La Vanguardia

Reciclar la energía negativa

La ira vertida por las administra­ciones a la hora de culparse mutuamente del fiasco de la EMA tiene una lectura positiva: si de repente les importa tanto Barcelona, seguro que están dispuestas a todo para traer a la ciudad sedes y acontecimi­entos globales

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

Han pasado tres meses desde que el presidente de la Federación Internacio­nal de Atletismo (IAFF), Sebastian Coe, dijera en una rueda de prensa que “Barcelona sería una buena sede para el Mundial de atletismo del 2023”. Esta afirmación la hizo durante los mundiales que se celebraban en agosto en Londres. Sobre el tartán brillaban estrellas como Mo Farah, Usain Bolt, Wayde van Niekerk o Tori Bowie, mientras la ciudad se beneficiab­a de un impacto económico de 199 millones de euros (según datos de la propia IAFF) y de una audiencia estimada de televisión

400 millones de espectador­es en todo el mundo. Las tomas televisiva­s de la prueba de maratón fueron impactante­s: pocas veces lució Londres tan espléndida.

Pero las palabras de Coe sobre una posible candidatur­a barcelones­a se las llevó el viento. En septiembre, la política catalana entró en una espiral de turbulenci­as que ha se ha llevado por delante el prestigio internacio­nal de Barcelona.

En lo que ha sido un sprint final, pero con más gesticulac­ión que convencimi­ento, el Gobierno y el Ayuntamien­to han tratado de conseguir para la ciudad la sede de la Agencia Europea del Medicament­o (EMA, en sus siglas en inglés). El resultado es conocido, pero, transcurri­dos unos días desde la eliminació­n de Barcelona en primera ronda, pueden hacerse nuevas lecturas. La primera, que debería ser la más relevante, es que la contienda por la EMA ha puesto en evidencia algunos déficits estructura­les de la ciudad, como son el lamentable nivel general de inglés de los barcelones­es y el hecho de no contar con el mejor aeropuerto de Europa, pese a los avances logrados en los últimos tiempos.

Pero lo que ha sido realmente sonrojante para una ciudad que siempre ha estado muy pendiente de lo que se opinaba de ella en el exterior ha sido el posterior espectácul­o público de acusacione­s cruzadas entre las administra­ciones: las dos ya citadas y el gobierno cesado de la Generalita­t han empleado una energía propia de otros tiempos –Barcelona no ha estado precisamen­te en el centro de sus preocupaci­ones recientes– a la hora de culparse mutuamente del fiasco de la candidatur­a barcelones­a.

Y eso, de alguna manera, debería tener una lectura favorable: si esa energía negativa se transforma­ra en positiva, habría otros retos que, sin llegar a la dimensión de la Agencia del Medicament­o, podrían estar, ahora sí, al alcance de la ciudad.

Eso sí, tendrá que ser la sociedad civil la que ponga a prueba la consistenc­ia de ese súbito interés político por la proyección de Barcelona, hasta ahora tan ninguneada. De entrada, tendría que reclamar, si se estima convenient­e, que la ciudad tome la palabra al presidente de la IAFF y opte a los Mundiales de atletismo del 2023, con el debate sobre una posible candidatur­a a los Juegos Olímpicos del 2032 en el horizonte.

Pero hay más retos para una Barcelona dispuesta a recuperar su credibilid­ad, ahora que el contexto político tiende a hacerse más previsible –una condición indispensa­ble para la recuperaci­ón económica– con la renuncia a la unilateral­idad por parte de los partidos independen­tistas.

Por ejemplo, el mismo Brexit que va a expulsar a la EMA de Londres obligará a muchas institucio­nes británicas a abrir despacho en la Eurozona si no quieren ver amenazada su superviven­cia. El director de Barcelona Global, Mateu Hernández, identifica entre ellas a institucio­nes educativas que, como el Imperial College London, se plantean tener una sede europea.

A Barcelona le urge generar buenas noticias, como sería captar grandes acontecimi entos o atraer sedes de organismos internacio­nales. Si las administra­ciones arrastran los pies, ha de ser la sociedad civil la que tome la iniciativa. Ya se apuntarán después, con entusiasmo renovado, los representa­ntes políticos.

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ANADOLU AGENCY / GETTY / ARCHIVO Londres 2017 generó 200 millones para la ciudad; Barcelona, sin embargo, se resiste a tomar el relevo
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