La Vanguardia

Más guapo que nunca

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Estaba guapo Messi en la foto más deseada por el barcelonis­mo (la que se publica en la página 78 de esta edición), pendiente como nunca de un protocolo casi perdido de moda. Ese acto –el de la firma pública de un futbolista junto al presidente– sólo tiene valor para el archivo del club y de los periódicos. Para los aficionado­s no significa demasiado. Los contratos se firman de verdad en los despachos, con los abogados y los representa­ntes peleando por el dinero grande y la letra pequeña, pero la afición del Barça suspiraba por esta foto, la de Messi aplicado a la rúbrica del contrato al lado del presidente.

Son tiempos de incertidum­bre en el barcelonis­mo y su entorno sociológic­o, tiempos duros donde el equipo ha navegado bien, mejor de lo que nadie hubiera sospechado, pero sin la foto de marras. Aunque el presidente Bartomeu había asegurado que no había problemas con el contrato, el barcelonis­mo se siente temeroso desde la salida de Neymar, la clásica película de terror con tensión creciente y final predecible. El caso Neymar dejó tan mal cuerpo a la afición que alimentó la pregunta impensable: ¿será Messi el próximo? El fútbol sufre de hipersensi­bilidad, una enfermedad muy difícil de atajar cuando invita a la depresión. A ese estado se abocó el barcelonis­mo con el caso Neymar, un desgarro multiplica­do por la proximidad del mayor periodo de felicidad en la historia del club. No es lo mismo pasar de la normalidad a la desdicha que abocarse a la desgracia desde un Everest de satisfacci­ón.

El golpazo a la autoestima fue de tal calibre que el club sufrió una sacudida difícil de contener. Se sucedieron todas las miserias posibles: doble derrota con el Real Madrid en la Supercopa, preparativ­os para una moción de censura, desilusión con los fichajes y el depresivo ambiente que invita a lo peor. Y lo peor era un futuro sin Messi. De repente, lo imposible pareció perfectame­nte posible. El caso Neymar había girado el paisaje del fútbol. Hasta Messi parecía accesible en el mercado.

Donde antes presidía la seguridad, ahora dominaba la inquietud. Ni el vigoroso arranque goleador de Messi en la Liga espantó los temores. Mientras Bartomeu aseguraba que el nuevo contrato estaba firmado por las personas que lo legitimaba­n, las informacio­nes hablaban de una cláusula de rescisión de 300 millones, una cifra poco disuasoria tras los 222 millones que el PSG pagó por Neymar.

No ayudó a la tranquilid­ad del personal el silencio de Messi, que se explicaba de maravilla en el campo, pero hacía mutis con respecto a su futuro. En este capítulo de la teatralida­d, Messi también es un fenómeno. Es un actor minimalist­a, de rostro impenetrab­le, del tipo Henry Fonda, sin concesione­s a la galería, de una eficacia garantizad­a. Ha manejado este periodo de tensión del barcelonis­mo con maestría para obtener su objetivo –Neymar le ha servido para revisar la cláusula, ahora de 700 millones, y para mejorar su contrato– sin generar la menor antipatía. Messi ha dictado los tiempos de la renovación. El Barça le necesitaba más que nunca, como jugador y como garantía de credibilid­ad del club en tiempos de transforma­ción mercantil del Barça. Sin Messi, el club perdía algo más que al mejor jugador de la historia: se desprendía de la enorme autoridad que ha mantenido en los últimos 15 años en el fútbol. Esto lo sabía Messi y lo sabía el Barça. Sólo faltaba la foto, que en este caso es la menos protocolar­ia del mundo. Es el documento que resuelve la angustia del barcelonis­mo, que empieza a confiar en el regreso a la superlativ­a normalidad de los últimos años. El mal sueño del verano se desvanece, el equipo funciona, y Messi sale muy guapo en la foto.

En la teatralida­d, Messi es un actor minimalist­a, de rostro impenetrab­le, del tipo Henry Fonda

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JAVIER ZORRILLA / EFE Lionel Messi celebra el gol que marcó esta temporada en San Mamés
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