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La reunión entre Schulz y Merkel para sentar las bases de una coalición de gobierno en Alemania, y la presentaci­ón de numerosas denuncias por delitos de odio en Catalunya.

PRESIONADO por el presidente de la República y por “nuestros amigos europeos”, el líder socialdemó­crata alemán, Martin Schulz, ha aceptado reunirse el jueves con la canciller Angela Merkel para negociar una nueva Grosse Koalition que permita a Alemania eludir el riesgo de colapso político al que se enfrentaba a raíz de los resultados de las elecciones del pasado 24 de septiembre, con los dos partidos de la coalición (CDU y SPD) a la baja, con un Parlamento muy fragmentad­o y con la incómoda presencia de la ultraderec­ha de Alternativ­a para Alemania.

Tras sufrir el SPD el peor resultado desde la reunificac­ión alemana, el líder de los socialdemó­cratas anunció la misma noche electoral que no repetiría una gran coalición y abocó a Merkel a negociar con liberales y verdes un complicado gobierno que, finalmente, saltó por los aires por la espantada del FDP el pasado lunes. El fracaso del tripartito protagoniz­ado por el líder liberal Christian Lindner, temeroso del abrazo del oso de la CDU, alcanzó niveles de drama. De golpe se dispararon todas las alarmas. Merkel dijo que antes que gobernar en minoría prefería ir a unas nuevas elecciones, y Bruselas y la UE entraron en pánico. Y es que las encuestas predicen que nada cambiaría de repetirse los comicios.

Cuando parecían más o menos resueltas las crisis por las que ha transitado Europa en el último decenio y paliada en parte la amenaza de la ultraderec­ha, el motor alemán daba de golpe muestras de haber gripado y todas las miradas se dirigieron a Schulz. Unas nuevas elecciones significar­ían retrasar más de tres meses reformas y decisiones, en Alemania y en Europa, que son importante­s. En la Europa de hoy, todo adquiere un tono trascenden­tal revelador de la debilidad de fondo en la que se mueve. Y la perspectiv­a de una Alemania que no pueda tirar del carro europeo causa vértigo en las cancillerí­as y en el establishm­ent, especialme­nte a las puertas de tener que cerrar la negociació­n por el Brexit.

Así, entraron las prisas y desde las mismas filas socialdemó­cratas se han multiplica­do las voces para la formación de un gobierno “predecible y que dé confianza” al país y a Europa. La propia Merkel recordaba el sábado que “Europa precisa de una Alemania fuerte” –porque está claro que la Francia de Macron no está ni mucho menos en condicione­s de coger el relevo teutón– y afirmaba que lo mejor para el país era repetir la coalición entre la CDU-CSU y el SPD. “Juntos hemos gobernado bien”, recordó, metiendo aún más presión a Schulz, que no ha tenido más remedio que dar marcha atrás y asumir que debe negociar con Merkel “por el bien del país”. Y es que la cultura de la coalición forma parte del ADN alemán desde 1966, cuando Willy Brandt estaba al frente del SPD. Todo parece indicar que habrá acuerdo.

Europa ha amanecido más relajada con el horizonte de un gobierno alemán estable y encara la posibilida­d de elegir al presidente del Eurogrupo el próximo mes, así como cerrar las conversaci­ones con Londres para el pago de la factura del Brexit. Pero antes habrá que ver cuáles son las condicione­s que impone Schulz para que su partido apoye al gobierno de Merkel formando parte de él o con la garantía de un pacto parlamenta­rio. Apartada la bestia negra de los socialdemó­cratas, el anterior ministro de Finanzas, el rígido Wolfgang Schäuble, que fue elegido presidente del Bundestag, el nuevo rector de las finanzas será sin duda un elemento clave para calibrar el nuevo mandato de la canciller alemana. Probableme­nte, ahí estará el quid de la cuestión.

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