. Pero sobre todo una persona maravillos­a como ser humano. Vivimos juntos y, de alguna manera, empecé a escribir para ella y con ella en mente. Tenía una visión más profunda y compleja de la existencia. De ahí surge buena parte de mis personajes femeninos. Keaton fue mi educación sentimenta­l… Wonder wheel, como también

lo era Blue Jasmine, es el retrato cinematogr­áfico de una mujer rota… Desde que empezó la literatura, ese tipo de mujeres rotas, como usted dice, han sido heroínas del drama; Medea, Antígona, todos esos personajes inolvidabl­es de la tragedia griega. Cuando hago algo como Wonder wheel, me gusta sentirme como un escritor del siglo V antes de Cristo o sus sucesores, como Eugene O’Neill, como Tennessee Williams. Como ellos, me acerco a personajes femeninos de un alto voltaje emocional, interesant­es, complicado­s, y sí, rotos. Son mucho más interesant­es y fecundos.

¿Cuál ha sido el papel de los hombres en su trabajo? A veces me acerco a algún personaje masculino de la misma manera. Pienso por ejemplo en el personaje de Chris Wilton (interpreta­do por Jonathan Rhys Meyers) en

Match point, un ambicioso joven con escasos recursos económicos. Pero con los hombres me sale siempre más el humor. ¿Todos sus personajes femeninos son Madame Bovary? En cierto sentido, sí. Pero eso se puede decir en realidad del noventa por ciento de los personajes femeninos. La obra de Flaubert habla de un problema muy común. Vivir atrapado en una vida que supones que podría ser mejor, como en Wonder wheel. La historia universal del drama está repleta de mujeres que viven su vida de forma menos romántica de lo que sueñan. La insatisfac­ción es recurrente en dramas, obras de teatro y novelas. No es patrimonio de Madame Bovary, no. Es un motivo dramático ubicuo.

Pero usted, como Flaubert con Bovary, ¿diría que Ginny (Winslet), la protagonis­ta de

Wonder wheel, es usted mismo?

No, no. Si acaso lo diría de Mickey (Justin Timberlake, el amante de Ginny); bueno, tan sólo de la mitad de Mickey. Yo no ejercería nunca de salvavidas; sé nadar, aunque no tanto como para rescatar a nadie. Pero entiendo muy bien su sueño de ser escritor. Micke quisiera ser Eugene O’Neill, o Sófocles, o Chéjov y todavía no sabe que nunca lo será. Yo al menos ya sé que no. Mickey sueña que será un gran escritor, y en ese sentido nos parecemos…

¿Qué es el genio?

Es eso indefinibl­e que tienen en común los escritores que antes he citado y otros. Cualquiera puede escribir decentemen­te, pero muy pocos tienen eso que llamamos genio. En una obra de Chéjov los personajes se sientan alrededor de una mesa, hablan y hablan y nunca pasa nada, y sin embargo el resultado es maravillos­o. Yo siento a mis personajes auna mesa y resulta un desastre. ¿Qué falta ahí?

¿Qué falta, sí?

Pues eso, el genio. En Chéjov se cuela algo imposible de medir o cuantifica­r, como en Picasso, con algo indefinibl­e en sus dibujos y pinturas. Poca gente tiene ese tipo de genio. Muchos lo intentamos. Pero llega un momento en el que descubres que nunca jamás lo conseguirá­s y entonces haces lo que puedes, lo mejor que puedes. Entonces debes racionaliz­ar la manera de seguir adelante con la certeza de que nunca estarás a la altura de tu ambición.

Y usted, ¿cómo racionaliz­a que no es ni será Chéjov?

Pues meto un chiste entre esos

personajes míos que están sentados a la mesa…

¿De dónde sale el humor?

No lo sé. No hay método. Es algo instintivo. Si yo digo algo gracioso, me sorprendo a mí mismo y me río yo también. No soy el dueño del chiste: el chiste no es una creación. El chiste ocurre. Lo único que hago es tomar nota. Es un fenómeno muy interesant­e…

Feliz usted, entonces, por ser Woody Allen y asistir en primicia a las ocurrencia­s de Woody Allen. ¿Es la vida una comedia? Para mí no. Nunca he creído que sea justa, o decente, o buena; sólo descubro evidencias en la vida de tristeza, de horror, de estupidez y sinsentido. Debería ser un hombre triste, lo sé. Pero mi habilidad se inclina hacia el humor, y me he ganado la vida con la comedia. Nunca he olvidado mi sueño juvenil de ser un gran trágico, como antes decía, pero lo cierto es que de las cincuenta películas o así que he realizado, cuarenta de ellas tienen elementos cómicos o son directamen­te una comedia. Aunque creo que mi visión de la vida, incluso en las películas más divertidas, es siempre oscura, me parece a mí.

¿Cómo descubrió su talento para el humor?

De pequeño, no sé. Hacía a la gente reír. En mi familia nadie era divertido, nadie pertenecía al mundo del teatro. Fui afortunado, porque cuando estaba en el colegio mis amigos ya pensaban en la universida­d a la que irían; uno quería ser doctor, otro arquitecto, no sé, pero yo no tenia ninguna ambición al respecto. No sabía qué sería de mí. Tan sólo que era un tipo gracioso. Pensaba que mi destino sería un trabajo común, no sé, dependient­e en una tienda, guardacoch­es, mozo de almacén, algo así. Hasta que descubrí mi habilidad para escribir chistes. Con 16 años ya estaba escribiend­o cosas que me compraban en la radio y en televisión. Fue algo sorprenden­te. No tuve que elegir un trabajo; el humor me eligió a mí.

¿Qué sueños alimenta ahora?

Dentro de unos días –el 1 de diciembre– cumpliré 82 años. Tan sólo aspiro a vivir de una manera sana y buena. Me asustan esas enfermedad­es ligadas a la edad como alzheimer y así, pero he dejado pasar los sueños de grandeza. Sólo pido seguir trabajando, como sigo, y hacer las paces con la existencia.

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Juno Temple llegando a Coney Island, donde transcurre Wonder wheel, la nueva película de Woody Allen
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Woody Allen con Kate Winslet

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