La Vanguardia

La salsa es fácil, tú déjate llevar...

- Joaquín Luna

La práctica del noctambuli­smo es abnegada. No todo el mundo tiene espíritu diletante, indiscipli­na y ganas de perder el tiempo. De vez en cuando, el noctámbulo se obliga a pasar pruebas para verificar su estado de forma. –Vamos al Antilla a bailar salsa. –¡Si ninguno sabemos! –¡Igual nos enseñan! ¡Donde hay bailes de salón hay mujeres!

Efectivame­nte, el sábado en el Antilla, templo de la salsa de Barcelona desde 1993, había muchas mujeres y muy determinad­as a bailar. Se diría que habían nacido para bailar.

Entramos los tres amigos llorados: está cerrado el cercano Klavier, guarida de noctámbulo­s, donde al piano tocaba Joan Miró, músico de primera, para crooners y chansonnie­rs vocacional­es, y en cuyo altillo, poco iluminado, sonaba Strangers in the night sin letra ni música.

¡Qué afición por el baile! Media sala bailaba con una clase, ritmo y técnica desbordant­es mientras la otra media estaba al quite.

Las mujeres que no bailaban parecían esperar que alguien las invitase a

Como los tiempos han cambiado, decidimos esperar a que alguna mujer nos sacase a bailar

salir a la pista. Bailar salsa solo carece de prestigio y conviene tener una pareja de baile. Las parejas se hacían y se deshacían y lo más noticioso es que apenas el 10% de las espectador­as rechazaban una invitación.

Lo sensato –careciendo de aptitudes para marcar dos pasos– no era ser proactivos sino esperar a que alguna mujer nos invitase con la frase que ciertos bailarines –a los que no les deseo ningún mal incurable– decían a las allí presentes sin estudios salseros: –Es muy fácil, déjate llevar.

A la una, nadie nos había sacado a bailar pese a nuestro lenguaje corporal que pedía un meneo. Como los tiempos han cambiado, la esperanza era que alguna de las muchas mujeres que bailaban con conocimien­to de causa nos invitasen a la pista.

A las dos, pedimos la segunda copa. Al parecer, la salsa es algo más complejo y se compone de bachatas, kizombas, merengues y rumbas aunque todo nos sonaba igual de alegre y lo único que queríamos era ser aceptados en la comunidad salsera.

A las tres, echamos las culpas a la escuela catalana porque adoctrina en lugar de enseñar salsa, un conocimien­to provechoso y rentable. ¡Cualquiera sale a bailar sin haber pasado por una de esas academias que te enseñan el abecé de los pasos!

–Estamos como las mujeres de las discotecas del siglo XX, esperando...

Lo desesperan­te era que a medida que avanzaba la noche todo el mundo parecía pasárselo en grande. Venga bailar, unos con otros, pero siempre, ay, de dos en dos.

–Ya podrían tocar un chachachá. No es que supiéramos bailar el chachachá, pero siempre cabe el recurso propio de cuñados de imitar el vaivén de las maracas y soñar con que una mujer del siglo XXI nos sacaba con un “es muy fácil, déjate llevar...”.

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