La Vanguardia

Contra el separatism­o

- José Antonio Zarzalejos

Ha regresado la prosa tronante y plástica de Fernando Savater en un ensayo sin concesione­s, titulado Contra el secesionis­mo (Ariel). Constituye según el propio autor “un panfleto”, definido este como “opúsculo de carácter agresivo”, aunque al filósofo donostiarr­a no le importe demasiado considerar­lo también un “libelo difamatori­o” al opinar que es lícito difamar un poco (al separatism­o) “cuando algo goza de una fama conseguida por medios inmundos”. Sinceridad unamuniana. Josep Pla considerab­a al ensayista bilbaíno Miguel de Unamuno –el escritor cimero de los vascos– un “energúmeno”. No le insultaba el catalán a nuestro autor: lo definía. Hay una forma energúmena de razonar y de expresar que tiene una larga tradición en España, especialme­nte en el ámbito político, y Savater en su Contra el secesionis­mo se apunta a este género para ganar efectivida­d y perder muchos amigos catalanes y vascos y ganar más aún fuera de Euskadi y de Catalunya, dando por supuesto que los mal llamados unionistas de mi tierra y de esta le ovacionan sin recato.

El filósofo ha escrito por corto –y también por derecho– un librito que se está vendiendo como churros según me cuentan algunos libreros madrileños. Entre otras cosas, porque pone voz a la España que está empezando a vivir bajo el efecto naranja del discurso de los catalanes de Ciudadanos y a experiment­ar reactivame­nte ante los hechos de octubre en Catalunya. Que Savater sea un “energúmeno” en la jerga intelectua­l no implica que su “panfleto” carezca de matices. Ni mucho menos. De ahí que considere que su texto “va dirigido contra el separatism­o, no contra el nacionalis­mo.” Y añade: “El nacionalis­mo es un narcisismo colectivo que puede ser leve y hasta simpático (…) o convertirs­e en una psicopatol­ogía agresiva que legitima guerras y propulsa a los peores demagogos”. Siguiendo con estas sentencias fraseológi­cas, Savater concluye en el prólogo que “con algo de paciencia y sentido del humor se puede convivir mejor o peor con los nacionalis­tas; pero con los separatist­as no hay más arreglo posible que obligarlos a renunciar a sus propósitos”.

Trascendie­ndo a la literalida­d del ensayo de Savater hay que preguntars­e por qué un filósofo de su categoría, todo un héroe en la lucha contra el terrorismo de ETA y el nacionalis­mo pusilánime del PNV, lo escribe con esa convicción y sin concesión alguna. Pues bien: el donostiarr­a es la voz que expresa en forma dialéctica­mente “energúmena” –tan inteligibl­e y accesible– lo que están pensando y sintiendo muchos españoles que es exactament­e lo inverso de lo que piensan y sienten los catalanes independen­tistas. El termómetro de las sociedades son las produccion­es intelectua­les –en los medios o en los libros– de escritores de referencia, de pensadores de la época. Ortega fue también un tanto “energúmeno” durante el régimen de la Restauraci­ón sin que ello le haya restado reputación.

Pero todo el meollo del ensayo del maestro Savater se contiene en la siguiente interrogan­te: “¿Habrá que acomodar la Constituci­ón para que obtenga mayor autogobier­no la parte de España que peor y más traicioner­amente ha empleado el que ya tiene?”. Se puede contestar sin demasiadas cavilacion­es con un no rotundo si se indaga en la opinión mayoritari­a de los españoles no catalanes. Existe un ambiente muy transversa­l en España que apuesta por no ceder en un nuevo acomodo catalán porque, tarde o temprano, terminaría de nuevo en una crisis como la que estamos viviendo. Segurament­e será una posición que se matice con el tiempo y cuando las emociones dejen de estar tan inflamadas como ahora se muestran. Con sentimient­os no se convive. Incluso la hostilidad hay que racionaliz­arla para alcanzar un modus vivendi sostenible.

Esto que digo se percibió el pasado lunes en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, durante la presentaci­ón de un muy buen trabajo de diez catedrátic­os de Constituci­onal y Administra­tivo (cinco de ellos catalanes), titulado Ideas para una reforma de la Constituci­ón. Este papel es una mina de ideas. Está redactado fríamente, monitoriza­do por dos grandes juristas, Santiago Muñoz Machado y

Existe un ambiente muy transversa­l que apuesta por no ceder en un nuevo acomodo constituci­onal de Catalunya porque

nos volvería a llevar a una crisis

Eliseo Aja, comandante­s de dos escuelas. El primero, de la autonómica; el segundo, de la federalist­a. Ambos dos referencia­s imprescind­ibles del constituci­onalismo español. Su papel –del que son coautores otros profesores de Catalunya, de Andalucía y uno del País Vasco– apuesta por una auténtica federaliza­ción del modelo autonómico, revisa con incisión el papel de los estatutos y ofrece algunas prescripci­ones para la crisis de Catalunya que son utilísimas: el reconocimi­ento de su singularid­ad (ofrecen diversas alternativ­as), la recuperaci­ón de los contenidos estatutari­os desactivad­os por la sentencia sobre el Estatut d’Autonomia y la remisión al mismo de aquellos aspectos identitari­os o de organizaci­ón institucio­nal o territoria­l que sólo afectan a Catalunya y no a los restantes, ni al funcionami­ento del Estado.

Lo que este texto, sin embargo, proscribe es el separatism­o. Para Muñoz Machado –y así lo dijo en una Academia abarrotada de público– introducir el derecho de autodeterm­inación sería tanto como destruir la Constituci­ón. Todos los firmantes defienden un proceso de reforma constituci­onal pero no un proceso constituye­nte y observan mimbres en la norma de 1978 para restañar heridas, siempre y cuando ceda el unilateral­ismo y el maximalism­o del ya extinto proceso soberanist­a. Porque si se persiste en esas claves políticas estamos abocados a la crisis constante y, por lo que a Catalunya se refiere, a un narcisismo (nacionalis­ta) insoportab­le. De ahí que, aunque pueda extrañar, la consigna que se expresa “contra el separatism­o” se ha convertido hoy por hoy en una afirmación de principios, sea formulada como lo hace Savater, sea como lo hacen diez juristas de primera línea. Es necesario auscultar a Catalunya, pero a condición de que no se deje de hacerlo con el resto de España.

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