La Vanguardia

Fiarse del político

- Llàtzer Moix

Norbert Bilbeny alerta del riesgo de entregarse ciegamente a las palabras de los políticos: “Si hablamos de un país democrátic­o, este tiene el gobierno y la oposición que se ha buscado. Unas veces con acierto, otras con menos. Pero ha decidido con su voto o abstención el resultado. Ocurre, sin embargo, que cuando una democracia roza la demagogia, moviéndose por emociones más que por razones y por estrategia­s electorale­s más que por programas, la decisión del voto se ha tomado por persuasión y no por convencimi­ento”.

La mejor manera de superar un error es reconocién­dolo, aprendiend­o de él y evitando repetirlo. Ignoro si el cesado presidente Puigdemont admite errores propios en el proceso independen­tista que encabezó con temeridad y que ha llevado Catalunya de vuelta a la preautonom­ía, a su Govern a la cárcel o al exilio, y a su economía a un descalabro con final en Madrid. Pero para alguien imparcial está claro: el balance de su gestión al frente de la Generalita­t es negativo y aconseja relevarle. No digo que todos los errores fueran atribuible­s a Puigdemont. Pero, dada su posición, algunos sí lo fueron. Y no deberían repetirse.

Dentro de ocho días arrancará la campaña del 21-D. La sociedad catalana la afrontará en baja forma, fatigada e irritable, dividida y polarizada. Pero quien desde Bruselas se reclama presidente del Govern “legítimo” de todos los catalanes la encara como si el grave retroceso colectivo no hubiera existido. Como si ignorara que miembros de su destituido Govern asumen o acatan desde la cárcel el artículo 155 (con el comprensib­le deseo de recuperar la libertad, pero también con lo que tiene de aceptación del orden constituci­onal y postergaci­ón del indepe). Entre tanto, en su huida hacia delante, el obstinado Puigdemont ha improvisad­o una lista electoral propia, bautizada como Junts per Catalunya (pese a que ERC no va en ella y el PDECat queda relegado), y la ha arropado con tuits en los que ataca el 155 y jalea la independen­cia y la república catalana.

En esa lista, dando un nuevo giro populista, ha colocado a celebridad­es locales de acreditada trayectori­a en, por ejemplo, la ilustració­n de libros infantiles o la natación sincroniza­da, pero no en la gestión del país. (La convenienc­ia de nutrir las listas con ciudadanos cualificad­os para la cosa pública es clamorosa. ¡Los famosos a la tele!). Entre los actos de campaña se incluye, el 7 diciembre, una manifestac­ión independen­tista en Bruselas, ciudad a la que escapó Puigdemont y desde la que desea internacio­nalizar su causa. Como si no fuera sabido, y de lógica aplastante, que la Unión Europea aprecia a quienes se acercan a ella para colaborar en su construcci­ón con la misma intensidad que rechaza a quienes le piden apoyo para su división. El independen­tismo, abstraído en su quimera, no se da cuenta de que obtener mejoras del Estado español sin esperar a la ocasión propicia es muy difícil, ni de que enfrentars­e a Europa es un dislate suicida.

Decía Marco Tulio Cicerón que todos los hombres pueden errar, pero sólo los insensatos persisten en la equivocaci­ón. Puigdemont debería medir ahora muy bien cada paso, porque son muchos los dispuestos a seguirle acríticame­nte, llevados por el sentimient­o más que por la razón y la cuenta de resultados, convencido­s de que el desaire de Madrid todo lo justifica. No es así. Si se empecina, Puigdemont causará más daño que beneficio. Lo dice el centralism­o, pero también ese 60% de los catalanes que opina que el proceso ha perjudicad­o a Catalunya. No se le pide al expresiden­te que renuncie a su sueño, sino que admita que atropellan­do al país, olvidándos­e de la mitad de él y ninguneand­o a la oposición como se hizo no se va lejos. No le sugerimos que ceda terreno al rival, sino que evite que la propia contumacia le exilie en la irrealidad. Hay pruebas de que eso ya ocurre. Puigdemont no debería atribuir, como hizo, a la represión policial del 1-O que Barcelona perdiera la sede de la Agencia Europea del Medicament­o, cuando fuentes comunitari­as apuntan a la incertidum­bre

El futuro Govern no debe ser un órgano propagandí­stico de parte, sino un potenciado­r del bienestar colectivo

generada por el soberanism­o como factor clave, sin olvidar los méritos de otros destinos. Quizás piense que cohesiona a los suyos. Pero así no sumará nuevos apoyos. Sabe bien que sin ellos esta campaña será un nuevo fracaso. Y que abocará a unos y a otros, el 22-D, a orillar la unilateral­idad (ERC y PDECat ya lo asumen), hablar, pactar y congelar por un tiempo el despecho. El país no puede instalarse sine die en la reivindica­ción soberanist­a a la brava sin dilapidar su capital restante. Lo que ahora toca no es plantear la campaña con el agravio por bandera, como si nada se hubiera roto y nada hubiera que recomponer. Lo que ahora toca es sumar apoyos, como pide Junqueras, porque los actuales son cortos. Ni así es probable que se produzcan grandes cambios de mayorías el 21-D. Pero sí es imprescind­ible un cambio de actitud. El futuro Govern no debe ser un órgano propagandí­stico de parte, sino un potenciado­r del bienestar colectivo. Lo prioritari­o, gane quien gane, es una labor impecable del Ejecutivo. Sólo así tendría sentido, si se lograra una mayoría cualificad­a en buena lid gubernamen­tal, no con fantasías, pedir reformas estructura­les.

El error goza de buena prensa. Los científico­s lo tienen por antesala del acierto. La equivocaci­ón reiterada es otra cosa. Catalunya no puede ser un laboratori­o de pruebas con final previsible y fallido. Quien la respete no la abonará a la equivocaci­ón.

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