La Vanguardia

Juntos o separados... pero por Catalunya

Las once elecciones autonómica­s celebradas demuestran que CDC y Esquerra obtienen mejores resultados por su cuenta que en coalición

- CARLES CASTRO Barcelona

Juntos o separados, esa era la gran cuestión para las fuerzas independen­tistas... aunque siempre por Catalunya. Sin embargo, la respuesta a esa pregunta ya la dio la coalición Junts pel Sí en las “plebiscita­rias” de septiembre del 2015. “El vot de la teva vida” (El voto de tu vida) arrojó un balance decepciona­nte para una coalición que se apoyaba básicament­e en CDC (hoy el PDECat) y Esquerra. La razón de ese desengaño se encuentra en los registros históricos de ambas formacione­s por separado: desde 1984, la suma del voto de CiU y ERC nunca había caído por debajo del 44% en unas elecciones catalanas (incluidas las del 2012, ya con los independen­tistas antisistem­a de la CUP en escena). Pero en el 2015 la coalición JxSí quedó por debajo del 40%: exactament­e, el 39,6%.

Y la consecuenc­ia más seria de esa caída fue su traducción en escaños. Desde 1984, los nacionalis­tas siempre habían sumado mayoría absoluta en la Cámara catalana. Hasta 1992 bastó con el resultado de CiU, y a partir de 1995 la mayoría absoluta se completaba con la aportación de ERC. El peor registro se había producido en 1999, cuando la cosecha se redujo a 68 escaños (justo la mitad más uno del Parlament) y por una diferencia de apenas 5.722 votos. Sin embargo, todavía en los comicios del 2012 –cuando Artur Mas perdió 12 diputados tras el anticipo electoral–, los escaños de CiU y Esquerra sumaban una mayoría holgada en la Cámara (71 asientos). En cambio, la coalición JxSí se quedó a seis de la mayoría absoluta, que solamente pudo completar con los diputados antisistem­a de la CUP.

Atrás quedaban los viejos buenos tiempos en que CiU obtenía más del 45% de los votos y el nacionalis­mo superaba incluso el listón del 50% con la aportación de Esquerra. Y eso se traducía en una representa­ción parlamenta­ria que llegó a superar los 80 escaños en las catalanas de 1992. Parece evidente, por lo tanto, que el veredicto de la historia es inapelable: cada formación nacionalis­ta (o soberanist­a ahora) tiene su propio espacio potencial por separado, y ese espacio se reduce cuando se mezcla con el otro. Es decir, la vieja ecuación política de que las sumas restan.

Sin embargo, la historia es algo más complicada. Esas supermayor­ías nacionalis­tas se sostenían sobre espacios políticos que, al menos en el caso del PDECat, se han reducido. Dicho en otras palabras: mientras no abrazó el soberanism­o explícito, la coalición Convergènc­ia i Unió funcionó como un auténtico pal de paller (o catch-all party, partido atrapaloto­do), que abarcaba desde el autonomism­o tibio de centro o derecha hasta el catalanism­o de centroizqu­ierda, además de gran parte del voto nacionalis­ta (independen­tista o no) comprendid­o en ese espacio ideológico. De ahí que los mejores registros de CiU –por encima del 46% de los votos– se produjeran tras la desaparici­ón de UCD (autonómica­s del 84) o del CDS de Suárez (catalanas del 92).

Por su parte, Esquerra captaba el voto independen­tista radical desde el centro hasta la izquierda. Y sólo el desgaste de CiU –tras los pactos con el PP de Aznar en 1996 o como consecuenc­ia de las políticas de ajuste en el 2012– permitió a ERC arrebatar a CiU el voto de centroizqu­ierda y el del independen­tismo más categórico. Eso sí, tras la experienci­a del tripartito, Mas pareció revertir momentánea­mente esa deriva en los comicios del 2010, pero su apuesta electoral a lomos de la radicaliza­ción identitari­a de la sociedad catalana en el 2012 le llevó a perder sufragios por ambos lados: el centro no nacionalis­ta se fue a Ciutadans, y los independen­tistas más inequívoco­s, a Esquerra.

Sin embargo, la coalición de CDC (ya sin Unió) y ERC en el 2015 aún achicó más esos espacios. El programa nítidament­e independen­tista de JxSí alejó a los últimos reductos de voto autonomist­a que habían apostado por CiU tres años antes (y de ahí los más de 100.000 sufragios que obtuvo UDC). Paralelame­nte, el voto más radical (en lo ideológico o en lo identitari­o) de Esquerra se fue a la CUP para no respaldar una lista que incluía a liberales y “defensores de los recortes” como el propio Artur Mas. Y el resultado fue un cómputo de voto cercano (menos de tres puntos por encima) al que reunieron por separado CiU y ERC en 1980, su peor registro conjunto.

Es evidente, por tanto, que mientras el PDECat apueste por una vía explícita hacia la independen­cia, difícilmen­te recuperará el voto moderado, centrista o autonomist­a (aunque concurrien­do por separado puede modular su discurso para acercarse a ese espacio). Pero también es cierto que su radicalida­d soberanist­a, con Carles Puigdemont a la cabeza, puede atenuar la fuga de votos hacia el independen­tismo genuino de Esquerra. En cualquier caso, sólo una coalición habría permitido al PDECat enmascarar la magnitud de esas pérdidas, y de ahí su interés en repetir juntos.

A ERC, en cambio, diluir su oferta en una coalición con los soberanist­as de centrodere­cha no sólo le privaba de la victoria que todos los sondeos venían prometiénd­ole, sino que además le restaba unos votos (y también a la posible coalición) que en el 2015 ampliaron artificial­mente el sufragio de la CUP, que obtuvo 200.000 papeletas más que en las autonómica­s del 2012.

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