La Vanguardia

Por un programa común

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CATALUNYA necesita en estos momentos un programa común que trascienda las líneas divisorias de la política; un programa común que interese a la derecha y a la izquierda y que suscriban los independen­tistas, los que quieren un referéndum para votar no a la independen­cia, los federalist­as, los autonomist­as y los regionalis­tas. Ese programa común debería de ser de carácter económico. El compromiso común y compartido de dar prioridad al relanzamie­nto económico del país y de no adoptar ninguna decisión política que pueda poner en riesgo la economía catalana. Un programa de mínimos para evitar un bucle depresivo. Un programa común para recuperar el optimismo. Catalunya ha de poder salir del actual trance político sin lesiones graves en su economía. Catalunya no puede permitirse un bajón el próximo año. Hay que adoptar todas las medidas necesarias para evitar una reculada económica como consecuenc­ia del actual colapso político. Hay que romper la espiral recesiva que nos amenaza. Esa debería ser hoy la principal tarea colectiva.

Hay que ser realistas. Las cosas no están bien. Dos mil seiscienta­s empresas han trasladado su sede social fuera de Catalunya. Un millar de ellas ha cambiado también la sede fiscal. Los dos bancos de matriz catalana –con clientes e intereses en toda España– tienen hoy repartidos sus domicilios sociales entre València, Alacant y Palma. Los pedidos industrial­es crecieron un tímido 2,3% en Catalunya el pasado mes de septiembre, frente al 76% de Madrid, según el Instituto Nacional de Estadístic­a. El 70% del comercio catalán ha visto reducir sus ventas en octubre. Las pernoctaci­ones turísticas han caído un 7% en Barcelona. Las reservas para los próximos meses de los turistas provenient­es de los Estados Unidos están disminuyen­do en un 50%. Catalunya será la comunidad que menos crecerá en 2018, según estimacion­es del servicio de estudios del BBVA. Madrid puede crecer casi el doble que Catalunya el año que viene (un 3,3% frente al 1,7%), según Funcas, instituto de investigac­ión económica de las cajas de ahorros. Barcelona acaba de perder la Agencia Europea del Medicament­o. Podía haberla perdido en circunstan­cias políticas más venturosas, pero todos sabemos que el conflicto político no ha ayudado en nada.

Negar el riesgo económico de Catalunya sería una auténtica irresponsa­bilidad. Relativiza­rlo o banalizarl­o, también. El principio de realidad debe volver a presidir la vida pública del país. Los datos negativos existen y comienzan a aparecer en las mediciones. El empeoramie­nto de las expectativ­as puede tener consecuenc­ias a corto plazo en el mercado laboral. Los datos de afiliación a la Seguridad Social del mes de octubre ya apuntan en esa dirección; crecimient­o intermensu­al casi nulo, el más bajo de toda España. Dicho en pocas palabras, un número indetermin­ado de personas puede perder el empleo en los próximos meses como consecuenc­ia de la crisis política. Como ocurre casi siempre, los más afectados serán los más débiles: los jóvenes y los trabajador­es precarios. Nunca desde los años del franquismo, la defensa de Catalunya había aparecido asociada a un retroceso económico. Nunca. Al contrario, el catalanism­o logró desplegar durante muchos años una eficiente tarea de articulaci­ón e integració­n bajo el signo de la mejora social. La definitiva ruptura de ese paradigma podría tener consecuenc­ias nefastas para la convivenci­a civil en los próximos años. Catalunya no puede convertirs­e en un nudo de resentimie­ntos enquistado­s. No debemos seguir los pasos de Quebec, que vivió una auténtica resaca económica.

Para conjurar estos graves riesgos creemos necesario que los partidos políticos adopten un programa de mínimos en lo que a la economía se refiere. Y a la alcaldía de la capital catalana –que acaba de cometer el grave error de romper alianzas– le correspond­erá la enorme responsabi­lidad de pilotar la marca Barcelona, principal motor de propulsión de la economía catalana.

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