130 años construyendo Barcelona
Un libro repasa la historia de Escofet, empresa protagonista de la transformación de la ciudad
Emilio Farré-Escofet ha escrito un libro que es una buena noticia por razón doble. Y es que se centra en una muy importante empresa con 130 años de historia, pero también por su vinculación estrecha y pública con Barcelona. Aporta además anecdotario personal e información íntima de la fábrica tanto por ser bisnieto del fundador como por haberla dirigido y presidido. Escofet,
símbol industrial de Barcelona, publicado por Angle Editorial, se presentó el pasado miércoles en el Col·legi d’Arquitectes.
Este libro es también el resultado de un enfoque inesperado y original, al mezclar con acierto la información empresarial con vivencias que afectan tanto a momentos muy privados de la casa como de las personas. De ahí que este relato minucioso, sensible y apasionado atrape al lector mediante una síntesis bien enlazada de historia, crónica y memorias.
Todo principió cuando Jaume Escofet i Milà, bisabuelo del autor, abandonaba la vida payesa del natal Pont d’Armentera para abrirse camino en Barcelona. El destino le mostró cara amable al dar pronto con el propietario de la fábrica de mosaicos Orsola. Al poco, ya en 1886, fundaba la industria Escofet.
El momento histórico era muy propicio: la construcción del Eixample se lleva a cabo con un empuje que asombra, y se impone con rotundidad un modernismo que se adentra en todos los ámbitos de la sociedad. Escofet supo ganarse el mercado, que sólo era privado al ser el mosaico hidráulico que pavimentaba los interiores de las casas. Aportaba una calidad técnica impecable, enriquecida por los mejores creadores, como el decorador Pascó, el artista Riquer o los arquitectos Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch, Sagnier o Gaudí (el MoMA neoyorquino muestra su hexágono) entre otros. Los álbumes comerciales son aún hoy motivo de asombro. Tal combinación persiste como marca que distingue a la marca Escofet: innovación, calidad y autores destacados.
Al pasar de moda las alfombras hidráulicas modernistas, ofreció las bandejas noucentistas que dibujaban arquitectos como Masó, Pericas o Puig Gairalt.
Fue en 1907 cuando del espacio interior y privado consiguió extender su dominio al exterior. El Ayuntamiento de Can Fanga eligió cinco modelos de panot, la baldosa de 20 centímetros que pasó a ser tendida en la vía pública para que por fin los barceloneses pasearan mejor. Desde entonces Escofet mantiene su permanencia en este terreno.
En los años veinte, se atrevió a diversificar la producción para buscar nueva clientela y destinar la obra a otra clase de espacios en oficinas, barcos y arrimaderos mediante el pavimento monolítico o el aislante conglomerado de corcho para bibliotecas. Pasada la guerra y bien capeada la colectivización, pasó a primar la búsqueda de materias nuevas, elecciones que iban a orientar los usos y destinos; un ejemplo fue el vibrazo, que a partir de los años cincuenta dominaría en universidades, estaciones, aeropuertos, hospitales, cines, barcos, centros comerciales, pero también en espacios públicos, como la Rambla. Escofet copaba Barcelona, al tiempo que se extendía por España.
Aborda el autor el cierre de la fábrica de Madrid y confiesa también los detalles del trágico capítulo de la infiltración ideológica de una secta que costó la muerte a su hermano y a punto estuvo de provocar el fin de la empresa.
El contrapunto positivo fue el coraje de emprender luego la internacionalización sobre todo hacia Oriente Medio y Europa, con logros estimables y el desarrollo de mobiliario urbano muy diverso creado por los mejores arquitectos diseñadores del momento. Ha colaborado con efectividad en iconos locales como Vila Olímpica, Fòrum o Sagrada Família. El premio Nacional de Diseño 1992 supuso el espaldarazo y el reconocimiento merecidos.
En suma, una página brillante de la historia de Barcelona que merecía ser contada por uno de sus protagonistas: Emilio Farré-Escofet.