Reciclar la energía negativa
La ira vertida por las administraciones a la hora de culparse mutuamente del fiasco de la EMA tiene una lectura positiva: si de repente les importa tanto Barcelona, seguro que están dispuestas a todo para traer a la ciudad sedes y acontecimientos globales
Han pasado tres meses desde que el presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAFF), Sebastian Coe, dijera en una rueda de prensa que “Barcelona sería una buena sede para el Mundial de atletismo del 2023”. Esta afirmación la hizo durante los mundiales que se celebraban en agosto en Londres. Sobre el tartán brillaban estrellas como Mo Farah, Usain Bolt, Wayde van Niekerk o Tori Bowie, mientras la ciudad se beneficiaba de un impacto económico de 199 millones de euros (según datos de la propia IAFF) y de una audiencia estimada de televisión
400 millones de espectadores en todo el mundo. Las tomas televisivas de la prueba de maratón fueron impactantes: pocas veces lució Londres tan espléndida.
Pero las palabras de Coe sobre una posible candidatura barcelonesa se las llevó el viento. En septiembre, la política catalana entró en una espiral de turbulencias que ha se ha llevado por delante el prestigio internacional de Barcelona.
En lo que ha sido un sprint final, pero con más gesticulación que convencimiento, el Gobierno y el Ayuntamiento han tratado de conseguir para la ciudad la sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA, en sus siglas en inglés). El resultado es conocido, pero, transcurridos unos días desde la eliminación de Barcelona en primera ronda, pueden hacerse nuevas lecturas. La primera, que debería ser la más relevante, es que la contienda por la EMA ha puesto en evidencia algunos déficits estructurales de la ciudad, como son el lamentable nivel general de inglés de los barceloneses y el hecho de no contar con el mejor aeropuerto de Europa, pese a los avances logrados en los últimos tiempos.
Pero lo que ha sido realmente sonrojante para una ciudad que siempre ha estado muy pendiente de lo que se opinaba de ella en el exterior ha sido el posterior espectáculo público de acusaciones cruzadas entre las administraciones: las dos ya citadas y el gobierno cesado de la Generalitat han empleado una energía propia de otros tiempos –Barcelona no ha estado precisamente en el centro de sus preocupaciones recientes– a la hora de culparse mutuamente del fiasco de la candidatura barcelonesa.
Y eso, de alguna manera, debería tener una lectura favorable: si esa energía negativa se transformara en positiva, habría otros retos que, sin llegar a la dimensión de la Agencia del Medicamento, podrían estar, ahora sí, al alcance de la ciudad.
Eso sí, tendrá que ser la sociedad civil la que ponga a prueba la consistencia de ese súbito interés político por la proyección de Barcelona, hasta ahora tan ninguneada. De entrada, tendría que reclamar, si se estima conveniente, que la ciudad tome la palabra al presidente de la IAFF y opte a los Mundiales de atletismo del 2023, con el debate sobre una posible candidatura a los Juegos Olímpicos del 2032 en el horizonte.
Pero hay más retos para una Barcelona dispuesta a recuperar su credibilidad, ahora que el contexto político tiende a hacerse más previsible –una condición indispensable para la recuperación económica– con la renuncia a la unilateralidad por parte de los partidos independentistas.
Por ejemplo, el mismo Brexit que va a expulsar a la EMA de Londres obligará a muchas instituciones británicas a abrir despacho en la Eurozona si no quieren ver amenazada su supervivencia. El director de Barcelona Global, Mateu Hernández, identifica entre ellas a instituciones educativas que, como el Imperial College London, se plantean tener una sede europea.
A Barcelona le urge generar buenas noticias, como sería captar grandes acontecimi entos o atraer sedes de organismos internacionales. Si las administraciones arrastran los pies, ha de ser la sociedad civil la que tome la iniciativa. Ya se apuntarán después, con entusiasmo renovado, los representantes políticos.