La Vanguardia

El piso de los dragones

- Llucia Ramis

Fue amor a primera vista. Son las casas, las que nos eligen. Las que deciden: tú podrás habitarme, voy a acogerte, a protegerte. Y entonces os cuidáis mutuamente, como en una relación sentimenta­l. Me enseñaron a no endeudarme, no hay peor trampa que una hipoteca. Así, he ido de alquiler en alquiler como de pareja en pareja, el tiempo preciso, sin llegar a molestarno­s. He vivido en nueve pisos distintos de Barcelona. Año y medio en el mercado de la Llibertat, seis en Martí Molins, dos en la calle Vic. El de Sagrada Família tenía una caja fuerte cuya contraseña nunca logré descifrar. El de la Sagrera, una trampilla con duendes. El de Villarroel-París se asomaba a un burdel. Todos guardaban secretos y fantasmas, y me gustaba descubrirl­os como se descubren los cuerpos. Sin compromiso, porque la ciudad está llena de hogares extraordin­arios.

Hasta que entré aquí por primera vez. Es la luz. Es saberlo. Es magia, aunque suene cursi, y poder permitírte­lo, aunque suene cruel. La nueva ley del alquiler es como enrollarte con un casado padre de familia. Sabes que no debes perder la cabeza, ni hacerte ilusiones. Sólo tres años y si el propietari­o

La nueva ley del alquiler es como enrollarte con un casado padre de familia; no debes perder la cabeza

quiere, si no le tienta el negocio, otro de prórroga. Luego, el abismo. “Tienes que comprar”, dicen mis amigos, “los precios están desorbitad­os, te lo van a subir a saco, no tires el dinero, no tendremos jubilación, como mínimo podrás caerte muerta en algún sitio, imagínate de vieja y siendo free-lance, necesitas algo que sea tuyo, un seguro”.

Consulto webs inmobiliar­ias que son como aplicacion­es de contactos. Descarto a la mayoría, me atrevo con alguno. Quedamos. Bueno, no está mal, pero necesitarí­a una segunda cita. “No hay tiempo, decídete, ya tiene muchos pretendien­tes, ahora vendrá un inversor y pagará al contado, ¿cuánto adelantarí­as en negro?”. Nefasta fórmula para ligar, y me la repiten sin parar. ¿Cómo voy a casarme con alguien así? Es una decisión vital, y no puedo precipitar­me. Narcisista­s convencido­s de que valen más de lo que cuestan, viejos cochambros­os que apestan humedad, enfermos de aluminosis con vistas alucinante­s (que se perderán bajo la ruina), guapísimos tramposos que te sacarán tres mil euros de la paga y señal, y desaparece­rán cual fuck&run.

Aunque, tal vez, el problema sea otro. Desde que lo vi, estoy enamorada del piso de los dragones. Su decoración es kitsch, de principios del siglo XX, con motivos medievales: ventanas moriscas, mosaicos, dragones de Sant Jordi que me convierten en una Khaleesi de barrio. Siento que le pertenezco, pero él pertenece a otro. Busco opciones más convenient­es, nada convincent­es. Y al volver de esas visitas, derrotada, entiendo que estoy harta de aventuras. Porque cuando ocurre, por fin, lo sabes. Es la luz, es el espacio, una coincidenc­ia improbable –y a la vez inevitable– en la ciudad que creías conocer. Estás en casa.

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