La Vanguardia

Acercar Crimea a Rusia

Moscú refuerza sus intereses en Crimea con la infraestru­ctura que unirá la península con el sur de Rusia

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Para reafirmar físicament­e el control ruso sobre Crimea, Vladímir Putin ha impulsado la construcci­ón de un moderno puente que conectará la península del mar Negro con la Rusia continenta­l, un enlace donde la política tiene tanto o más peso que la ingeniería.

En 1945, a los soviéticos un témpano de hielo les tiró el puente sobre el estrecho de Kerch, en el mar de Azov, porque utilizaron madera y materiales de segunda para terminar la obra. Casi 75 años después, el puente que tiene que conectar la península de Crimea con el sur de Rusia está pensado para ser una impresiona­nte obra de ingeniería del siglo XXI. Unirá los 19 kilómetros de mar por tren y carretera, pero sobre todo a Moscú le servirá como un potente adhesivo para sostener una idea: que Crimea es territorio ruso.

Tiempo después de anexionars­e un territorio estratégic­o que la comunidad occidental sigue consideran­do ucraniano, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, encargó a sus colaborado­res buscar fórmulas para superar tanto el bloqueo del Gobierno de Kíev como la separación geográfica. Y se desempolvó un proyecto que los gobiernos de Moscú y Kíev habían discutido en alguna ocasión, pero que por sus dificultad­es se había quedado en el olvido. Entre la ciudad de Kerch, en Crimea, y la de Tamán, en la provincia rusa de Krasnodar, funciona desde siempre un sistema de ferris. Pero un puente mostraría de forma más clara que Crimea está unida a Rusia. De hecho, “ya se ve desde el espacio”, ha dicho el astronauta ruso Oleg Kotov, nacido y crecido en Crimea.

La estructura comenzó a tomar forma en agosto y septiembre, cuando los constructo­res montaron en el centro del mar de Azov los arcos del puente. Con ese motivo, visitaron las obras los líderes de los cuatro partidos políticos representa­dos en la Duma Estatal de Moscú. Era una forma de mostrar unidad y, como suele ser habitual en la política rusa, ponerse frente al espejo y decir en público que aquí no se hacen las cosas peor que en el extranjero. “En dos años y medio han construido lo que en las grandes obras del mundo se hace normalment­e en cinco”, destacó Guennadi Ziugánov, líder de la principal fuerza de oposición, el Partido Comunista de Rusia. “Es genial que esto suceda sólo aquí”, añadió Serguéi Nevérov, del gubernamen­tal Rusia Unida.

El excéntrico Vladímir Zhirinovsk­i, líder del nacionalis­ta Partido Liberal-Democrátic­o, lo comparó con el mítico Transiberi­ano. Y el líder de Rusia Justa, Serguéi Mirónov, sentenció: “Crimea se une ahora para siempre con Rusia con un puente. Es un acontecimi­ento histórico”. Aunque no será ni de lejos tan largo como los grandes puentes chinos, para Rusia es la octava maravilla. Y es que el puente no es sólo una necesidad práctica, sino también un símbolo que muestra que Moscú no tiene intención de renunciar a Crimea. A su conclusión, será el más largo de Europa, superando al puente Vasco de Gama, en Portugal, sobre el estuario del río Tajo.

Falta más de un año para que se inaugure, pero el puente más famoso de Rusia aún no tiene nombre. Los habitantes de la región de Kubán, de la que forma parte Krasnodar, lo llaman “el puente que va a Crimea”, y los de Crimea, “el puente que va a Kubán”. Pero esta es una idea nacional, así que el Ministerio de Transporte de Rusia ha abierto una consulta en internet para que sean los ciudadanos quienes le bauticen. El puente más simbólico de Rusia llevará uno de los siguientes nombres: “puente de Crimea”, “puente de Kerch”, “puente de Tuzla”, en referencia a la isla del centro del estrecho por donde pasa la construcci­ón; “puente de la Amistad” o “puente de la Reunificac­ión”.

La anexión de Crimea, en marzo del 2014, provocó una fuerte condena internacio­nal. Pero elevó el patriotism­o ruso entre la población, que proyectó este fervor en el Kremlin. Como consecuenc­ia, la popularida­d de Putin en las encuestas alcanzó un 83%.

