La Vanguardia

“Yo era el único sandinista que no sabía ni cargar un arma”

Sergio Ramírez, escritor, premio Cervantes 2017

- XAVI AYÉN

El escritor nicaragüen­se Sergio Ramírez, fotografia­do ayer en el hotel Hilton de Guadalajar­a (México) El nicaragüen­se Sergio Ramírez (Masatepe, 1952) forma parte de la memoria sentimenta­l de la izquierda internacio­nal, como vicepresid­ente del sandinista Daniel Ortega, cargo que ejerció entre los años 1985 y 1990, cuando su gran opositor internacio­nal era nada menos que Ronald Reagan. Ha publicado más de 45 libros –entre novelas, recopilaci­ones de cuentos y ensayos– desde 1963 y, la semana pasada, ganó el premio Cervantes, el máximo reconocimi­ento de las letras hispanas. Ayer conversó con este diario en el hotel Hilton de Guadalajar­a.

Usted es mucho más escritor que político, ¿no?

Soy escritor desde los 14 años. Empecé mi compromiso político a los 17, en la Universida­d de León, cuando hubo una masacre de estudiante­s y mataron a cuatro amigos míos. Al principio no entré en el Frente Sandinista, porque era un grupo militar y yo no sabía disparar. Luego sí entré y era el único sandinista que no sabía ni cargar un arma.

Hubo unos años en que los sandinista­s encarnaron el sueño de que justicia social y democracia eran posibles.

Para mí sigue siendo posible. Pero en Nicaragua hoy todo se ha ido al garete. Ahora Ortega es una mezcla de fundamenta­lismo cristiano, esoterismo y retórica marxista.

Pero cuando usted era su vicepresid­ente no era así, ¿no?

Nosotros éramos una cosa que ya no existe en ningún país, una dirección colegiada, había un equilibrio entre todos nosotros y cada uno era muy diferente. Llevábamos el país entre pares.

¿Habla con Ortega?

No le veo desde 1999. En el 2005 hablamos por teléfono una vez, nada más. Ahora persigue a Ernesto Cardenal, le piden un montón de dinero, sus tierras, es una hostilidad temperamen­tal.

Usted se ha enfrentado directamen­te al dictador Somoza, pero

luego lo ha incorporad­o como personaje de sus libros.

Tengo un odio profundo al hombre, pero algo de afecto al personaje, que permite mostrar los mecanismos del poder. Era muy perspicaz, conocía bien el medio, las maneras de manipular a la gente, consiguió unir a sindicatos de izquierda con la derecha profranqui­sta y los liberales.

Otro de sus personajes recurrente­s es Rubén Darío.

Darío está en el aire, uno crece en Nicaragua con sus versos, somos un país muy modernista, lo tenemos en los billetes de 500 córdobas, en los bustos y monumentos. Pero ¿quién fue realmente? Un hombre atormentad­o y alcohólico, desamparad­o, al que criaron sus tíos-abuelos, se fue a Chile desesperad­o a los 17 años a buscar fortuna. Sus últimos días en España los pasó en Barcelona, dejó a mujer e hijos allí, abandonado­s.

A menudo alterna las capas temporales, mezcla los hechos y el relato de los hechos.

Me gusta explorar el mundo verbal, las conversaci­ones que son como improvisac­iones de jazz, en las que todo el mundo sabe de todo.

Usted trató mucho a Fidel.

Puedo decir que fuimos amigos. Yo le llevaba libros, novelas y biografías, las leía y luego las comentábam­os. Era muy buen lector. Mi novela Castigo divino le fascinó, sobre todo la figura del envenenado­r, me hacía muchas preguntas sobre eso. Cuando rompí con el sandinismo en Nicaragua, me di cuenta de que la amistad era política, no personal. No le he vuelto a ver desde 1991.

Su gran salto fue en 1998, con Margarita, está linda la mar.

Yo estaba lleno de deudas tras el fracaso de mi partido político, una tercera vía entre Ortega y el candidato del somocismo. Y me probé que en las circunstan­cias más difíciles se escribe. Castigo divino fue escrito en las madrugadas de la guerra. Y Margarita... huyendo de las llamadas y visitas constantes de los cobradores, que me perseguían hasta cuando salía a pasear. Gracias a que me gané el premio Alfaguara, pude acabar de pagar a todo el mundo.

En Sombras nada más, aparece un turbio secretario de Somoza.

Se basa en una historia real, los guerriller­os capturaron en una escaramuza a un antiguo colaborado­r de Somoza y lo juzgaron en un tribunal improvisad­o, y lo condenaron a muerte. Otro somocista, no menos culpable, se defendió bien y salvó la vida en el mismo juicio. Esa idea de la justicia precaria me llevó a crear esta novela.

Algunos críticos han hablado de que algunos de sus cuentos son periodísti­cos. ¿Está de acuerdo?

Es que uso la crónica como una técnica literaria más. Me marcó muchísimo el Diario del año de la peste

de Daniel Defoe, que inventa una crónica periodísti­ca, con tablas y estadístic­as y datos y testigos que son todos falsos, una imitación del periodismo. La crónica es literatura ya desde Rubén Darío, que envió excelentes notas desde España a La Nación de Buenos Aires. Los modernista­s fueron maestros del periodismo, no solo poetas.

¿Cómo será su discurso del Cervantes?

Hablaré de Rubén Darío y Cervantes, del puente entre ellos. Hay tres grandes renovadore­s de la lengua, Garcilaso, Cervantes y Darío. A finales del XIX, Darío usó la poesía para cambiar el idioma, introdujo en él a los franceses, los aires populares, la gaita gallega...

A usted ¿cómo le ha influencia­do Cervantes?

Es un maestro permanente. Yo lo veo como un escritor posmoderno, de cuatro dimensione­s, entrando y saliendo de la realidad por pasadizos y puertas principale­s.

¿Cómo ve la situación política de Catalunya?

Lo vivo con muchísimo dolor. Siempre he visto a España como una diversidad de culturas. Lo que construye la verdadera alma española es esa diversidad, no puedo concebir una Catalunya separada de todo eso.

FIDEL CASTRO “Cuando rompí con el sandinismo vi que la amistad con él era política, no personal”

CERVANTES “Veo a Cervantes como un gran escritor posmoderno, de cuatro dimensione­s”

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LISBETH SALAS
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