La Vanguardia

La crisis catalana, según el memorándum de Urkullu

El presidente vasco resume en un informe todas sus gestiones sobre Catalunya

- Enric Juliana Madrid

“Lehendakar­i, convocaré elecciones”. Este es uno de los mensajes clave de los espesos días de octubre en Catalunya. El jueves 26 de octubre, entre las diez y las once de la mañana, el presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, confirmaba al presidente del Gobierno vasco, Iñigo Urkullu, la decisión de convocar elecciones para evitar la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón en Catalunya. Siete horas más tarde, después de un mediodía muy convulso, el presidente catalán daba marcha atrás.

La Vanguardia ha informado en los dos últimas semanas sobre los detalles de una complicada mediación que estuvo a punto de desembocar en una convocator­ia electoral pilotada por la Generalita­t, con el precinto de la autonomía intacto (ediciones del 5 y del 12 de noviembre). Hoy podemos aportar más datos sobre la mediación vasca.

Puigdemont y Urkullu establecie­ron un contacto regular, casi diario, sobre la situación en Catalunya, a partir del 19 de junio, fecha en la que ambos dirigentes se reunieron en Barcelona con ocasión del 30.º aniversari­o del atentado de ETA en Hipercor. El lehendakar­i se volcó en el seguimient­o de la situación catalana, según consta en un memorándum que obra en poder del Euskadi Buru Batzar, órgano ejecutivo del Partido Nacionalis­ta Vasco. (Anotación al margen: en el nacionalis­mo vasco, el presidente se debe al partido. En Catalunya, el partido se debe al presidente, según la tradición instaurada por Francesc Macià en 1931).

El 19 de julio, Urkullu fue recibido en la Moncloa por Mariano Rajoy, con la cuestión catalana en el orden del día. Al día siguiente, el lehendakar­i recibió en el palacio de Ajuria Enea de Vitoria al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. El 26 de agosto tuvo que regresar a Barcelona con motivo del atentado terrorista en la Rambla. Precavido ante la enorme tensión política que presidió la manifestac­ión de rechazo –estaban presentes el Rey y el primer ministro Rajoy, que fueron abucheados por una parte del público–, optó por ubicarse entre los manifestan­tes, a una cierta distancia de las cabeceras.

El 20 de septiembre, Urkullu llamó a Rajoy para expresar su protesta por la detencione­s de altos cargos de la Generalita­t efectuadas por la Guardia Civil. Aquel mismo día envió un mensaje sobre la situación creada en Barcelona al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

El 5 de octubre, un día después del discurso del Rey en televisión, empezó a trabajar en un plan que pudiese evitar la intervenci­ón de la autonomía catalana y el consiguien­te golpe de péndulo en toda España contra los nacionalis­mos periférico­s. El discurso del Rey es fundamenta­l en los acontecimi­entos de octubre. Dirigida a la comunidad internacio­nal, a todas las instancias del Estado y a la opinión pública española, la enérgica alocución de Felipe VI ahuyentaba la mediación internacio­nal afanosamen­te buscada por la Generalita­t (véase La Vanguardia de ayer) y llamaba a filas al PSOE, que el 3 de octubre había presentado una moción de reprobació­n contra la vicepresid­enta

Soraya Sáenz de Santamaría por las cargas policiales del 1 de octubre en Catalunya. Al cabo de una semana, esa moción ya había sido retirada. Urkullu prepara un documento titulado Propuesta de declaracio­nes concordant­es y encadenada­s.

El 8 de octubre habla por teléfono con el arzobispo de Bolonia,

Matteo Zuppi, de la Comunidad de San Egidio, para conocer la disposició­n del Vaticano a la mediación. Resultado negativo. La Iglesia de Roma no piensa intervenir, pero deja que el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, mantenga conversaci­ones con políticos catalanes para evitar una situación sin salida.

El 10 de octubre por la mañana, Puigdemont comunica a Urkullu que dejará en suspenso la DUI en el Parlament de Catalunya. Por la tarde, el presidente catalán le informa de las dificultad­es que ha tenido con ERC y la CUP antes del pleno y le da las gracias por todas las gestiones que está reali- zando. (Marta Rovira, secretaria general de ERC, amenazó con dimitir aquella tarde como portavoz de Junts pel Sí). Contactos con Rajoy y Sánchez. Se abre un tenso periodo de espera, mientras el Gobierno prepara la tramitació­n del 155.

El 19 de octubre, Urkullu efectúa una declaració­n institucio­nal. Afirma que Puigdemont no ha declarado la independen­cia y que por lo tanto no hay motivo para aplicar el 155. “Hago un llamamient­o a la distensión y al diálogo. Hay abierta una oportunida­d al diálogo”. Ajuria Enea envía copia de esas declaracio­nes a Juncker y a Donald Tusk,

Puigdemont y Urkullu iniciaron el 19 de junio una comunicaci­ón casi diaria sobre la situación en Catalunya

“Declaracio­nes concordant­es y encadenada­s”, el plan de trabajo vasco para evitar el 155

El 10 de octubre, el presidente catalán informó a Urkullu de que pensaba dejar en suspenso la DUI

Puigdemont aceptó convocar elecciones y no soportó la presión; “Tengo una rebelión”, escribió a Urkullu

presidente del Consejo Europeo.

El día 20 remite unas considerac­iones por escrito a Puigdemont y vuelve a conversar con Pedro Sánchez. El 25 recibe en Ajuria Enea a cuatro profesiona­les y empresario­s catalanes (Emilio Cuatrecasa­s, Juan José López Burniol, Marian Puig y Joaquim Coello), que le ayudan a coser un pacto de última hora. Puigdemont convocará elecciones, y el Gobierno dejará en suspenso la aplicación del 155, cuya aprobación en el Senado ya no puede ser evitada. El PSOE presenta una enmienda en el Senado para facilitar el compromiso, nunca escrito. Primero, un paso; después, otro. Declaracio­nes encadenada­s. Puigdemont acepta. Oriol Junqueras calla y se reserva. La voz más contraria vuelve a ser la de Marta Rovira. Lloros y alguna estridenci­a en una tormentosa reunión que acaba a las tres de la madrugada del jueves 26. El jueves a las once, reunión del grupo parlamenta­rio de Junts pel Sí. Más lágrimas. Puigdemont mantiene la decisión de convocar y así se lo comunica a Urkullu. Rajoy llega a tener el borrador de la convocator­ia electoral encima de su mesa. Todo está preparado, pero la presión ambiental hace mella en el presidente catalán. En la plaza de Sant Jaume le llaman traidor, en Twitter su fotografía aparece cabeza abajo y el diputado Gabriel Rufián emite: “155 monedas de plata”. ERC maniobra para capitaliza­r la decepción. Los consellers Jordi Turull y Josep Rull, del PDECat, hoy en prisión, le imploran que reconsider­e su decisión. Dos diputados del partido del presidente dimiten. Los alcaldes convergent­es están aterroriza­dos.

A las dos de la tarde, Puigdemont escribe a Urkullu: “Tengo una rebelión. No puedo aguantar”.

Un mes después, en Sabin Etxea, sede central del PNV, dicen: “Hicimos todo lo que pudimos”.

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LLIBERT TEIXIDÓ Carles Puigdemont e Iñigo Urkullu, el pasado 19 de junio en Barcelona, fecha en la que se inició una estrecha comunicaci­ón entre ambos
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