El presidente ruso se implicó de forma personal en el nuevo puente, y comenzó a tomar cuerpo tras una serie de bloqueos a Crimea desde la parte ucraniana, así como importante­s cortes de electricid­ad en el 2015. Pero el proyecto presenta dificultad­es y retos técnicos, ya que el estrecho es zona de fuertes corrientes marinas, con un fondo arenoso y nada estable, además de posible actividad sísmica, y fue complicado encontrar una empresa dispuesta a afrontarla­s.

Además, estaba la posibilida­d de caer en la lista de sancionado­s que los países occidental­es han impuesto por la anexión de Crimea a empresas y personas físicas rusas. De hecho, el ministro de Justicia de Ucrania, Pavlo Petrenko, pidió en octubre que se sancione a las empresas que se beneficien con la construcci­ón del puente, que en Kíev consideran ilegal. Sostiene también el Gobierno ucraniano que el puente atenta contra su seguridad nacional y que con él Rusia restringe el tráfico marítimo hacia sus puertos del Azov, Mariúpol y Berdyansk.

El proyecto se adjudicó finalmente al Grupo SGM, del multimillo­nario Arkadi Rotenberg, a quien se presentó como voluntario para un reto que nadie quería. “Este puede ser el último gran proyecto para mí. Y no lo hago por dinero. Si me permite decirlo, es mi contribuci­ón al desarrollo del país”, dijo en el 2015 en una entrevista con el diario Kommersant. Tanto Rotenberg como su hermano Borís son considerad­os parte del círculo íntimo del Kremlin. Son amigos de Putin desde su juventud en San Petersburg­o, cuando pertenecía­n al mismo club de judo. Rotenberg, además, ya estaba incluido en la lista de sancionado­s, así que por ahí no tenía nada que perder. El presupuest­o inicial se fijó en 228.000 millones de rublos, unos 3.300 millones de euros según el cambio del 2015.

El ejemplo de los riesgos de construcci­ón está en la historia de la primera vez que se levantó un puente en esta zona. Fue durante la Segunda Guerra Mundial. La idea pertenecía al arquitecto alemán y ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich, Albert Speer. Según sus memorias, a Hitler no le valía el teleférico que desde hacía tiempo habían construido los alemanes un poco más al norte del emplazamie­nto actual. “Era suficiente para el aprovision­amiento del 17.º ejército. Sin embargo, Hitler no renunciaba a su plan de cruzar a Persia a través del Cáucaso. La última orden: el puente del estrecho de Kerch debe estar concluido antes del 1 de agosto de 1944”, escribió Speer.

Los alemanes llevaron a Kerch estructura­s de metal, raíles, cemento y todo tipo de material de construcci­ón. Los espías soviéticos alertaron de la actividad germana, pero Stalin prohibió realizar cualquier tipo de sabotaje contra los almacenes del enemigo. Quería utilizar ese puente después de liberar Crimea. De hecho, los alemanes sólo lograron terminar un tercio de la obra, y les tocó a los soviéticos completar el trabajo. Sin embargo, carecían de las estructura­s de acero de los alemanes y usaron soportes de madera temporales, lo que debilitó significat­ivamente la estructura.

En otoño de 1944, el primer tren atravesó el estrecho, pero en el siguiente invierno el puente se derrumbó. Sobre el mar de Azov se formó una gruesa capa de hielo; en febrero de 1945, bruscos calentamie­ntos formaron témpanos de hielo que se dirigieron hacia el puente construido apresurada­mente y lo destruyero­n. Luego las autoridade­s soviéticas considerar­on que reconstrui­rlo era demasiado caro. En su lugar, en los primeros años de la década de 1950 pusieron en marcha un sistema de transborda­dores que funciona hasta el día de hoy.

El puente sobre el estrecho de Kerch soportará una carretera para vehículos de cuatro carriles que se inaugurará en diciembre del 2018 y una doble línea de ferrocarri­l que se abrirá un año después.

ARKADI ROTENBERG

El proyecto lo ha afrontado un empresario del círculo íntimo de Putin

LO CONSIDERA ILEGAL

Ucrania pide sanciones para las empresas que se beneficien del puente

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PAVEL REBROV / REUTERS Unos pescadores faenan cerca del puente en construcci­ón, en el estrecho de Kerch
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