Cartas de amor entre octogenarios
Las anécdotas y sinsabores en Barcelona de dos figuras señeras de ‘la Iglesia de los de abajo’
Las reflexiones de dos figuras señeras de la Iglesia de los de abajo,
la de los marginados y los oprimidos, permite iluminar los claroscuros de la lucha contra la exclusión social en Barcelona. Y, en especial, las trabas de todo tipo –incluidas las municipales– que ha recibido ese milagro que se llama hospital de
campaña de la parroquia de Santa Anna, junto a la plaza Catalunya.
La monja teresiana Viqui Molins, catalana de 81 años, y el padre Ángel, de 80, un asturiano radicado en Madrid y cofundador de Mensajeros de la Paz, han hecho del amor a los pobres su brújula. Así se plasma en el libro Dios en la
calle, recientemente publicado por Claret (en castellano y catalán), que recoge sus apasionadas y apasionantes cartas.
Ni la una ni el otro son condescendientes. “Prefiero pedir perdón a pedir permiso”, dice el padre Ángel, cuya oenegé laica sólo se arrodilla “ante Dios, los viejos y los niños”. “Antes que complacer a los ayuntamientos, queremos complacer al Papa, que quiere una Iglesia pobre y de los pobres”, añade la hermana Viqui.
Los dos han trazado mil complicidades que han convergido en Santa Anna. Esta iglesia, gracias también al rector Peio Sánchez y al párroco Xavier Morlans, quiso imitar en Barcelona el ejemplo del padre Ángel, que abrió en Madrid San Antón las 24 horas del día, los 365 días del año, entre otras cosas para que los sintecho tengan un lugar donde descansar, cargar sus móviles, tomar un café o sentirse acompañados un rato.
Santa Anna, que el invierno pasado se convirtió en un dormitorio improvisado y llegó a albergar a 90 personas sin hogar, algunas con sus mascotas, tuvo que rebajar sus ambiciones. Fue una retirada táctica, sólo para volver a la carga. El dormitorio, que se planteó inicialmente sine die, tuvo que cerrar por mil imperativos, pero cedió el relevo al hospital de campaña, siempre abierto en la capilla de la Piedad, que ofrece lo mismo que San Antón. Hasta 80 sintecho pasan por allí cada día.
Unos aplauden la iniciativa. Otros la censuran. “Cuando los invisibles se hacen visibles, molestan... Pero la solución no es ocultarlos, sino acogerlos”, dice Viqui Molins. “Es necesario que perdonemos a los pobres su pobreza”, agrega el padre Ángel, que nunca olvida una frase de su admirado Cantinflas: “Yo no quiero que se acaben los ricos, quiero que se acaben los pobres”.
A propósito de Cantinflas, la religiosa teresiana presenció un diálogo digno del cómico mexicano durante una misa en la catedral, cuando un indigente al que le habían prometido un obsequio se acercó al cardenal y este le preguntó CÉSAR RANGEL donde vivía. “Ande caiga”. “¿Dónde? ¿En qué calle?”. “En la
pura calle”. El cardenal le entregó entonces una estampita, y el sintecho le preguntó: “¿Y el obsequio?”. En otra ocasión, unas monjas hicieron una ofrenda junto a una prostituta. El obispo les fue preguntando, casi sin levantar la vista, de qué congregación eran. “De la de la calle”, respondió ella.
“La pobreza tiene nombre de mujer” y “molesta a mucha gente porque pone de manifiesto el fracaso de la sociedad”, asegura el padre Ángel. Hace años, unos jóvenes acogidos en los hogares de Mensajeros de la Paz aprovecharon un descuido para entrar en el despacho del cardenal Tarancón y robarle unos puros. El sacerdote fue compungido a pedirle perdón, aunque le aseguró que había defendido a los chicos. “Si yo fuese tú –le dijo Tarancón– también los defendería: un padre siempre tiene que defender a sus hijos”.
Santa Anna ha visibilizado la lacra del sinhogarismo en el corazón de Barcelona. Los críticos lamentan la “mala imagen” que ello comporta y auguran “problemas de convivencia” y “efectos llamada”. Los responsables de la iniciativa recuerdan a quienes piensan así que sólo en el distrito de Ciutat Vella al menos 400 personas duermen en la calle. “Mientras son invisibles porque están dispersos –dice la hermana Viqui– no les preocupan a los críticos, pero cuando se manifiesta la realidad ya es otra cosa. Lo que está claro, tanto si son visibles o invisibles, es que existen y requieren afecto, compañía, amor y dedicación. Eso es lo que procuramos darles en Santa Anna y San Antón”. La incomprensión no sólo ha calado en sectores vecinales y comerciales, sino también entre lo que Dios en la calle califica de “autoridades civiles”.
Una de las iniciativas más elogiadas de San Antón es el PeloBus, una peluquería itinerante y gratuita. La idea también se iba a aplicar en Barcelona. “Ya teníamos los peluqueros voluntarios (...), pero de nuevo hemos topado con el Ayuntamiento, que no nos ha querido dar el permiso para colocar nuestro PeloBus cerca de la iglesia”. La hermana Viqui cree ver en esta negativa “el temor a afear el centro de la ciudad”. “Pero nadie elige nacer pobre”, asegura el fundador de Mensajeros de la Paz. Su amiga de Barcelona asiente y repite que “la solución no es ocultarlos, sino acogerlos”.
Y amarlos.