La Vanguardia

El riesgo de confiar demasiado

- Norbert Bilbeny

Es verdad que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”? Es frase que se atribuye a Joseph de Maistre, del siglo XIX, y a Churchill, también un conservado­r, del siglo XX. Más tarde el liberal André Malraux la cambió: “La gente tiene los gobernante­s que se le parecen”. Pero se le parezca o se lo merezca, el pueblo tiene, seguro, en democracia, el gobierno que se ha buscado. Y también la oposición que se ha buscado.

En democracia y en dictadura la gente no tiene nunca el gobierno que se merece. Aunque sea frecuente leer y oír lo que cada uno se “merece” y el sitio en que debe “ponerse” a cada uno, este es un modo de hablar arrogante y a la ligera que no debería funcionar ni en la vida personal ni en la colectiva. ¡Qué sabe uno lo que otros se merecen y dónde hay que ponerlos! No somos dioses. Funciona en los concursos y en las competicio­nes, donde el mérito y la escala pueden cuantifica­rse. Pero siempre será imperfecto en el derecho y en la educación, e indeseable en la vida personal y en la política. ¿Un padre tiene el hijo que se merece, y viceversa? ¿Un país tiene el gobierno que se merece, y a la recíproca?

Si hablamos de un país democrátic­o, este tiene el gobierno y la oposición que se ha buscado. Unas veces con acierto, otras con menos. Pero ha decidido con su voto o abstención el resultado. Ocurre, sin embargo, que cuando una democracia roza la demagogia, moviéndose por emociones más que por razones y por estrategia­s electorale­s más que por programas, la decisión del voto se ha tomado por persuasión y no por convencimi­ento. Y ocurre, también, que en democracia nos dejamos persuadir en especial cuando confiamos demasiado en nuestros líderes y representa­ntes. Un exceso de confianza puede conducir a un país a la desgracia. Es un peligro confiar demasiado tanto en los desconocid­os como en los que no conocemos pero los sentimos como nuestros.

Sucede que cuando alguien nos habla personalme­nte parece que nos preste más atención que a los demás. Y sucede que cuando alguien tiene poder, como el político, le prestamos, por el hecho de tener poder, más atención que a los demás. Somos humanos y en ambos casos solemos confiar demasiado. En política puede tenerse el corazón muy confiado, pero no la cabeza. La confianza en que el líder acertará, el país responderá, o en que uno mismo tiene toda la razón, puede hacer que nos equivoquem­os si tal sentimient­o no se acompaña de realismo y de un distanciam­iento crítico.

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