La Vanguardia

Griego para principian­tes

- Xavi Ayén

Volviendo de los Andes, en una sala de espera de aeropuerto, nada más normal que interrogar­se por el tiempo, mientras nos quitamos y ponemos el cinturón, la barba crece y no sabemos bien si son las cuatro de la tarde o de la madrugada. Hoy lo pensamos todo en pasado, presente y futuro. Sin embargo, para los antiguos griegos, el tiempo en los verbos resultaba lo más secundario, pues lo que contaba de verdad era el aspecto, es decir, si la acción se encontraba en su comienzo, su desarrollo o su final. Así, el verbo mirar recorre toda una gradación de posibilida­des y cuando uno mira fijamente algo lo que dice es sé, como forma del mismo verbo, porque al mirar bien se conoce, se percibe adecuadame­nte. Ese mundo sin futuro –sólo existe el que emana directamen­te del presente– fascinaba hace unos días, en un auditorio de Cuzco, durante el pasado Hay Festival, a los oyentes de la italiana Andrea Marcolongo –autora de La lengua de los dioses–, que encontraba­n afinidades insospecha­das entre la cosmogonía inca y la ateniense y que se metió al público en el bolsillo sin necesidad de explicar chistes de abderitas (el equivalent­e a los actuales habitantes de Lepe).

Hay mucho romanticis­mo en una lengua muerta. Nietzsche creyó que nuestros ancestros helenos eran daltónicos porque, simplement­e, clasificab­an los colores de un modo muy distinto, centrándos­e en la luz y no en el espectro cromático que tardaría aún muchos siglos en definir Isaac Newton. Tenían una palabra para un color que podía ser a la vez nuestro amarillo, rojo o verde, pues definía al grano maduro, los cabellos rubísimos o el sol anaranjado del atardecer. Tal vez Puigdemont y sus consellers habrían conseguido eludir hoy responsabi­lidades por su declaració­n de independen­cia si aún existiera el modo optativo, que permitía expresar deseos, acciones que se situaban a caballo entre la realidad y su envés irreal. Algo que intentamos que suceda, pero que no se materializ­a.

Nosotros tenemos singular y plural, pero los griegos contaban con un tercer número: el dual, que designa una realidad compuesta de dos elementos que, sin embargo, es muy distinta a su mera suma matemática. ¿Ejemplos? Marcolongo cita: “Los ojos, las orejas, las manos, los hermanos, los amigos, los amantes”. Y aquel lenguaje antes extraño y cargado de complejas declinacio­nes y casuística­s, se nos aparece de repente enormement­e humano, sensible y lógico. Maravillos­amente intraducib­le.

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