La mala racha
Ano ser que caiga el gordo de Navidad en Barcelona, este 2017 habrá sido un mal año para la capital catalana. La ciudad sufre una mala racha. La buena noticia es que hay consciencia de la gravedad de la situación. No hay nada mejor que reconocer los problemas para abordar las soluciones. Todos los sectores económicos y sociales de Barcelona están en disposición de conjurarse para salir del bache en el que ha caído la ciudad. Si la sociedad empuja en este sentido, la política lo tendrá más fácil siempre que nuestros representantes estén a la altura, se dejen de peleas partidistas de vuelo corto y escuchen las voces de quienes realmente saben qué hay que hacer para levantarse y dejar atrás este escenario pesimista.
El año se empezó a torcer a partir del verano. Veníamos de conflictos enquistados como la implantación de las supermanzanas contra la opinión de la mayoría de los vecinos o la eterna disputa sobre la ordenanza de terrazas y el plan de limitación hotelera que mantiene a restauradores y hoteleros en pie de guerra. El ambiente turismofóbico llegó a su punto álgido en plena temporada estival con el impresentable asalto a un bus turístico por parte de unos encapuchados vinculados a la CUP. La tibieza de la respuesta del gobierno municipal encendió la alarma política y social por la escalada violenta de este fenómeno y por la repercusión que tuvo en la prensa internacional. Fue un toque serio. Los terribles atentados del 17 de agosto supusieron un mazazo para Barcelona y nos demostraron cómo pueden empeorar las cosas en tan poco tiempo. Muchos pensaron entonces que aquellos ataques terroristas eran lo peor que le podía pasar a la ciudad. Pero Barcelona supo responder colectivamente y reponerse a aquella adversidad tan horrible.
Lejos de haber tocado fondo, los acontecimientos vividos desde septiembre hasta hoy han tenido un impacto más negativo si cabe que el azote de los atentados. Las manifestaciones soberanistas, las huelgas generales y la brutalidad policial del 1 de octubre lanzaron al mundo unas imágenes de Barcelona que tuvieron mucho impacto. Tanto fue así que influyeron en la decisión de conceder la sede de la Agencia Europea del Medicamento y tienen en vilo a los organizadores del congreso mundial de móviles. Y como guinda del pastel, el pacto de gobierno en el Ayuntamiento no ha resistido al clima de inestabilidad política general y ha dejado Barcelona en un escenario de bloqueo político para el resto del mandato.
En el contexto de la campaña electoral y de la larga resaca posterior, será difícil que los políticos encuentren una salida a la situación actual. Por eso, haría bien el gobierno municipal en buscar en la sociedad civil los apoyos que le niegan los partidos. Si consigue esa complicidad con los sectores económicos, culturales y vecinales, el resto de los grupos políticos no tendrá más remedio que arrimar el hombro. Pero para lograr acuerdos con los diversos sectores de Barcelona hay que enterrar el dogmatismo, aplicar altas dosis de comprensión y pensar que los cambios no siempre se pueden llevar a cabo o necesitan tiempo para madurarlos. La autodesignación del 2018 como el año del Comercio y la Cultura en Barcelona es una gran oportunidad.
Barcelona evitará el bloqueo político si el gobierno local busca el acuerdo con los diversos sectores de la ciudad