La Vanguardia

Dios y nuestro conflicto

- Josep Miró i Ardèvol

Los catalanes vivimos en un estado de ánimo marcado por el enfrentami­ento en una sociedad cada vez más polarizada. Empieza a ser una tragedia de dimensión histórica. Podemos retroceder en lugar de avanzar por primera vez desde los años cincuenta del siglo pasado.

Nuestro conflicto, como todo lo humano, necesita ser mirado desde Dios para comprender la causa profunda del porqué de nuestra situación. Ya sé que hablar de Dios en estos casos puede parecer incluso naif. Lo es, pero en su sentido principal: una formulació­n sencilla y espontánea, incluso ingenua; en ningún caso inculta.

Observar desde la perspectiv­a del Dios de los evangelios significa saber reconocer que la raíz del conflicto es un déficit de amor entre nosotros, que se manifiesta en la incapacida­d para la amistad civil. Si esta existiera, podríamos estar debatiendo sobre la misma cuestión, la independen­cia, pero sin engaños, rencores y descalific­aciones. Estamos perdidos si seguimos cayendo en este pozo. La falta de amor lo contamina todo. Y ciertament­e el problema no se resuelve por la lógica del “¡y tú más!”, dado que la carencia no es exclusiva de unos u otros, porque afecta a todo el mundo. Como advierte Jesús, veis la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Es necesario un enderezami­ento personal. Sin él nada es posible, y esta tarea para recuperar la amistad y la concordia está a nuestro alcance. No implica renunciar a nada; sólo formularlo bajo la premisa del respeto a la persona. Se puede discrepar enérgicame­nte sin necesidad de descalific­ar al otro, ni levantar falsos testimonio­s, ni deformar la realidad, es decir, mentir.

Pero un problema político necesita por definición una respuesta colectiva. Y esta sólo es viable si somos capaces de construir un relato alternativ­o al que hoy es hegemónico y ha desencaden­ado el conflicto. Un relato que exprese un proyecto que sólo puede nacer en el seno de los catalanes, y que nos aporte una nueva ilusión de vivir juntos, y una satisfacci­ón razonable de nuestras necesidade­s y expectativ­as.

Creo que todo esto será más factible si introducim­os la lógica de Dios en el relato de los hombres, porque Él es la causa primordial de la que surge el amor. Siempre y a lo largo de los tiempos. Y sólo la interpreta­ción sesgada de los hombres altera esta realidad. Él es la fuerza más grande para romper con la esclavitud del conflicto. Y no hay que creer. Sólo hay que seguirlo.

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