La Vanguardia

Disculpen la tristeza

- Xavier Aldekoa

Cuando conocí a Karati, vestía elegante. Llevaba unos pantalones de pinza y una camisa naranja debajo de un chaleco negro. Pensé entonces que su estilo sofisticad­o contrastab­a con la sencillez de su chabola, que ya ves tú si no hay millonario­s en chándal y horteras. Karati había nacido hombre en un cuerpo de mujer y le gustaban las mujeres. También le encantaba el balón. Por eso se refugió en el fútbol después de que la violaran. Para su agresor, estrictame­nte hablando fue una lección. A Karati se le han quedado grabadas las palabras que aquel tipo le dedicó en un descampado antes de arrancarle la ropa. “Me gritó: ‘¡Deja de ser lesbiana! No eres un hombre. Te enseñaré a ser una mujer’”. En Sudáfrica a esa “lección” la llaman violación correctiva, porque los agresores violan a las lesbianas para corregir su orientació­n sexual.

En los últimos 15 años, más de 30 mujeres han sido asesinadas en Sudáfrica por ser homosexual­es, y cientos han sufrido violacione­s correctiva­s .A Karati, el favor se lo hizo un conocido que además la dejó embarazada y le contagió el sida. “Era un vecino, aún vive a diez casas. Le veo a menudo en el centro comercial”. Después de que la agredieran, Karati no hizo nada. Ni siquiera fue al hospital o a denunciarl­o. Por miedo, por desconfian­za y para evitar ser juzgada. “Ir a la policía habría sido peor. Se habrían reído de mí”. Al enterarse de lo ocurrido, sus padres intentaron tapar la vergüenza. Propusiero­n a su hija que se casara con su violador, que total no era tan mal chico, y como ella se negó la echaron de casa. Karati ahora vive con su novia, una amiga del barrio, y a su hijo le ha puesto de nombre Somgelo; que significa aceptación.

Después de ser violada, el fútbol fue su único abrigo; en Sudáfrica, las lesbianas suelen refugiarse en equipos de fútbol

Después de la agresión, el fútbol fue su único abrigo. En Sudáfrica es habitual. Muchas chicas lesbianas de barrios humildes se refugian en equipos de fútbol para poder estar con otras chicas sin que nadie las mire mal. Sin que nadie piense que merecen una lección. En el 2004 incluso se fundó un club, The Chosen Few, formado únicamente por jugadoras homosexual­es que huían del estigma en sus hogares y buscaban sensibiliz­ar. Aún es necesario. Aunque la Constituci­ón sudafrican­a permite el matrimonio de personas del mismo sexo desde hace más de una década, el odio sigue incrustado en los sectores más conservado­res de la sociedad.

Si algún detective privado hubiera seguido a Karati después de que la violaran, la hubiera visto jugar a fútbol. Incluso celebrar un gol. O reírse. Nadie hizo un informe para analizar los gestos, penas o alegrías de Karati y concluir si había sido violada o se dejó hacer. En su caso hubo tal impunidad que nadie necesitó jamás ser tan miserable.

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