La sorpresa Pérez Cruz
Sin haber sido anunciada, la cantante actúa en Temporada Alta con la bailaora Rocío Molina en el ensayo de un espectáculo de alto octanaje que llevarán al Grec
Fue una sorpresa de alto octanaje. Flamenco, musical e incluso sensual. En el fin de semana que el festival Temporada Alta ha dedicado a la creación contemporánea se había anunciado que la descomunal bailaora Rocío Molina ofrecería en la iglesia románica de Sant Pere de Galligants uno de sus Impulsos, esas improvisaciones que le ayudan en la creación de sus nuevos espectáculos. Se había anunciado que la malagueña, una de las flamencas más innovadoras y atrevidas y a la que se rifan en los grandes escenarios internacionales de danza contemporánea, actuaría junto a una cantante y un coro de música sacra. Pero, al revés de lo que cabría imaginar –y más teniendo tantos seguidores–, el nombre de la cantante se mantuvo en secreto hasta el día de la función, ayer. Y la sorpresa fue mayúscula. Al entrar en la fría y majestuosa nave románica, en el escenario, situado bajo el ábside principal, había dos mujeres rodando lentamente por el suelo, una sobre otra. Una era Rocío Molina, claro, pero la otra, a la que el público pudo ver la cara más tarde, era la cantante Sílvia Pérez Cruz.
Y al escenario llevaban una historia de amor y pasión, también, por momentos, de enorme soledad. Y la llevaban deslizándose una sobre otra por el suelo, luego bailando juntas con los pies descalzos de Sílvia sobre los negros zapatos flamencos de Rocío, cantándose y bailándose. Pérez Cruz tarareando un fado, cantando el Take this waltz de Leonard Cohen en castellano, Molina explotando con su baile de vez en cuando, siempre po- tentísima y a la vez siempre bajo riguroso control, consiguiendo con su taconeo vigoroso incluso gloriosos orgasmos flamencos y metafóricos para la historia entre las dos. Una historia que aunque ayer presentaba apenas uno de los primeros ensayos –el trabajo final se estrenará en el festival Grec y luego irá al de Aviñón, ahí es nada–, demostró que la química entre las dos artistas es instantánea y va hacia un montaje imprescindible a poco que lo encaucen bien. Aunque seguro que variará mucho hasta el final: Molina se planteaba como punto de partida la maternidad y de hecho cuando se estrene el espectáculo en julio quiere estar embarazada.
Por cierto que a Sílvia Pérez Cruz no la anunciaron en el cartel del espectáculo porque, explican desde el festival, hubiera atraído a un público masivo interesado más en su voz que en la danza de Molina y que no hubiera cabido en un fin de semana en el que se muestran una decena de las propuestas más innovadoras de Temporada Alta que atraen a un buen número de programadores internacionales y periodistas. Unas propuestas entre las que brillaron la particular versión de Macbeth de la brasileña Christiane Jatahy, que metió al público en el vernissage de una exposición de videoarte para que, mientras la mayoría veían vídeos y bebían cerveza y vino, y unos pocos seguían unas misteriosas instrucciones por auriculares, hacer que fueran creando una obra que acababa apelando a la movilización de todos para cambiar el mundo actual guiado por la ambición de poder y dinero desmesuradas.
También un mensaje directamente muy crítico llevaba otra pieza que causó impacto, Guerrilla, de El Conde de Torrefiel, en la que en escena y con voluntarios de Girona se ve desde una clase de taichi a una impresionante rave discotequera con decenas de personas que bailan sin parar, de espaldas al público, más de media hora mientras se proyectan mensajes en la parte superior de la escena que fantasean con posibles guerras futuras y atacan a un mundo presente frenético y autoengañado que más que un estado del bienestar quiere un estado de emergencia con dosis mesuradas de peligro, un mundo en el que la economía ha sido capaz de absorberlo todo menos el aburrimiento.
Quim Girón triunfó con Fang, su solo con un enorme bloque de barro que transforma y le transforma, y la compañía Atresbandes se llevó un buen aplauso y bastantes risas con All in, un espectáculo que muestra la eterna tensión entre individuo y grupo, además de los mil usos –Hitler lo utilizó– del himno de la UE, el de la alegría. En cuanto a la instalación de Romeo Castellucci con una mujer colgando de un cable por un solo dedo a metros de altura y un enorme perro terranova caminando entre el público, resultaron crípticos sus diálogos pero fascinó su plástica, incluida la poderosa escena final con la oscuridad, la muerte, negra y hierática frente al público.
Pérez Cruz y Molina protagonizaron en escena una historia pasional que demostró su gran química