Por la senda del Brexit
PARA Carles Puigdemont, la Unión Europea es un club de “países decadentes, obsolescentes, en el que mandan unos pocos ligados a intereses económicos discutibles”. Motivo por el cual el expresidente de la Generalitat propone que los catalanes decidan –se supone que en un referéndum– si quieren seguir o no en la UE. Aunque Puigdemont ya había dado algunas señales de desafección hacia Europa por la frialdad de sus instituciones hacia el proceso independentista catalán, hasta ahora no había sido tan explícito y demoledor en su desahogo. Acaso el partido sucesor de Convergència se esté convirtiendo al euroescepticismo en otra más de sus camaleónicas transformaciones.
Jordi Pujol no sólo fue un apasionado europeísta, sino que contribuyó al ingreso de España en la CEE. La adhesión al proyecto europeo, por encima de sus vaivenes, errores e incompetencias –que de todo ello adolece– ha sido una seña de identidad del catalanismo. Pero esa constante parece truncarse ahora. El proceso independentista ha pasado de garantizar que Europa acogería con los brazos abiertos a una Catalunya independiente a manifestar un agrio resentimiento hacia las instituciones comunitarias, por más que se barnice personalizando los ataques en determinados líderes europeos. Plantear un referéndum sobre la pertenencia a la UE es revelador. Es algo que trasciende el malestar coyuntural con uno u otro dirigente.
Las sociedades europeas atraviesan un periodo marcado por los impulsos de unos ciudadanos iracundos, desengañados con su cobertura política. Una indignación que ha alumbrado partidos y movimientos que explotan los sentimientos de agravio e injusticia. A veces esas corrientes de fondo afloran y..., por ejemplo, acaban en un
Brexit. Pero ya dijo Aldous Huxley que quizá la mayor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.